HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT nació el 20 de agosto de 1890 en Providence. Creció como un niño enfermizo y tuvo una infancia desgraciada, ya que sus padres enloquecieron y fueron internados. Fue una persona solitaria que dedicaba su tiempo a la lectura, la astronomía y a cartearse con otros aficionados a la literatura macabra. Su prosa está influenciada por Lord Dunsany, William H. Hodgson, Arthur Machen y Edgar Allan Poe. Gran innovador del cuento de terror gracias a su singular tratamiento de la narrativa y a la atmósfera de sus historias, acercó el género a la ciencia ficción. Murió en Providence, el 15 de marzo de 1937 en la pobreza y el anonimato. Sus relatos se recopilaron en varios volúmenes póstumos, entre los que figuran El extraño y otros cuentos (1939) y El cazador en la oscuridad y otros cuentos (1951). Sus mejores novelas cortas son El caso de Charles Dexter Ward (1928), En las montañas de la locura (1931) y La sombra sobre Insmouth (1936).
Capitulo 1
Capitulo 2
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Título original: Supernatural Horror in Literature
H. P. Lovecraft, 1927
Traducción: Gabriela Ellena Castelloti
Diseño de la portada: Austral
Ilustración de la portada: Shutterstock
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Notas
[1] «In the mad pride of intellectuality»: verso del poema. To Marie Louise (Shew) de Edgar Allan Poe.
Un texto capital para conocer mejor las novelas de terror, escrito por el gran maestro del género.
H. P. Lovecraft nos habla en este ensayo de «la emoción más antigua y poderosa de la humanidad»: el miedo. De todo lo que nos aterra, nos dice Lovecraft, es lo desconocido lo que nos atrae con más fuerza.
El gran maestro del terror analizó el género en este ensayo publicado en 1927 examina en este magnífico texto las raíces del género en la novela gótica y traza su desarrollo a través de autores como Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe o Ambrose Bierce. Por otro lado, el autor bautiza en su ensayo a los cuatro «maestros contemporáneos» del terror: Arthur Machen, Lord Dunsany, Algernon Blackwood y M. R. James.
«Palabras que nos emocionan. Palabras que nos alteran. Palabras que modifican nuestro metabolismo: haciéndonos llorar, alcanzando a conseguir que el entorno en el que las leemos ya no nos resulte seguro o previniéndonos de lo que leeremos en la página siguiente».
Del prólogo de Javier Aparicio Maydeu.
H. P. Lovecraft
El terror en la literatura
ePub r1.0
Titivillus 06.08.17
El nacimiento de la historia de terror
Como cabe esperar de una forma tan estrechamente conectada con una emoción primaria, la historia de terror es tan antigua como el pensamiento y el habla humanos.
El terror cósmico aparece como un ingrediente del folclore más temprano de todas las razas, y está cristalizado en las baladas, crónicas y escritos sagrados más arcaicos. De hecho, era un rasgo prominente de la elaborada y ceremonial magia, con sus rituales para la invocación de demonios y espectros, que florecieron desde tiempos prehistóricos, y que alcanzaron su máximo desarrollo en Egipto y las naciones semíticas. Fragmentos como el Libro de Enoch y la Claviculae de Salomón ilustran el poder de lo sobrenatural en la mente oriental ancestral, y en tales cosas se basaron los duraderos sistemas y tradiciones cuyos ecos se extienden en la oscuridad incluso hasta nuestros días. Es posible hallar manifestaciones de este terror trascendental en la literatura clásica, y hay pruebas de un énfasis aún mayor en la literatura de la balada que se desarrolló en paralelo a la corriente clásica, pero desapareció por la falta de un medio escrito. La Edad Media, envuelta en una oscuridad fantástica, le dio un enorme impulso a la expresión; Occidente y Oriente por igual se afanaron en preservar y ampliar el legado oscuro, tanto del folclore aleatorio como del cabalismo y la magia sistemáticamente formulados que habían llegado a ellos. Bruja, hombre lobo, vampiro y demonio necrófago abundaban de forma inquietante en los labios del bardo y la anciana, y necesitaron pocos ánimos para dar el paso final y franquear la barrera que divide la historia o canción cantada de la composición literaria formal. En Oriente, la historia sobrenatural tendía a asumir un hermoso colorido y exuberancia que casi la transformaba en pura fantasía. En Occidente, donde los míticos teutones habían bajado desde sus bosques boreales negros y los celtas recordaban extraños sacrificios en bosquecillos druídicos, asumió una terrible intensidad y una convincente seriedad de atmósfera que duplicaba la fuerza de sus horrores velados y medio ocultos.
Gran parte del poder de la tradición popular del terror occidental sin duda se debía a la presencia oculta pero a menudo sospechada de un espeluznante culto de adoradores nocturnos cuyas extrañas costumbres —descendientes de los tiempos anteriores a los arios y a la agricultura cuando una raza de mongoles recorrió Europa con sus rebaños— estaban arraigadas en los más desagradables rituales de fertilidad de inmemorial antigüedad. Esta religión secreta, sigilosamente transmitida entre los campesinos durante miles de años, a pesar del aparente reinado de los cultos druídicos, grecorromanos y cristianos en las regiones involucradas, se caracterizaba por salvajes «aquelarres de brujas» en bosques solitarios y en lo alto de remotas colinas la noche de Walpurgis y Halloween, y por las tradicionales estaciones de cría de cabras, ovejas y ganado vacuno. Fue este culto el que se convirtió en la fuente de vasta riqueza de leyendas de brujería, además de desatar extensivas persecuciones de brujas, de las cuales el caso de Salem constituye el principal ejemplo de Norteamérica. Parecido en su esencia, y quizá de hecho conectado a él, era el tenebroso sistema secreto de teología invertida o adoración a Satán que produjo horrores tales como la famosa «misa negra». Aunque se dirigían al mismo fin, cabe fijarse en las actividades de aquellos cuyos objetivos eran en cierto modo más científicos o filosóficos: los astrólogos, cabalistas y alquimistas del tipo de Alberto Magno y Ramon Llull, que invariablemente abundaban en aquellos tiempos incivilizados. El predominio y profundidad del espíritu del terror medieval en Europa, intensificado por la oscura desesperación que llevaban consigo las oleadas de peste, se puede juzgar con imparcialidad en las grotescas tallas astutamente introducidas en muchas de las mejores obras eclesiásticas del gótico tardío de la época; las demoníacas gárgolas de Notre-Dame y Mont Saint Michel se cuentan entre los más famosos especímenes. Y se debe recordar que a lo largo de todo el período existió, entre los cultos y los incultos por igual, la más incuestionable fe en toda forma de lo sobrenatural; desde la más moderada de las doctrinas cristianas hasta las monstruosas prácticas morbosas de la brujería y la magia negra. Los magos y alquimistas del Renacimiento —Nostradamus, Trithemius, John Dee, Robert Fludd y demás— no nacieron precisamente de un trasfondo vacío.