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Hastur
M e encontré ante nombres y términos que había oído en otras partes en las más odiosas relaciones: Yuggoth, el Gran Cthulhu, Tsathoggua, Yog-Sothoth, R’lyeh , Nyarlathotep, Azathoth, Hastur, Yian, Leng, el Lago de Hali, Bethmoora, L’mur-Kathulos , el Signo Amarillo, Bran, y el Mágnum Innominandum… y fui llevado a través de eones innombrables y dimensiones inconcebibles hasta mundos más antiguos y remotos que los que el enloquecido autor del Necronomicón había apenas muy vagamente vislumbrado. Se me habló acerca de los abismos de la vida primigenia así como de las corrientes que habían fluido desde allí, y por último, acerca de los más ínfimos arroyos derivados de aquellas corrientes y que habían llegado a mezclarse con los destinos de nuestra propia Tierra.
El que susurra en la oscuridad 1930
Pingüinos de Leng
L a verdad es que por un instante nos atenazó un temor ancestral casi más agudo que el peor de nuestros temores razonados con respecto a aquellos seres. Después llegó un destello de decepción, cuando la forma blanca se desplazó silenciosa hasta un arco lateral sobre nuestra izquierda para unirse a otros dos semejantes que lo habían llamado con voces roncas. Porque era sólo un pingüino, aunque de una especie enorme y desconocida, mayor que el mayor de los pingüinos emperador conocidos, y monstruoso por la combinación de su albinismo con la carencia casi total de ojos.
Cuando hubimos seguido al ave hasta el arco y giramos nuestras antorchas sobre el indiferente y distraído grupo de tres, vimos que todos eran albinos y carecían de ojos, y eran de la misma especie desconocida y gigantesca. Su tamaño nos recordó a algunos de los pingüinos arcaicos de las tallas de los Grandes Antiguos, y no nos llevó mucho tiempo concluir que descendían de antepasados comunes, y que sin duda habían sobrevivido por haberse retirado a alguna región más templada, cuya oscuridad perpetua había destruido su pigmentación y les había atrofiado los ojos hasta convertirlos en rendijas inútiles.
En las montañas de la locura
1931
Chaugnar Faugn
e ra éste el recinto que había fascinado tanto a Jones. Había en su interior seres híbridos y torpes que sólo podía concebir la fantasía, modelados con habilidad diabólica, y coloreados de un modo horriblemente afín a la vida. Algunos eran las figuras de mitos bien conocidos: gorgonas, quimeras, dragones, cíclopes y todos sus congéneres estremecedores. Otros procedían de tiempos susurrados furtivamente desde leyendas subterráneas: el negro e informe Tsathoggua, el multitentacular Cthulhu, el proboscidio Chaugnar Faugn y otras blasfemias insinuadas en libros prohibidos como el Necronomicón, el Libro de Eibon o los Unaussprechlichen Kulten de von Junzt. Pero los peores eran aquellos del todo originales para Rogers, y adoptaban formas que ningún relato antiguo se había atrevido nunca a sugerir.
El horror en el museo 1932
Tsathoggua
H ay ciudades poderosas en Yuggoth: grandes hileras de torres con terrazas de piedra negra como la muestra que traté de enviarle. Provenía de Yuggoth. Allí el sol no brilla más que una estrella, pero los seres no necesitan luz. Tienen otros sentidos más sutiles, y no ponen ventanas en sus grandes casas y templos. La luz incluso los daña, los molesta y los confunde, pero no existe en absoluto en el cosmos negro fuera del tiempo y el espacio del que son originarios. Visitar Yuggoth volvería loco a cualquier hombre débil; sin embargo, me dirijo allí. Los ríos negros de brea que fluyen sobre aquellos misteriosos puentes ciclópeos —construidos por alguna raza anterior ya extinta y olvidada antes de que los seres actuales llegaran a Yuggoth desde los vacíos finales— tendrían que bastar para hacer de cualquier hombre un Dante o un Poe sólo con que pudiera mantenerse cuerdo el tiempo suficiente para contar lo que ha visto.
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