Introducción
Desde sus remotos inicios, el terror fue uno de los géneros menos valorados de la historia del cine. Aunque abundan muchos filmes estrenados en clase B, el cine de terror ha dado obras sorprendentes a lo largo de su trayectoria, a veces en estado puro, y otras veces enmascaradas en otros géneros.
Para fanáticos o detractores, el terror ha sufrido siempre un apremio que no le permitió sobrevivir sin que unos y otros lo atormentasen con exigencias o desprecio.
Para su detractor, el cine de terror será a priori una imbecilidad, una sarta de despropósitos sanguinarios o una tortura psicológica sin sentido. Para un fanático del horror, cualquier película también puede rápidamente ser una pérdida de tiempo si no se produce un sobresalto cada dos minutos.
El cultivo del amor al cine por encima de los géneros ha proporcionado históricamente una noción más equitativa. El terror es sólo un género, y como tal tendrá obras buenas y malas. De un mero género nunca puede depender la calidad de sus productos, pero esto es sólo sentido común. Las cosas son más complejas. Quizás sea cierto que el terror tiende a abroquelarse en una fatalidad cuya estrechez a veces perturba y otras aburre. A pesar de que algo similar sucede con los demás géneros, en el terror la cornisa de la ingenuidad es más delgada y un film puede desbarrancarse con mucha facilidad hacia lo inverosímil.
Sucede que en el cine de género la construcción de lo “creíble” no es nunca ni siquiera semejante a la verdad. Al igual que el western, el cine épico, o la ciencia ficción, el cine de terror rechaza la concepción de la realidad. Construir un verosímil alejado del realismo requiere de mucho talento y probablemente de algo de dinero. La consecuencia a lo largo de la historia ha sido la aparición de demasiadas películas con historias difíciles de creer, realizadas con bajo presupuesto.
Hay honrosas excepciones en las que la falta de recursos no impidió la realización de obras que con el tiempo se transformaron en clásicos. Sin embargo, algunas se toparon con el mote de cine bizarro , o fueron cubiertas con la piadosa manta del “cine de culto”.
Ese complejo verosímil con el que trabaja el terror lidia con la superabundancia de lo sobrenatural. Con frecuencia, el espectador se topa con zombis, momias, fantasmas, vampiros, extraterrestres, seres prepotentes y sin embargo dolientes, cuya conducta fantástica parece venir de un cercano más allá.
En otras ocasiones, personajes más humanos son sin embargo portadores de un despotismo brutal, originado en una adversidad del pasado, o en la influencia irrefrenable de brujerías perversas, aberraciones ocultas o irresponsables experiencias de laboratorio.
Lideran en el género los personajes monstruosos, la anormalidad, la lucha secreta de una doble identidad, la locura. En tal contexto, la transparencia narrativa es sustituida por un caos fundamental, donde la tentación de abordar lo desconocido provoca un romanticismo perverso cuyo fin es la muerte o la nada misma.
Pero el intento de definir un género es el comienzo de su destrucción. Los géneros, como el cine mismo, están en permanente transformación, cruzan transversalmente la cultura. Cuanto más se pretende direccionar su luz, más sombras aparecen.
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Las criaturas fundadoras
El expresionismo alemán puede ser observado como un ejemplo temprano del cine de terror. Películas como El gabinete del doctor Caligari, Las manos de Orlac, o El estudiante de Praga han trazado un surco cuya herencia tomarán los primeros ejemplos de la Universal Pictures en el cine norteamericano, y tres décadas después la productora inglesa Hammer.
A pesar de que la literatura de Edgar Allan Poe puede entenderse como la fuente temprana de la estética terrorífica, serán dos novelas de autores casi desconocidos las que obtendrán el interés de la Universal, y cuya trascendencia ni siquiera es imaginada en el momento de su rodaje. Se trata de Drácula de Bram Stoker, y Frankenstein de Mary Shelley.
Ambos personajes están muertos, y sin embargo viven. El primero se sirve de los vivos para alimentarse. El fluido sanguíneo es su flujo vital y a la vez el símbolo de su desdicha. El segundo vuelve de la muerte sin los atributos imprescindibles para vivir en sociedad. Tiene demasiado amor y demasiado odio para dar. Si no puede concretar su romanticismo expresará su rencor hasta la destrucción total.
La vida de ambas criaturas es miserable, pero a la vista de los demás se presenta como aterradora. No puede el hombre común advertir el secreto sufrimiento sepultado en la siniestra imagen de sus cuerpos.
El impacto de estas dos historias recorrió el cine de terror en múltiples variantes, y tal vez sea la semilla que germinó en los varios subgéneros que brotaron en los años 60.
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Inicios y evolución del terror en el cine
Un antecedente poderoso lo constituye la figura de Lon Chaney, pionero del terror en películas mudas como Nuestra Señora de París y, en especial, El fantasma de la Ópera . Su habilidad para transformarse mediante técnicas propias de maquillaje le ganaron el apodo como “el hombre de las mil caras”.
En 1922 el alemán F.W.Murnau se propuso adaptar Drácula, pero al no obtener los derechos rebautizó a su vampiro como “Nosferatu”. La delicada poética de este film ejemplar constituye la roca donde se edificarán los éxitos norteamericanos de la década siguiente.
Es en 1931, con el doble estreno de Frankenstein dirigida por James Whale y Drácula dirigida por Tod Browning, cuando la Universal lleva el lenguaje del terror a una fórmula difícil de igualar, y que a la vez catapulta a sus estrellas Boris Karloff y Bela Lugosi, quienes luego quedarán encasillados en el género. La estética de estos dos filmes, constituyó a su vez un modelo sobre el que trabajarán los artesanos del terror durante casi tres décadas.
A partir de entonces, se rodaron obras que se sumaron a la concepción colectiva del terror, como Dr. Jekyll y Mr. Hyde , de Rouben Mamoulian en 1931, La momia de Karl Freund en 1932, y Freaks de Tod Browning en 1932, una verdadera rareza, híbrido de terror con comedia y documental.
A la Universal le surge una competidora. La RKO sale al ruedo y produce la sorprendente King Kong de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en 1933, la primera reunión del stop-motion con los actores vivos, cuyo impactante resultado dejó sin aliento al público de entre guerras.
Al llegar a 1941, la Universal deja suelto al peligroso Hombre Lobo encarnado por Lon Chaney Jr., hijo del genio del maquillaje. También, promueve varias secuelas de Frankenstein. Por su parte, la RKO comienza a navegar en un océano totalmente diferente con La mujer pantera , de Jacques Tourneur en 1942. Algo de lo fantástico comienza a presentirse, a aludirse antes de ser mostrado. Es el punto de partida del terror psicológico.
A fines de los años 50 hace su arribo al género la mítica productora inglesa Hammer, que durante tres décadas se abocará a la producción de un terror gótico de estructura sencilla, colores poderosos y actuación atildada. Hammer no olvidó a las criaturas fundadoras. Su arranque fue La maldición de Frankenstein (1956), a la que siguieron Drácula (1958) y La Momia (1959). Su director estrella fue el londinense Terence Fisher, y la mayoría de los indecorosos personajes principales fueron encarnados por Christopher Lee y Peter Cushing.