Els llibres del temps
P REÁMBULO
Tengo por costumbre reseñar siempre el origen de cuantos papeles llegan a ver la luz. En este caso, fue una conversación intrascendente con un buen amigo que tuvo lugar en la primavera de 2004 en la estación de Sants en Barcelona, mientras esperábamos que se hiciera la hora de salida del Euromed que habría de conducirnos a Valencia. Fue entonces cuando mi acompañante me dijo aquello de «una biografía de la Rita sí que tendría tema . ¿Por qué no te animas?» La idea permaneció en reposo algo más de un año. Otras eran las urgencias del momento y muchas las dudas. ¡Escribir una biografía (no autorizada, por supuesto) de Rita Barberá! De entrada, parecían palabras mayores y una empresa nada fácil. Cierto es —pensé ya en aquel momento— que no parece lógico que una alcaldesa «de éxito» como ella no haya sido objeto de ningún tipo de hagiografía, biografía especializada ni nada por el estilo. Y ya lleva —llevábamos— trece años bajo (nunca mejor dicho) su mandato y no aparecían demasiadas nubes en el horizonte. Con un poco de suerte —pensé—, si repite en 2007, tenemos Rita de alcaldesa 20 años. En aquel entonces, en la estación de Sants, ya había batido el récord de longevidad política en el cap i casal que ostentaba su admirado Rincón de Arellano, cuyo mandato transcurrió entre el 8 de octubre de 1958 y el 22 de noviembre de 1969.
Como digo, la idea permaneció en el tanque de maduración, haciendo compañía al habitual y no precisamente exiguo paquete de proyectos in pectore del que uno va tirando mano cuando la sacrosanta urgencia lo permite. De vez en cuando volvía a pensar en la idea y dedicaba breves minutos al habitual contraste de ganas, posibilidades, oportunidades y peligros, una especie de DAFO casero. La primera vez que hice el ejercicio de marras descarté el género de la biografía (la hagiografía ya la harán otros —pensé—) porque, al no existir una relación personal ni la mínima probabilidad de establecerla ni de optar al género de la biografía autorizada (no estaba en mis planes ni en mis deseos), era éste un terreno vedado si se descartaba, como era el caso, cualquier ejercicio de periodismo amarillo fundado en el libelo y el escándalo fácil.
En cambio, me parecía que podría tener interés para el lector el que alguien le facilitara las claves para entender su incontestable éxito como alcaldesa de la ciudad. Responder a aquello de «¿qué tiene Rita?» sin duda tenía su morbo y más cuando ya se había hecho una cómoda posición en el reino de los lugares comunes el que no había quien le venciera en las urnas y se consolidaba la idea de que, incluso, proyectaba un halo de pesimismo entre sus oponentes, presos de la desmoralización.
En sucesivas revisiones fue tomando cuerpo la idea de que para entender el éxito político de Rita Barberá —para desesperación de sus críticos— era preferible no entrar en el proceloso mundo de las «cifras» que supuestamente avalan o no el éxito de la gestión de un alcalde o alcaldesa. En primer lugar porque había llegado hacía algunos años a la conclusión de que el personal vota en función de variables bastante más complejas que la pura y simple «gestión». El que en las elecciones del 10 de junio de 1987 el barrio de la Amistad votara mayoritariamente a la derecha cuando se había hecho en el barrio una urbanización «integral», empezó a hacerme dudar del esquematismo gestión-resultados. Para abundar en el argumento, tenía en mi memoria la experiencia de la febril actividad desplegada por Clementina Ródenas (con el respaldo financiero de la Generalitat —y también del Banco de Crédito Local—, negado hasta entonces) en los dos años que duró su mandato y que no impidieron el triunfo de la derecha en 1991. Las luchas intestinas en el PSPV-PSOE acabaron pasando factura. Todo parecía indicar que el factor de empatía, de confianza, de credibilidad, eran bastante más importantes que los «balances de gestión» a la hora de obtener el voto.
Había una razón adicional para huir de una explicación «objetiva» del éxito de Rita Barberá que tuviera como eje el análisis de su gestión. Si partíamos de ésta nos encontraríamos a buen seguro con la paradoja de que una gestión muy discutible casaba mal con el resultado de las urnas. Y tenía poco sentido castigar al lector con un aburridísimo ejercicio del tipo «donde dice… hay que poner…». Las cifras son muy sufridas y, como tendremos ocasión de comprobar, nuestra alcaldesa es especialista en bombardear a la opinión con una verdadera avalancha de cifras en las que el análisis comparativo, la utilización de series deflactadas que «descuenten» el efecto de la inflación y otras sutilezas brillan por su ausencia. Basar el trabajo en una contestación sistemática de los supuestos logros de gestión era por tanto, un mal camino cuando, además, el propio transcurso de los años y del pago de impuestos hace que sea lógico la existencia de «novedades» en la ciudad que no son una dádiva o regalo sino el resultado normal de la gestión. Cualquier gobernante puede exhibir «lo que ha hecho». Es su obligación, no su mérito, pero la opinión pública es más generosa que todo ello.
Descartada la biografía o la hagiografía y desechada también la supuesta virtud de la ecuación gestión-votos como eje conductor, el tipo de enfoque metodológico a aplicar iba complicándose hasta el punto de hacerme dudar en varios momentos de la factibilidad del proyecto. Me salvó — in extremis — mi creencia en que el quid de la cuestión residía en el «mensaje» transmitido y que la aceptación mayoritaria de dicho mensaje en 1995, 1999 y 2003 se basaba en parte en características del perfil de Rita que tienen que ver con la psicosociología colectiva de la ciudad, pero también en la habilidad para transmitir un mensaje que generaba confianza y adhesión. Estaba por tanto en el populismo la explicación de la falla y no en la calidad de la gestión. De un populismo que, a priori, aparecía revestido de importantes dosis de realidad virtual que confería una especial opacidad al resultado final. No era fácil entrar en la densa nube y separar realidad de ficción. La conocida expresión de «vender humo» era aquí de aplicación con el importante matiz de que parecía tratarse de un humo denso y trabado, un medio de escasa proporción de oxígeno pero al que se había habituado con sorprendente rapidez el sistema respiratorio de una amplia mayoría de los ciudadanos, a tenor del veredicto de las urnas.
Porque, con diferencia, lo más importante de la Copa del América, por ejemplo, no radica tanto en las modificaciones experimentadas por la ciudad como en la construcción desde el poder de una auténtica realidad virtual difundida con éxito por el poder mediático y parcialmente asumida por la población. Una imagen virtual muy potente que encandila y que propicia la confusión de deseos y realidades No pretendemos mantener la estúpida tesis de que no ha habido cambios relevantes en la ciudad. Sólo afirmamos que social y políticamente la construcción virtual de la «Nueva Valencia» tiene bastante más trascendencia que estos cambios.
A nadie con dos dedos de frente se le puede ocurrir que la Valencia Virtual nació el mismo día en que la ciudad fue nominada sede de la 32th America’s Cup , aquel fantástico 26 de noviembre de 2003. Como tampoco sería de recibo defender que la Valencia Virtual es un invento que nace y muere con Rita Barberá. De hecho, la actividad política lleva inexorablemente aparejada la asignatura de cómo construir una realidad virtual. En la medida —por otra parte necesaria— que los gobernantes ofrecen metas, retos e ilusiones a la población, sería inverosímil que no nos tropezáramos con un cierto grado de realidad virtual. El I have a dream es consustancial a la práctica política y el gobierno local es también y sobretodo un gobierno político, aunque a veces se quiera negar esta evidencia refugiándose en el subterfugio de que lo realmente importante es la «gestión»