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Al hermoso icono de mi madre.
No es fácil elaborar un libro sobre un tema tan amplio como el arte Románico y la época convulsa en la que tuvo lugar su nacimiento, desarrollo y término. Tiempos duros, de invasiones, calamidades, hambrunas y enfermedades, que se desataron sobre una población influida por la dureza del día a día y mediatizada por las supersticiones.
No se trata sólo de contar un estilo más en la sucesión de etapas que componen la Historia del Arte. Al contrario, el arte hay que incardinarlo en la sociedad que lo produjo. Y hablar de sociedad es hablar de todo, de todo sobre lo que se forma y sustenta el pensamiento humano.
Por eso, este libro de Carlos Javier Taranilla cumple una importante finalidad: enseña, con habilidad pedagógica –la que procede del ya largo ejercicio de su profesión docente–, todas las características y peculiaridades del estilo que se terminó llamando Románico porque empleaba los elementos característicos del arte romano (el arco de medio punto y su proyección en el espacio: la bóveda de medio cañón), al igual que las lenguas derivadas del latín se denominaron romances.
Se dice que el científico descubre y el artista crea. Como un artista de los muchos que –la mayoría anónimos– crearon el que ha sido considerado primer estilo unitario de Occidente, el autor de este libro va hilvanando los capítulos del mismo para conducirnos, a través del entorno que rodeó a los creadores, por los caminos del arte Románico e ilustrarnos en el panorama histórico de la Alta Edad Media (desde el s. VI hasta fines del XII ), para llegar hasta las estribaciones del arte Gótico, que comienza a alborear de la mano de la orden cisterciense.
Estamos ante un texto elaborado a conciencia por su autor, en un derroche de esfuerzo y documentación que ha creado, para los lectores, esta obra amena y rigurosa, ambiciosa en sus planteamientos y lograda en su ejecución, fácil de leer y de entender; un libro de cabecera para quien desee ampliar sus conocimientos por el puro placer de saber o para ilustrarse antes de iniciar cualquier ruta; por ejemplo, el Camino de Santiago. Si la lectura es uno de los pocos placeres eternos, este libro de Carlos Javier Taranilla no hace más que confirmarlo.
Un anexo dedicado a la interesantísima iconografía románica, tanto religiosa como profana, incluyendo el sorprendente capítulo del bestiario, con la colección de animales no sólo reales sino también fantásticos en alucinante teriomorfismo, además de las figuras impúdicas que parecen burlarse de los predicadores y del terror al Juicio Final, completa este libro, en el que no faltan un glosario de términos artísticos y una selección bibliográfica, ilustrado con abundante material gráfico, que incluye fotografías y planos de edificios.
No podemos pedir más. Estoy segura de que este trabajo de Carlos Javier Taranilla, en el que vuelve a combinar –como hiciera ya en su Breve historia del Arte – el ensayo histórico con el análisis estético, resultará también una referencia importante en la bibliografía sobre el Románico.
Marta Pastor
Directora de Ellas pueden. Radio 5 RNE
Europa durante la Alta Edad Media o Edad de las Tinieblas
A partir de la caída del Imperio romano (476) se produjo en Europa occidental una ausencia de unidad tanto política como religiosa debido a las invasiones –hoy se considera más correcto hablar de migraciones– de los pueblos bárbaros, que se fueron asentando por el continente excepto en el área suroriental donde el Imperio bizantino (antiguo Imperio romano de Oriente) actuaba como barrera por su fortaleza militar, que se manifestó con el emperador Justiniano (s. VI ) en la reconquista de la cuenca mediterránea, la cual volvió a convertirse en mare nostrum .
Así mismo, la ocupación de la península ibérica por parte de los musulmanes, a partir del año 711, supuso la entrada en contacto de civilizaciones muy dispares que, con el tiempo, terminarían produciendo una fecunda síntesis cultural.
El término Edad Media quedaría fijado en la escuela protestante alemana del siglo XVII con Christobal Keller a través de la voz Mittelalter, conociéndose como Alta Edad Media su primera parte, es decir, la más lejana a nuestro tiempo.
Habiendo sido calificado este período de oscurantista –Edad de las Tinieblas–, no podemos mantenerlo en su totalidad, ya que, como veremos, el saber continuó vivo en las escuelas monásticas, donde, además del protagonismo que cobraron los textos religiosos, también se tradujeron y trabajaron obras antiguas.
En ese mundo inestable e inseguro la religión se convirtió en un referente constante tanto para la sociedad como para las creaciones artísticas y culturales, siendo la Iglesia la principal promotora de unas manifestaciones cuyo principal cometido era dar forma visual a las narraciones de los textos sagrados. Hasta la arquitectura civil, escasa y secundaria, se vio supeditada, como más adelante veremos, al arte religioso y, respecto al patrocinio privado, prácticamente no se ha conservado ningún resto destacable.
Esta época, que se sitúa entre la caída del Imperio romano de Occidente y el inicio de la Baja Edad Media en el siglo XII –llamada así en el sentido de «reciente», por oposición a la Alta, del alemán alt : ‘viejo’, ‘antiguo’–, constituye un largo período de tiempo en el cual el único aglutinante culturalmente hablando lo constituyó el arte denominado Románico, que se extendió por amplias zonas del centro, norte y oeste de Europa de la mano de la Iglesia con la aquiescencia de los poderes políticos (el rey y la nobleza), a quienes convenía la sumisión y el temor que propagaba. El Románico, pues, no fue sólo un arte religioso, sino también aristocrático, expresión de la superioridad de los dos estamentos que ocupaban la cima de la pirámide social: nobleza y alto clero. Ambos fueron los promotores del arte, que, de este modo, cumplió dos funciones: ilustrar a los analfabetos y ensalzar a las clases dominantes para dejar asentado que aquel poder teocrático se ejercía por delegación divina, constituyendo, pues, las manifestaciones artísticas un instrumento propagandístico al servicio de los poderosos, mientras en una nueva Europa, surgida de las cenizas de Roma, iban forjando su futuro las nuevas naciones.
Los siglos del oscurantismo
(ss. VI-VIII )