El arte, esa palabra de cuatro letras que abarca un mundo entero de formas y colores, ha constituido desde tiempos pretéritos la principal vía de expresión de las diferentes civilizaciones que han caminado sobre la Tierra. El papel del componente artístico es clave para conocer y comprender el sendero marcado por las diferentes culturas a lo largo de la historia: su modo de vida, su nivel de desarrollo, sus gustos, sus creencias y sus miedos han quedado inmortalizados en el tiempo por el deseo y la necesidad de expresar y comunicar algo a través de lo que hoy entendemos como arte. Pero lo que hoy entendemos como arte es un concepto que ha sufrido diversas mutaciones en el tiempo, ya que en la actualidad difiere enormemente del significado que tenía, por ejemplo, hace 2.500 años en la Antigua Grecia, a pesar de que fue allí donde se dieron los primeros pasos de la cultura occidental.
Cabe advertir que el presente libro centra su discurso en el arte occidental, por lo que el resto de las manifestaciones artísticas solo se citan por la relación que guardan con éste. Así, en el libro, aparecen a partir de los siglos XVIII y XIX, momento en que son descubiertas por los occidentales. Puede sorprender el enorme salto cronológico que se produce al pasar directamente del arte prehistórico al arte clásico, dejando de lado las manifestaciones de las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Egipto, así como el arte milenario oriental, precolombino, africano y oceánico. En este sentido, estaríamos hablando de una historia del arte incompleta. Sin embargo, hay que reconocer que la inefable dimensión del universo artístico no se puede condensar en un solo libro. Más bien necesitaríamos una enciclopedia entera y aun así nos dejaríamos un sinfín de cosas en el tintero.
¿Para qué sirve el arte? Parafraseando a Ernst Fischer, no sabemos para qué sirve, pero sí sabemos que es absolutamente necesario. Siempre seremos libres a la hora de dar nuestro criterio acerca de una pieza artística. Una pintura nos puede gustar mientras que otra nos puede dejar indiferentes, sin tener que dar ninguna justificación al respecto. Pero precisamente en esa capacidad subjetiva radica la fuerza del arte, en su capacidad de emocionar, de gustar y de horrorizar al mismo tiempo.
Por último, el hilo conductor de este libro viene marcado por el diálogo entre dos personas, a través de una serie de preguntas y respuestas en las que se van desgranando las principales manifestaciones artísticas de cada periodo histórico, con el posterior comentario de dos obras al final de cada capítulo. Los interlocutores pueden ser un padre que se dirige a su hijo o, por qué no, un hijo que le explica a su padre, ya en la vejez, todo aquello relacionado con el arte que nunca antes se había atrevido a comentarle. De hecho, este libro, si bien tiene un enfoque orientado al público juvenil, también guarda un recoveco para el lector adulto que quiera iniciarse en el conocimiento de la historia del arte de una manera diferente a la que podría ofrecer un libro de texto. Nos encontramos, por tanto, ante una historia del arte para jóvenes de todas las edades.
CAPÍTULO
El arte de la Prehistoria
—Convencionalmente, la historia de la humanidad empieza con la Prehistoria; ¿podríamos aclarar este concepto?
—Efectivamente, es una convención. Existe historia de la humanidad desde la aparición de los homínidos. Pensar que los hombres y las mujeres de hace 200.000 años, por el mero hecho de que no se conservan restos escritos de esa época, están fuera de la denominada historia, es, cuanto menos, injusto. Pero, manteniendo la convención, llamamos Prehistoria al periodo que va desde hace más de dos millones de años hasta los últimos milenios antes del nacimiento de Cristo.
—Pero ¿cuándo y dónde empieza el arte?
—Las primeras muestras de creación de imágenes se remontan a unos 40.000 años a. C. Hemos encontrado pinturas y esculturas que, a la luz de nuestros conocimientos actuales, pensamos que representan animales o signos abstractos. Esos restos se encontraron, fundamentalmente, en la parte occidental de Europa; nos referimos a las pinturas rupestres y a pequeñas estatuillas de hueso o piedra.
—¿Podemos hablar de artistas en esa época?
—Con nuestra concepción actual de artista, no. Sin embargo, tenían una habilidad y una maestría a la hora de crear objetos y representaciones, y, en ese sentido, sí que son artistas.
—¿Qué tipo de arte hacían?
—Nos han quedado restos de pinturas sobre las paredes internas de las cuevas, modelados de animales en arcilla, incisiones figurativas sobre huesos de animales y representaciones femeninas realizadas con materiales de alta calidad, como obsidianas y piedras especiales.
—¿Cómo realizaban estas esculturas y modelados?
—Las pinturas se realizaban mezclando pigmentos naturales, extraídos de tierras, de rocas o del carbón, que se mezclaban con agua y grasas animales. Esta mezcla, al ser aplicada sobre la roca húmeda de las cuevas, provocaba una reacción química, como ocurrió mucho más adelante con la técnica al fresco. Hemos de descartar el tópico de pinturas hechas con sangre. Respecto a la escultura, el modelado, las incisiones y la talla eran las técnicas utilizadas.
—¿Para quién se pintaba?
—Bien, el periodo prehistórico fue enormemente largo y, al final del mismo, encontramos pinturas en paredes y pequeñas oquedades de las montañas: son las pinturas del Mesolítico y del Neolítico. Estas pinturas, en todo caso, se encuentran en lugares bastante inaccesibles. Por otro lado, hemos de descartar que tengan una función contemplativa. Las pinturas no se hacían para ser vistas sino que, muy probablemente, tenían un componente mágico: se pensaba que eran capaces de influir sobre la realidad. Las preocupaciones principales de la humanidad prehistórica eran la alimentación y la reproducción. Las representaciones de bisontes, caballos, ciervos, etc., podían estar relacionadas con mitos que favoreciesen la fertilidad o la caza. Más adelante, las pinturas más modernas de la Prehistoria, las del Mesolítico y el Neolítico, también hacían referencia a crónicas, a narraciones: representan escenas de caza, combates y recolección de alimentos. Respecto a la escultura, hay que resaltar la existencia de las Venus, figuras femeninas con senos y caderas exuberantes, que están, sin duda, relacionadas con ritos ligados a la fertilidad.
—Si únicamente se han conservado algunas pinturas y esculturas, pero no tenemos ningún documento de la época, ¿cómo podemos conocer el arte prehistórico?
—Realmente, las interpretaciones que se han hecho son hipótesis, conjeturas, algunas de ellas basadas en prácticas observadas en poblaciones con niveles de desarrollo similares a los de la Prehistoria, como fue el caso de los pigmeos africanos. Pero qué duda cabe de que nuestro conocimiento es muy limitado y que tendemos a proyectar sobre lo desconocido nuestras elucubraciones. Por otra parte, como la existencia de estas obras prehistóricas nos emociona, les otorgamos un contenido artístico.
—Hemos hablado de pintura y escultura. ¿No hay restos de arquitectura en la Prehistoria?
—Durante centenares de miles de años la población vivió de manera nómada, ocupando cuevas temporalmente. El ejemplo de Atapuerca es espectacular. La población se hizo sedentaria en un periodo mucho más cercano a nosotros, entre los 10.000 y 5.000 años a. C. Todas las construcciones de paja, ramas y madera, resultaron, como no podía ser de otra manera, efímeras. Sin embargo, se han conservado grandes piedras colocadas artificialmente, formando conjuntos que constituyen los primeros indicios de arquitectura.