ADVERTENCIA
La presente edición es una versión corregida del libro El ultimo año de Perón, publicado en la colección «Universidad y Pueblo» de la Universidad Simón Bolívar de Barranquilla, Colombia, 1981.
Julio Godio (La Plata, provincia de Buenos Aires, 1939 - Buenos Aires, 20 de mayo de 2011) fue un sociólogo e historiador argentino, especialista en temas sindicales y movimiento obrero, considerado «una figura intelectual clave» de los estudios sobre el movimiento obrero argentino.
Fue investigador de la Universidad de Glasgow, Escocia, de las universidades venezolanas del Zulia y Central, y en las universidades argentinas de Buenos Aires, Nacional de La Plata y Nacional del Comahue. Íntimamente vinculado al movimiento obrero argentino y latinoamericano, se desempeñó como investigador en varias universidades de Argentina y el extranjero antes de cumplir funciones para la Organización Internacional del Trabajo entre 1986 y 1996 en ACTRAV (Oficina para las Actividades de los Trabajadores).
Fue autor de varias de las investigaciones más extensas existentes acerca de los movimientos obreros latinoamericanos, incluyendo una monumental Historia del Movimiento Obrero Argentino (1878-2000) en cinco volúmenes, y desarrolló una extensa actividad periodística.
CAPITULO 1
UN BALCÓN ENTRE DOS ÉPOCAS
I
Después de dieciocho años, el ya anciano general volvió a ocupar su lugar en el balcón central de la Casa Rosada, ante la Plaza de Mayo. Era la tarde del 12 de octubre de 1973. Pocas horas antes, como presidente de los argentinos por tercera vez, se había dirigido a ambas Cámaras en un breve y conciso discurso en el cual insto a la unidad nacional para garantizar la «Reconstrucción y Liberación Nacional» de la Argentina. Ahora, reivindicado por sus propios compañeros de armas con el grado de teniente general, el caudillo de setenta y ocho años volvía a lucir como en sus mejores tiempos. Es cierto que una lamina protectora establecía cierta distancia entre el líder y la masa. También es cierto que no más de 80 000 personas habían acudido a la plaza. Todo ello, en última instancia, reflejaba el momento político en el cual Perón volvía al gobierno. Pero lo esencial de ese acto, para la gran mayoría del pueblo argentino, fue escuchar nuevamente aquella palabra por la que habían luchado durante dieciocho años: «Compañeros».
Al llamado siguió la ovación. Una ovación que provenía mayoritariamente de hombres y mujeres jóvenes. Pues quienes ese día habían ganado las calles, pese a la represión que sufrían desde el 20 de junio, eran los militantes de Montoneros y la Juventud Peronista (JP). Los dirigentes cegetistas, en cambio, habían preferido mantener a la mayoría de los trabajadores organizados fuera del contacto bullanguero y con sabor a «zurda’» de esa masa juvenil compuesta por obreros jóvenes, villeros, estudiantes, empleados y profesionales.
Compañeros —repitió Perón—: Hay circunstancias en la vida de los hombres en las cuales uno se siente muy cerca de la Providencia. Para mi esa circunstancia se presenta cuando tengo la inmensa satisfacción de contemplar al pueblo. Pero hay otra satisfacción y es la tremenda responsabilidad que representa el servir a ese pueblo. Por eso, para mi, la presente circunstancia, en que tengo frente a mí a este pueblo al que le debo todo, es para mi un acicate para decirle que estoy a su servicio y pedirle que me ayude a defender esa tremenda responsabilidad manteniéndose en paz.
Una nueva y larga ovación obligo al orador a detenerse. Eran las primeras frases que pronunciaba desde el 31 de agosto de 1955 en el histórico balcón. Entonces, acosado por el golpismo en marcha, había lanzado aquella famosa amenaza: «Y cuando uno de los nuestros caiga caerán cinco de ellos».
Aquel 31 de agosto de 1955 la consigna de guerra respondía a una necesidad política concreta: impedir el avance golpista. Ahora, en cambio, lo que correspondía era una consigna que sintetizase la nueva función que la historia argentina, como resumen de los convulsionados años de la dictadura, había asignado a Perón. Y esa función era la identificación de la personalidad de Perón con los intereses de la nación misma.
Por eso, a las palabras del presidente la multitud respondió: «Perón y Argentina».
¿Cómo se había producido semejante mutación en los papeles entre el 31 de agosto de 1955 y el 12 de octubre de 1973? Este libro tratara de dar respuesta al interrogante. Pero adelantemos la hipótesis: durante dieciocho años, la resistencia popular a políticas regresivas en la distribución del ingreso había ido creando nuevamente las condiciones para un reagrupamiento popular y antiimperialista. Desde el Cordobazo de 1969 esta tendencia se había reforzado. Y Perón, líder del movimiento de masas más importante de la Argentina desde los años de Hipólito Yrigoyen, había logrado identificar en su persona los intereses que, desde el obrero y el chacarero pobre, pasando por las capas medias hasta fracciones de la alta burguesía nacional, convergían en la necesidad de llevar adelante un proceso de liberación nacional. La hegemonía de una política y una ideología nacionalista populista en el amplio frente denominado FREJULI encontraba el summum en el general Perón.
La consigna coreada por la masa agradó al orador. Él había dicho una y otra vez, desde su retorno definitivo al país el 20 de junio, que venía a encabezar una lucha que era común al 80 por ciento del pueblo argentino. Con ello Perón englobaba en el espectro nacionalista popular no sólo a los 7,3 millones de votos del
Pero si bien la consigna le agradaba, la preocupación de Perón consistía en cómo mantener cohesionado políticamente a ese 80 por ciento. Pues, a grandes rasgos, dentro de ese conglomerado coexistían distintas clases sociales y corrientes diferentes por la calidad de sus objetivos, por sus historias concretas; en síntesis, por las particulares formas de concebir esa genérica «Reconstrucción y Liberación Nacional».
Por eso a Perón no le bastaba con ser identificado verbalmente con la nación. Perón necesitaba que la nación misma se ajustase a su programa de gobierno y que reinase la paz social en la república para poder aplicarlo. Así, las palabras que pronunció después de acallarse la multitud fueron:
Si yo hubiera pensado solamente en lo que puedo tener de capacidad para realizar un gobierno, no hubiera aceptado. Lo he hecho porque tengo absoluta seguridad que el pueblo argentino me acompañara con todo su esfuerzo y toda su inteligencia. Cada argentino tiene la obligación de colaborar y trabajar cada día más.
Es precisamente esa profunda fe que tengo en el pueblo de la patria la que me ha impulsado a aceptar la responsabilidad de conducir al país y sólo espero que todos los argentinos, de cualquier matiz político que sean, comprendan que en la paz que podamos mantener y el trabajo fecundo que debemos realizar está el destino que tenemos la obligación de defender. Por eso, a todos los argentinos y especialmente a los peronistas, es que los exhorto a que pongamos desde mañana mismo toda nuestra actividad al servicio de la reconstrucción de nuestra patria. Cada uno de nosotros tendremos en el futuro un poco de responsabilidad si esa tarea no se realiza.
Yo y el gobierno pondremos todo nuestro empeño, pero necesitamos que todo el pueblo ponga el suyo, ya que hoy nadie puede gobernar en el mundo sin el concurso organizado de los pueblos.
La tarea que se proponía el anciano general era compleja. Enfrente de él, asimilando la derrota y preparándose para la contraofensiva, tenía a la oligarquía conservadora. Él, estimando la nueva situación internacional favorable a una política de amplias alianzas «tercermundistas» y aprovechando la situación interior de franco repliegue oligárquico, se preparaba para la batalla. Pero era consciente de que las cosas tallaban en su propia retaguardia. Pues no sólo el caballo troyano de los monopolios había penetrado en sus propias filas sino que el proceso de radicalizacion política de los últimos años había ido forjando corrientes de izquierda propensas a pugnar con el mismo por la hegemonía en el frente del pueblo. Y entre esas corrientes, las de mayor capacidad de movilización eran los Montoneros y la JP Regionales. Perón estimuló a los Montoneros cuando toda su fuerza estaba dirigida contra la dictadura. Ahora debía «sofrenar» a esos jóvenes que por miles se habían concentrado en la Plaza de Mayo.