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Eduardo Anguita - La voluntad 3. La patria socialista

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Eduardo Anguita La voluntad 3. La patria socialista

La voluntad 3. La patria socialista: resumen, descripción y anotación

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«La Voluntad III», recorre el período que va desde el 25 de mayo de 1973 —asunción de Héctor Cámpora— hasta la muerte de Juan D. Perón en julio de 1974. Durante esa etapa, miles de personas tuvieron un sueño al alcance de la mano: Héctor Cámpora asumía la presidencia y el país se encaminaba hacia el cumplimiento de los ideales revolucionarios. Pero el 20 de junio, Perón regresa desde Madrid y lo que debía ser una fiesta de bienvenida se convierte en una emboscada y en un tendal de cadáveres. El 13 de Julio Cámpora renuncia y se convoca a nuevas elecciones. El 23 de septiembre, Perón obtiene un triunfo abrumador en las urnas. Dos días más tarde los Montoneros matan a José I. Rucci. En un poco más de tres meses, la Argentina había cambiado y vuelto a cambiar, y más que nunca, el vértigo y lo impredecible pautaban la vida. Eduardo Anguita y Martín Caparrós han hecho una crónica de esos días decisivos y todavía oscuros: un retrato dramático y vital de la clausura de una época que estaba llamada a ser historia.

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Biografía

Eduardo Anguita nació en Buenos Aires en 1953. Por su militancia en el ERP, estuvo preso entre 1973 y 1984. Licenciado en Comunicación Social, es docente universitario y periodista en medios gráficos, radiales y televisivos. La Voluntad es su primer libro.

Martín Caparrós nació en Buenos Aires en 1957. Empezó a trabajar en el diario Noticias en 1973. Entre 1976 y 1983 se exilió en París (donde se licenció en Historia) y Madrid. Ha hecho periodismo deportivo, cultural, taurino, gastronómico, político y policial en prensa gráfica, radio y televisión. Fue docente universitario, dirigió varias revistas, y sus artículos aparecen en diversos medios de América y Europa. Publicó novelas, libros de viajes y ensayos.

Catorce

Como no tenía domicilio fijo, Emiliano Costa solía dormir en casas de militantes o, incluso, en el caserón de la avenida San Juan. Pero esa noche Emiliano se había quedado en el local de la JTP porque desde el día anterior arreciaban versiones extrañas. Ya era de mañana, y las versiones seguían dando vueltas:

—La más rara es la que tiró el Brujo anoche, después del discurso de la Chabela: «Si se va Perón, también se va la señora vicepresidenta y este humilde servidor». ¡Es un terrible caradura!

—Un canalla, un cínico, un hijo de puta…

Precisó Andrés Castillo. Tomaban mate, especulaban y, a falta de televisión, tenían la radio a todo volumen, con Horacio Guarany de fondo, esperando que el locutor de turno anunciara la cadena nacional. El martes 11 de junio Isabel había salido por la radio anunciando que el gobierno iba a castigar a los acaparadores de mercaderías y que iba a tomar medidas contra el agio y la especulación:

—Vemos volver al escenario del país a una clase inmoral, carente de sensibilidad nacional, que denominamos los especuladores…

Había dicho, con su voz de falsete, la señora de Perón. Todos se preguntaban por qué era Isabel la que había hablado, en vez de Perón o Gelbard, y encima acompañada por López Rega. Andrés decía que se confirmaba la vieja versión montonera.

—Es que lo tienen cercado al Viejo…

—Sí, pero vamos a ver qué dice el Viejo, ahora, cuando hable.

A las 11 de la mañana del miércoles 12, en pocos minutos más, Perón hablaría al país. Cada tanto, Emiliano se esperanzaba con que el General recapacitara:

—Yo creo que después del 1.º de mayo se dio cuenta que se estuvo equivocando y que va a tratar de retomar la iniciativa él mismo, más allá de los tironeos del vandorismo con el Brujo…

Guarany se calló de pronto. La habitación donde estaban Emiliano y Andrés se llenó con los militantes y dirigentes de agrupaciones que se habían autoconvocado esa mañana. Al principio parecía que Perón les hablaba a ellos:

—… pequeñas sectas perfectamente identificadas, con las que hasta el momento fuimos tolerantes, que se empeñan en obstruir nuestro proceso…

—Y lo bien que hicimos en irnos de la plaza…

—Shhh… Paren, che.

Pero después Perón repartió para el otro lado:

—… frente a los irresponsables sindicalistas y empresarios que violan el Acta de Compromiso Nacional, es mi deber pedirle al pueblo que no sólo los identifique claramente, sino también que los castigue como merecen todos los enemigos de la liberación nacional…

—¡Vamos Pochito todavía!

—… y algunos diarios oligarcas que están insistiendo en la escasez y el mercado negro. Siempre que la economía está creciendo y se mejoran los ingresos del pueblo hay escasez y aparece el mercado negro. En un año de gobierno, nuestros enemigos advierten que el pueblo sabe, sin acudir a las recetas de miseria y dependencia, que mejoramos el salario real de los trabajadores, bajamos drásticamente la desocupación y aumentamos las reservas del país…

Los palos a la «prensa oligarca» eran para Clarín, enfrentado con el plan Gelbard, que se hacía eco de las propuestas de Frondizi de liberar precios y salarios.

—Cuando acepté gobernar, lo hice pensando en que podría ser útil al país, aunque ello implicaba un alto grado de sacrificio personal. Pero si llego a percibir el menor indicio que haga inútil este sacrificio, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores posibilidades. Con esto hago un llamado a todos los que anhelan la paz y la tranquilidad…

El discurso de Perón, como siempre, les dejó elementos para seguir conversando sin llegar a ninguna conclusión. Pero, al rato, los sacudió la noticia. El Flaco Fideo se había quedado cerca de la radio:

—Che, la CGT llama a paro general…

—¿Qué?

—Escuchen…

El locutor leía un comunicado breve: abandono de tareas y concentración en Plaza de Mayo a las seis de la tarde. Faltaban unas pocas horas y la JTP, como todas las fuerzas políticas, fueron tomadas por sorpresa. Emiliano miró las caras que lo rodeaban y trató de actuar con reflejos:

—Voy hasta el local de la JP, a ver qué dicen. ¿Vos qué pensás, Andrés?

—Mirá, no vamos a sacar un comunicado adhiriendo al paro, pero me parece que a la Plaza no podemos dejar de ir.

Hubo ronda de opiniones: la mayoría sostenía que ir sin organización propia no tenía valor político. Emiliano hizo unas cuadras hasta el local de la calle Chile y, enseguida, se dio cuenta que ahí tampoco había mucha capacidad de respuesta. Se cruzó con Juan Carlos Dante Gullo.

—¿Y, Canca?

—Qué sé yo, hay que ir. Es indefendible no ir a la plaza. Lo que pasa es que no podemos armar nada en este tiempo. Acá algunos compañeros llegan, otros salieron a las unidades básicas para fijar puntos de encuentro, pero no tenemos todavía nada organizado…

Emiliano miró el reloj: casi las cuatro de la tarde. Volvió a salir. Las oficinas estaban cerradas, hacía frío, el cielo estaba plomizo. De vuelta en el local decidieron sacar los bombos, los carteles de JTP y armar una columna con los que llegaban. Esperaron bastante, y al cabo de un rato, ocupaban un par de cuadras en la 9 de Julio y San Juan. Eran más de las cinco cuando empezaron a marchar:

—¡Montoneros, montoneros,/ son soldados de Perón,/ los gorilas tienen miedo,/ tienen miedo al paredón!

La marcha fue lenta y no tuvieron problemas en avanzar por la Diagonal Sur hasta la Plaza de Mayo. Ya empezaba a oscurecer y, mientras llegaban, reconocieron a varios militantes que marchaban en dirección contraria. Queco, un morocho de Gas del Estado, sin mucho entusiasmo, le contó a Andrés Castillo:

—El Viejo ya habló, salió al balcón antes de las seis y se le notaba la voz sin fuerza.

—¿Qué dijo?

—No se entendía mucho, pero en un momento se tiró fuerte contra la dependencia. Me parece que no estuvo mal, pero no lo escuché todo… Lo que sí dijo es que cuando el pueblo se decide a la lucha, suele ser invencible. Estuvo bien, el General.

Arropado con un sobretodo oscuro, en su balcón de la Rosada, Perón había dicho que había «muchos que quieren desviarnos en una u otra dirección»:

—… pero nosotros conocemos perfectamente nuestros objetivos y marcharemos hacia ellos sin influenciarnos por los que tiran de la derecha ni los que tiran de la izquierda… Mientras nosotros no descansamos para cumplir la misión que tenemos y responder a la responsabilidad que el Pueblo ha puesto sobre nuestros hombros, hay muchos que pretenden manejarnos con el engaño y con la violencia. Nosotros, frente al engaño y frente a la violencia, impondremos la verdad, que vale mucho más que eso.

Desde abajo, mucha gente desorganizada gritaba Perón, Perón.

—… ni los que pretenden desviarnos ni los especuladores ni los aprovechados de todo orden podrán medrar con las desgracias del Pueblo. Sabemos que, en la marcha que hemos emprendido, tropezaremos con bandidos que nos querrán detener, pero, con el concurso organizado del Pueblo, nadie puede detener a nadie. Por eso deseo aprovechar esta oportunidad para pedirles a cada uno de ustedes que se transformen en un vigilante observador de todos estos hechos que quieran provocarse, y actúen de acuerdo a las circunstancias…

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