Acerca del autor
Jorge Herralde , fundador y director de la editorial Anagrama, inició su carrera bajo la censura del régimen de Franco, en 1969. La editorial cumple en 2009 sus primeros cuarenta años con casi tres mil publicaciones en un catálogo que aspira a la excelencia, dedicado fundamentalmente a la narrativa y al ensayo, tanto en traducción como en lengua española, con un énfasis progresivo en la literatura latinoamericana reciente.
Herralde se ha hecho acreedor a varios premios españoles, europeos y también latinoamericanos, como el Reconocimiento al Mérito Editorial de la Feria del Libro de Guadalajara (2002) y el Gran Premio Provincia de Buenos Aires (2008).
Es profesor honórico de la universidad chilena Diego Portales. Entre los libros que ha escrito en torno a su profesión figuran Opiniones mohicanas (2000), El observatorio editorial (2004), Para Roberto Bolaño (2005) y Por orden alfabético. Escritores, editores, amigos (2006).
El optimismo
de la voluntad
Experiencias editoriales
en América Latina
Jorge Herralde
Texto introductorio de Juan Villoro
Primera edición, 2009
Primera edición electrónica, 2010
D. R. © 2009, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
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ISBN 978-607-16-0270-1
Hecho en México - Made in Mexico
Para Lali Gubern, compañera de muchos viajes
Para tantos amigos y amigas en tantos países
Y para Paola Tinoco, “our woman in Mexico”
Un optimista en la catástrofe
Los textos de Jorge Herralde son los despachos de un corresponsal de guerra cuya trinchera es la incruenta pero agitada vida de los libros. En su frente de batalla no hay cadáveres. Aunque la república de las letras se puede mover por la vanidad y la intriga, él silencia esas ocasiones para celebrar el oficio que tanto lo divierte.
Sus memorias de editor no son ajustes de cuentas sino los recuerdos de un militante que se ha salido con la suya. Durante cuarenta años Herralde ha dirigido su editorial, Anagrama, con el intrépido placer de quien organiza una fiesta en un país con toque de queda. Aunque preferiría gastar menos en champaña y detesta que algún camarero se robe una butifarra, disfruta la variopinta reunión que sólo él puede crear.
Herralde ha dicho que la autobiografía de un editor es su catálogo. Siguiendo esta idea, podemos afirmar que ha tenido numerosas y estimulantes vidas breves. En 1969, el futuro editor de Nabokov, Cohen y Magris era un guerrillero que debía administrar los efectos de su escasa dinamita. No podía contratar grandes nombres pero podía abordar grandes rebeldías. Anagrama apareció en el mapa como adalid de la contracultura, una oportunidad de que las causas del 68 continuaran en letra impresa. Con los años, la radicalidad del proyecto se desplazó a búsquedas estéticas y reivindicaciones gremiales, como la edición independiente y la Ley del Libro. Editor de Gabriel Zaid, Herralde conoce los sinsentidos del mercado y no pierde oportunidad de subir al ring para combatir en pro del precio fijo, que beneficia a la cultura.
Los testimonios de El optimismo de la voluntad tienen cambiantes escenarios. Herralde contrata manuscritos en restaurantes de cinco tenedores y descubre genios en sótanos hinchados de humo. Durante la Feria Internacional de Guadalajara, el sofisticado editor de Jean Giono se sumerge en los ricos submundos de la alteridad. En La Mutualista, bastión underground, departe con los editores independientes que se oponen a los vacuos prestigios en curso y ponen sus páginas al servicio de la liberación sexual, la despenalización de las drogas y los alfabetos de la irreverencia. Carlos Martínez Rentería, editor de Generación, es ahí su cómplice imprescindible. Ningún otro decano de la edición se mueve con la soltura de Herralde en las mesas donde el pulque circula al compás del hip-hop.
Las estampas de este libro revelan a un Marco Polo del desvío que se dirige a un sitio para acabar en otro. Herralde asiste a la entrega de un premio en un castillo para amanecer en el sótano de un autor secreto, llega a México con fines literarios y desemboca en un mitin en el Zócalo en apoyo a López Obrador. Su expedición está abierta al accidente. Este libro retrata situaciones irregulares: Copi tras una nube de marihuana, Monsiváis escapando de quien pretende editarlo, Pitol en el laberinto de una cena diplomática en Praga, Lemebel en su valiente papel travestí de Yegua de la Noche. El autor no registra estas escenas con el folclórico afán de reunir rarezas, sino porque contribuyen a explicar lo que más le interesa: la apasionante dificultad de editar un buen libro.
Un manuscrito leído por Herralde es un palimpsesto de notas. Una de las palabras más raras de la posmodernidad define su condición de lector con pluma en mano: el post-it. Cada original queda tapizado de pequeños papeles, como un animal a mitad de un cambio de piel. Además, el editor escribe en los márgenes con una tinta negra que se acerca progresivamente a la caligrafía sufí. Esa zona (la parte anotada de la página) funciona para él como un pasillo del inconsciente donde asocia sus ideas. Ahí queda la huella del magnífico lector que pasó de las trepidantes crónicas de Wolfe y las indómitas novelas de Bukowski a la mejor literatura británica (su famoso dream team: Amis, McEwan, Barnes y los otros), y de ahí a la narrativa de la segunda mitad del siglo veinte en lengua española: Piglia, Vila-Matas, Marías, Pombo, Pitol, Aira, Pauls, Bolaño, Sada y Fresán, estrellas de una galaxia donde ya hay recientes supernovas: Nettel, Enrigue, Berti, Neuman, Zambra.
El optimismo de la voluntad es una carta de creencia hacia los autores latinoamericanos. Después del boom, la mayoría de los editores españoles desviaron la vista a literaturas de otras latitudes. Herralde se ha mantenido fiel a las voces latinoamericanas. En sus viajes de exploración, no se deja llevar por lo que recomiendan los agentes ni las bolsas de valores locales. En este sentido, su catálogo es siempre heterodoxo respecto a la valoración que las literaturas nacionales hacen de sí mismas, y acaso por eso mismo, tiene altas probabilidades de definir el canon futuro.
Italo Calvino y Natalia Ginzburg trabajaron varios años en la editorial Einaudi en compañía de Cesare Pavese. Ambos dejaron testimonios de la esmerada dedicación que el autor de El oficio de vivir concedía a cada texto. Herralde comparte esa pasión artesanal por los manuscritos y extiende sus tareas de vigilancia a los demás detalles de la edición. Cuando llega a un país, de inmediato va a las librerías y busca sus títulos con la mirada atenta de un fumigador.
Herralde encontró en Eulalia Gubern, su infaltable Lali, la compañía perfecta para ser obsesivo sin morir en el intento. Durante décadas, la pareja ha perfeccionado el truco de trabajar mientras se divierte (si uno de los dos cuenta una anécdota, el otro toma notas mentales para no perder el hilo profesional de la reunión).
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