La literatura nazi en América es, en palabras de su autor, «una antología vagamente enciclopédica de la literatura filo-nazi producida en América desde 1930 a 2010, un contexto cultural que, a diferencia de Europa, no tiene conciencia de lo que es y donde se cae con frecuencia en la desmesura».
Escrita a imitación de los diccionarios de literatura, esta ingeniosísima obra de ficción disfrazada de manual se compone de las más variadas reseñas dedicadas a la vida y la obra de autores inexistentes de una literatura inexistente, y constituye una excelente parodia de la historia real de la literatura iberoamericana.
Con la publicación en 1996 de este diccionario de autores infames, Roberto Bolaño llamó por primera vez la atención de la crítica, que alabó su originalidad y brillante inventiva.
Cuando el río es lento y se cuenta con una buena bicicleta o caballo sí es posible bañarse dos (y hasta tres, de acuerdo con las necesidades higiénicas de cada quien) veces en el mismo río.
AUGUSTO MONTERROSO
Roberto Bolaño, 1996
Editor digital: Sibelius
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ROBERTO BOLAÑO (1953-2003), nacido en Chile, narrador y poeta, se ha impuesto como uno de los escritores latinoamericanos imprescindibles de nuestro tiempo. En Anagrama se han publicado sus libros de cuentos Llamadas telefónicas, Putas asesinas y El gaucho insufrible, y las novelas La pista de hielo, Estrella distante, Amuleto, Una novelita lumpen, Monsieur Pain, Nocturno de Chile, Amberes y Los detectives salvajes (Premio Herralde de Novela y Premio Rómulo Gallegos): «La gran novela mexicana de su generación, expresión del desarraigo literario visceral de los latinoamericanos» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «Un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar. Una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio» (Enrique Vila-Matas); «Una especie de ebriedad narrativa que nos deja abrumados, sonriendo de obnubilación o de admiración» (Fabrice Gabriel, Les Inrockuptibles). Su novela póstuma, 2666, está considerada unánimemente su obra mayor: «Una gran novela de novelas, sin duda la mejor de su producción» (Ana María Moix, El País); «Una novela abierta como Los detectives salvajes, inacabable, más que inacabable… Magistral» (Ignacio Echevarría); «El resultado es magnífico. Lo que aquí se persigue y se alcanza es la novela total, que ubica al autor de 2666 en el mismo equipo de Cervantes, Sterne, Melville, Proust, Musil y Pynchon» (Rodrigo Fresán, Qué Leer). También póstumamente se han publicado Entre paréntesis, El secreto del mal, La Universidad Desconocida y El Tercer Reich.
Roberto Bolaño
La literatura nazi en América
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Sibelius 31.05.14
Los Mendiluce
EDELMIRA THOMPSON DE MENDILUCE
Buenos Aires, 1894-Buenos Aires, 1993
A los quince años publicó su primer libro de poemas, A Papá, que consiguió introducirla en una discreta posición en la inmensa galería de las poetisas de la alta sociedad bonaerense. A partir de entonces fue asidua de los salones de Ximena San Diego y de Susana Lezcano Lafinur, dictadoras de la lírica y del buen gusto en ambas márgenes del Plata en los albores del siglo XX. Sus primeros poemas, como es lógico suponer, hablan de sentimientos filiales, pensamientos religiosos y jardines. Coqueteó con la idea de hacerse monja. Aprendió a montar a caballo.
En 1917 conoce al ganadero e industrial Sebastián Mendiluce, veinte años mayor que ella. Todo el mundo quedó sorprendido cuando al cabo de pocos meses se casaron. Según los testimonios de la época Mendiluce despreciaba la literatura en general y la poesía en particular, carecía de sensibilidad artística (aunque de tanto en tanto acudía a la ópera) y su conversación estaba al mismo nivel que la de sus peones y obreros. Era alto y enérgico, pero distaba mucho de ser guapo. Su única cualidad reconocida era su inagotable fortuna.
Las amigas de Edelmira Thompson dijeron que había sido un matrimonio de conveniencia, pero la verdad es que se casó por amor. Un amor que ni ella ni Mendiluce supieron jamás explicar y que se mantuvo impertérrito hasta la muerte.
El matrimonio que acaba con la carrera de tantas escritoras en ciernes dio nuevos bríos a la pluma de Edelmira Thompson. Abrió su propio salón en Buenos Aires, que rivalizó con el de la San Diego y el de la Lezcano Lafinur. Protegió a jóvenes pintores argentinos a quienes no sólo compraba obra (en 1950 su pinacoteca de plástica argentina era no la mejor pero sí una de las más numerosas y extravagantes de la República) sino que solía llevarlos a su estancia de Azul para que pintaran lejos del mundanal ruido y con todas las necesidades cubiertas. Fundó la editorial Candil Sureño en donde publicó más de cincuenta libros de poesía, muchos de los cuales están dedicados a ella, el «hada buena de las letras criollas».
En 1921 publica su primer libro en prosa, Toda mi vida, autobiografía idílica, cuando no plana, exenta de chismorreos y llena de descripciones paisajísticas y de consideraciones poéticas que, contra lo que la autora esperaba, pasa sin pena ni gloria por los escaparates de las librerías de Buenos Aires. Decepcionada y en compañía de sus dos hijos pequeños, dos sirvientas y más de veinte maletas, Edelmira parte para Europa.
Visita Lourdes y las grandes catedrales. La recibe el Papa. Recorre en velero las islas del Egeo y llega a Creta un mediodía de primavera. En 1922 publica en París un librito de poemas infantiles en francés y otro en español. Luego vuelve a la Argentina.
Pero las cosas han cambiado y Edelmira ya no se siente a gusto en su país. En un periódico reciben la aparición de su nuevo libro de poesía (Horas de Europa, 1923) tildándola de cursi. El crítico literario más influyente de la prensa nacional, el doctor Luis Enrique Belmar, la juzga «dama infantil y desocupada que haría mejor dedicando su esfuerzo a la beneficencia y a la educación de tanto pillete desharrapado que corre por los espacios sin límites de la patria». Edelmira responde con elegancia invitando al doctor Belmar y a otros críticos a su salón. Sólo acuden cuatro periodistas muertos de hambre que atienden páginas de sucesos. Edelmira, desairada, se recluye en la estancia de Azul a donde la siguen unos pocos incondicionales. En la paz de los campos, escuchando las conversaciones de la gente trabajadora y humilde, prepara un nuevo libro de poesía que arrojará a la cara a sus detractores. Horas Argentinas (1925), el poemario esperado, provoca el escándalo y la controversia desde el mismo día de su publicación. En él Edelmira abandona la visión contemplativa y pasa al ataque. Arremete contra los críticos, contra las literatas, contra la decadencia que envuelve la vida cultural. Propugna un regreso a los orígenes: las labores del campo, la frontera sur siempre abierta. Atrás quedan los requiebros y deliquios amorosos. Edelmira quiere una literatura épica, epopéyica, a la que no le tiemble el pulso a la hora de cantarle a la patria. A su manera, el libro es todo un éxito y en un acto de humildad, apenas con tiempo para saborear las mieles del trabajo reconocido, Edelmira parte otra vez para Europa. La acompañan sus hijos, sus sirvientas y el filósofo bonaerense Aldo Carozzone que hace las veces de secretario particular.