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Juan Villoro - La tierra de la gran promesa

Aquí puedes leer online Juan Villoro - La tierra de la gran promesa texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2021, Editor: Penguin Random House Grupo Editorial México, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Juan Villoro La tierra de la gran promesa
  • Libro:
    La tierra de la gran promesa
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial México
  • Genre:
  • Año:
    2021
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La tierra de la gran promesa: resumen, descripción y anotación

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«Los relatos de Juan Villloro tienen ese raro poder no para asomarse al abismo sino para permanecer en el borde del abismo, durante mucho rato, balanceándose y por lo tanto haciéndonos balancear a nosotros sus lectores con movimientos que surgen de la duermevela o tal vez de una lucidez extrema». Roberto Bolaño

Diego González es un documentalista que habla dormido. Está casado con una sonidista que trata de descifrar lo que dice en sueños. Se muda a Barcelona, pero el pasado lo alcanza como una pesadilla. La visita de un viejo conocido, el periodista Adalberto Anaya, trastoca su reciente tranquilidad. Anaya –quien ha vigilado a Diego durante años con la atención casi desmedida de un admirador– lo culpa de haber hecho un documental para entregar a un narco. Diego se ve obligado a lidiar con este enemigo que es, al mismo tiempo, su único aliado. La tierra de la gran promesa es una metáfora del México contemporáneo. Una lectura amplia sobre las entretelas de la corrupción y la vida íntima donde las verdades se pronuncian al dormir. Una reflexión sobre la forma en que el arte influye en la realidad y en que la realidad distorsiona al arte. Una novela tan política como personal que mantiene a Juan Villoro como un testigo excepcional de nuestro tiempo.

La crítica ha dicho:

«Villoro es uno de los escritores latinoamericanos que mejor piensan la literatura en este momento». PatricioPron

«Cuando ya a nadie se le ocurría ni preguntar si es posible escribir la gran novela mexicana, Villoro puso una en la mesa». ÁlvaroEnrigue, sobreEl testigo

«Villoro se identifica tan estrechamente con la Ciudad de México que es imposible imaginar cómo se puede conocer uno sin el otro, razón por la cual sus escritos emplean consistentemente el nosotros comunal». LosAngelesTimes

«Por esa combinación de cotidianidad y rareza, melancolía y humor, leemos a Villoro con avidez». Hugo Hiriart

«Sé que a la hora de los fantasmas Villoro juraría como cuentista, pero lo tengo entre nuestros mejores críticos». Christopher Domínguez Michael

«Un excepcional ensayista. Los ensayos de Villoro permiten volver a las obras discutidas con una mirada más amplia y renovada. De eso se trata». Edmundo Paz Soldán

«Villoro cuenta sus aventuras con una mezcla de ironía y empatía, con sentido del humor y del absurdo. Está exquisitamente sintonizado con las contradicciones y matices de la capital y sabe escuchar a sus habitantes». TheNew York Times, sobreEl vértigo horizontal

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La tierra de la gran promesa — leer online gratis el libro completo

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Terminal 1 Terminal 2 Luis Jorge Rojo vivía en una pequeña casa en la parte - photo 1

Terminal 1, Terminal 2

Luis Jorge Rojo vivía en una pequeña casa en la parte alta de San Jerónimo, un pueblito agradablemente perdido en medio de la ciudad, al que había que llegar pasando de una calle empedrada a otra, por una ruta que ignoraba la línea recta.

El Calvo Benítez manejaba un Chevy 69, su “último contacto con el cine”, pues lo rentaba para películas de época:

—Un camino de penitencia —dijo con alegría—: “mientras más ardua es la peregrinación, más alivia el templo”, la única frase que me queda de mis días de monaguillo. Ese lema me ha servido más con las mujeres que con las calles. Újule, creo que me perdí.

Diego le preguntó si tenía GPS. Por toda respuesta, Benítez criticó la tecnología que transformaba a la gente en robot:

—Viví entre elefantes, brother , no me asusta perderme en un callejón.

—Viviste entre elefantes ¡en un circo!, algo tan artificial como una aplicación. ¿No crees en los mapas?

—Te sorprenderá, pero creo en la tercera dimensión. La única pantalla que soporto es la del cine, no tengo tele en la casa, bueno, casi no tengo nada. Mi media mujer se encarga de mantener todo a la mitad.

—¿Por qué no vino contigo?

Para cada capricho, el Calvo tenía una fantasiosa explicación:

—El profe y tú pertenecen a la otra mitad de mi vida: el lado oscuro de la luna.

Se detuvieron a pedir señas en una miscelánea. En San Jerónimo aún quedaban negocios de barrio que no habían sido sustituidos por un OXXO o un 7Eleven.

Una mujer les dio indicaciones enrevesadas; aparentemente el Calvo las entendió.

Al cabo de cuarenta y cinco minutos llegaron a la casa. El timbre era una campana tibetana.

Abrió la puerta una señora de rebozo que los hizo pasar a una sala tapizada de alfombras oaxaqueñas. El aire olía a especias. Diego disfrutó el aroma a orégano y chile de árbol. Respiraba mejor.

El profesor llegó a su encuentro con los brazos extendidos.

—Venimos tarde porque Diego insistió en seguir la ruta de Hernán Cortés —se justificó Benítez.

Patricia los saludó de beso, con guantes acolchonados en las manos:

—Estoy sacando el suflé del horno.

—Hay que aprovechar el tiempo —dijo Luis Jorge Rojo, mirando su reloj de manecillas, el mismo que colocaba sobre el escritorio antes de empezar la clase.

Los anfitriones no preguntaron por los hematomas violáceos bajo los ojos de Diego. Parecían al tanto de la situación.

Benítez había bajado del Chevy con una bolsa de yute. Sacó una botella de vino Pesquera.

—¡Caray! —dijo el profesor.

—No pude robarme otra mejor.

Patricia seguía siendo una mujer hermosa. Llevaba un vestido holgado, tal vez chiapaneco, que no le definía el cuerpo, pero su rostro era casi idéntico al de treinta años antes, y Rojo parecía haber detenido el envejecimiento en su compañía. Diego se preguntó si eso le ocurriría al lado de Mónica.

Recordó la foto de ella en la banca de un parque, atenta a algo que no era captado por la imagen, los sonidos del mundo. Estaba enamorado de esa niña y de la mujer en la que se había convertido, pero quererla implicaba cierta lejanía: la miraba a través del tiempo , como si incluso en el presente estuviera recordándola.

—Lo perdimos —dijo Benítez.

Volvió a la realidad donde el Calvo lo comparaba con un astronauta en órbita o un alienígena.

—Vamos a cenar de volada; si no, el suflé se desinfla —anunció Patricia—. ¿Me ayudas? —le dijo a Diego y se dirigió a la cocina.

Él la siguió. Patricia se asomó al horno, le pidió a la mujer que la ayudaba que fuera por tehuacán al “cuarto de los trastes” y vio a Diego a los ojos:

—Susana va a venir por ti.

—¿Para qué?

—No sé nada más.

—¿Por qué no la invitaron a cenar?

—Tiene mil cosas que hacer, se la está jugando, Diego, no sé si lo entiendes.

—Claro que lo entiendo —contestó, sin saber muy bien a qué se refería ella.

—Nos moríamos de ganas de verte, pero esto sólo va a durar un rato. Ya sabes cómo es Luis, vive en su mundo, para él nunca hay prisas. No lo interrumpas mucho, óyelo. Te quiere, Diego; bueno, todos te queremos.

Vio un libro de cocina sobre una mesa de palo: Baking blind .

—¿Qué es eso?

—Preparé tarta de arándanos.

—¿Horneas a ciegas?

—Cuando haces sólo la base de harina, sin las frutas, horneas a ciegas. Ahora que lo pienso esta cena es así: horneamos a ciegas.

—¡El lema de mi vida! ¿En qué más te ayudo? —bromeó Diego.

—Trae el aceite y el vinagre; no hay ensalada, pero parecerás útil.

Volvió a la sala donde Rojo lo aguardaba con un libro. Mostró la portada: La historia y la piedra. El antiguo colegio de San Ildefonso , de Luis Eduardo García Lozano.

—Es la historia de la Escuela Nacional Preparatoria, la matriz de la UNAM. Encontré un dato curiosísimo, esencial para nosotros. ¡El grito de guerra de la universidad viene del cine! “¡Goya, cachún-cachún-ra-ra!”, todas las palabras son incoherentes menos una.

—El nombre del pintor —aportó el Calvo Benítez.

—El nombre del pintor que era el nombre de un cine cercano a la preparatoria. Cuando los alumnos salían de clases gritaban en el patio: “¡Goya, Goya!” Eso se volvió costumbre. ¿Se dan cuenta?: el júbilo universitario viene del cine.

—Si entiendo bien, prof, lo que se festejaba no era la escuela sino salir de ella —dijo Benítez.

—Salir de ahí para ir a otra educación, tal vez superior. La universidad se fundó con un grito para ver películas.

—El “Goya” es locochón, mejor que el lema oficial: “Por mi raza hablará el espíritu”. Vasconcelos podrá ser un genio de gran bigote, pero se la jaló con eso. Yo ni a raza llego.

—Luis… —intervino Patricia.

Los tres desviaron la vista a la mesa donde ella depositaba el suflé.

—Perdón, me enredo con cualquier cosa —dijo el profesor.

—Esa no es cualquier cosa —dijo el profesor.

—Esa no es cualquier cosa —comentó Diego.

—La próxima vez que oiga el “Goya” en el estadio de los Pumas me van a dar ganas de ir al cine —dijo el Calvo Benítez.

—Eso es la universidad —Luis Jorge Rojo habló con la emoción de quien nunca dejará de dar clases.

—Creo que tenemos prisa —aportó Diego después de cruzar una mirada con Patricia.

Rojo sirvió el vino:

—Un brindis… comenzó a decir.

—¡Mejor una porra! —propuso el Calvo y la inició sin aguardar respuesta—: “Goya…”

Los demás lo acompañaron en forma menos estentórea.

Diego ignoraba lo que iba a pasar cuando Susana fuera por él, pero sabía que al salir de ese lugar extrañaría el desorden entusiasta de estar ahí.

A partir de ese momento, todo ocurrió con eficiente celeridad. Rojo llenó las copas de inmediato, Patricia sirvió el suflé y rebanó el filete con un cuchillo eléctrico, disculpándose por no ofrecer entradas. Diego pensaba en Susana y en lo que estaría haciendo en ese momento.

—Nos gustaría saber mil cosas de ti, de tu mujer, de Barcelona y todo lo demás, pero tenemos poco tiempo —dijo Luis Jorge Rojo.

—¿Poco tiempo para qué?

—Para lo importante siempre hay poco tiempo: vi Retrato hablado , hay cosas que no se han dicho sobre tu película.

Cada vez que alguien hacía un prolegómeno para hablar de su trabajo, Diego pensaba en algo que lo preocupara más: ¿Había cerrado la puerta con llave? ¿Se le había pasado la fecha para pagar la tarjeta de crédito? Ahora tenía inquietudes más significativas: ¿Por qué seguía vivo? ¿Qué era real y qué no lo era?

Escuchó con esforzada concentración lo que Rojo tenía que decirle:

—Hoy casi nadie es dueño de sus películas. Las copias son de los productores y los distribuidores. Ridley Scott tuvo que incluir voz en off para que Blade Runner se volviera “comprensible” y lo obligaron a cambiar el final. Usó una secuencia del cielo que le había sobrado a Kubrick en The Shining . ¡Ni siquiera le dieron lana para tomas extras! El corte definitivo siempre es del dinero.

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