© Alfonso López Quintás, 2016
© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2016
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ISBN: 978-84-330-3794-7
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A Charo López de la Cruz,
entusiasta promotora de la música
en recuerdo agradecido de los conciertos de Bach.
introducción
Nos impresiona observar cuántas formas hay de belleza, y cómo nos elevan el ánimo y nos reconcilian con la vida en momentos de desánimo, cuando nada sonríe y parecen secarse las fuentes del buen humor. Entonces leemos, por ejemplo, las primeras frases de la Plegaria iroquesa:
«¡Oh Gran Espíritu que estás en el viento,
escúchame!
Déjame contemplar la belleza del alba
y de los ocasos rojos…».
Y nos parece entrar en un ámbito de luz, que nos conforta.
O bien recordamos las palabras sencillas de la Plegaria del pescador bretón, que, impresionado al salir al océano con su pobre barquilla, dice algo tan esencial como esto:
«¡Dios mío, sé bueno conmigo!
¡La mar es tan extensa
y mi bote tan pequeño...!».
Aquí están, bien claras, tres realidades esenciales: el mar inmenso, con su grandeza y sus temibles riesgos; en él, como un punto minúsculo, el pescador con su frágil bote, y, encima de ambos, el Dios infinito y providente. No se puede expresar nada más grande con medios tan escasos y humildes. De ahí la gracia indefinible, es decir el encanto de esta sencilla plegaria. Nadie dudará de su belleza. Pero ¿sabrá alguien definirla?
Un pastor solitario entona en el campo una sencilla melodía. Es elemental –apenas treinta notas–, pero transforma la agobiante soledad en un mundo mágico. Esa simple melodía inserta al humilde campesino en el vibrante mundo de la música. Y la repite sin cesar para tener la sensación consoladora de que vive creativamente el mundo de la belleza. Él no sabe qué es la belleza, ni le preocupa, pero se adentra gozosamente en su ámbito y se deja llevar de su impulso siempre nuevo, que llena su alma de ánimo hasta los bordes.
Vais caminando por el campo en grupo. Se hace largo y costoso el camino. Entonad una melodía: por ejemplo la que impulsa el último tiempo de la Sinfonía Pastoral de Beethoven. Veréis que el campo se transforma y el camino se hace leve. La belleza no solo agrada; transfigura, consuela, eleva de nivel. Pero ¿qué es exactamente la belleza?
Hace siglos, en un golpe de genialidad, Platón propuso esta pregunta a un pueblo asombrado de su capacidad de engendrar obras en la belleza: obras musicales, escultóricas, arquitectónicas, literarias… Los griegos desbordaban arte de primerísima calidad, pero ¿sabían, acaso, lo que es la belleza, “eso que hace bellas todas las cosas”, según Platón? El sofista Hipias fracasó en su intento de dar una respuesta contundente. A base de preguntas bien encadenadas, Sócrates logró ridiculizar su autosuficiencia. Al verse arrinconado y sin salida airosa, pidió impaciente a Sócrates que respondiera él de una vez a la pregunta que había planteado: “Qué es la belleza”. Tampoco yo sé decirlo de golpe –respondió Sócrates–, y esto me cuesta muchos reproches, pero no hemos perdido el tiempo con esta larga conversación dubitante; yo, al menos, he logrado comprender lo que dice el proverbio: “¡Lo bello es difícil!” (Hipias major 304 d).
Los artistas crean obras en la belleza
Durante siglos, los grandes artistas buscaron ansiosamente crear obras en la belleza. Eran conscientes, como los antiguos griegos, de que ni siquiera los más dotados crean la belleza. Crean obras merced a la energía que irradia la belleza misma. Y se sienten mediadores de la belleza, intérpretes de ella, transmisores de su mensaje radiante y consolador. Pero la belleza no la crean; la reciben como un don de lo alto.
• En los llamados “tiempos bárbaros” (desde el siglo I al IX después de Cristo), los monjes integraron la herencia cultural de la sinagoga hebrea, los ocho modos de la técnica musical griega y la espiritualidad monástica con objeto de crear un estilo musical –el “gregoriano”– que fuera un himno de alabanza y de súplica al Señor. Y le dieron un carácter ingrávido, a medio camino entre la tierra y el cielo, como corresponde a peregrinos que caminan ligeros de equipaje hacia la verdadera patria. Lo hicieron con una técnica precisa, con fervor religioso y una recatada belleza. No intentaron crear arte, sino orar de una forma depurada, densa, sumamente expresiva. Y el resultado fue una eclosión de belleza, que desafió al tiempo y conserva todavía hoy su encanto primero.
• En sus recreos, los monjes medievales se entretenían a menudo cantando a la vez una misma melodía en alturas distintas. Sin querer, realizaron el descubrimiento más fecundo de la Historia de la música: el fenómeno indescriptible de la armonía. Con pasmosa rapidez se cultivó luego el arte de la polifonía, que nos llena de asombro al llegar, en el siglo XVI, a la cumbre que supone la Escuela Romana, representada por el italiano Giovanni Perluigi da Palestrina y el español Tomás Luís de Victoria. A su genio se debe que toda la expresividad y el atractivo de la polifonía de los Países Bajos se pusiera al servicio de la liturgia católica, a la que enriquecieron con joyas artísticas que todavía hoy nos sobrecogen por la perfección de su forma y la hondura de su sentimiento religioso. Tampoco ellos pretendieron inundar las iglesias del arte más excelso. Precisamente, su gran tarea fue convencer al Papa Marcelo de que la polifonía más brillante puede constituir una excelsa forma de oración. Querían mostrar de la manera más impresionante que “el que canta ora dos veces”, en frase de San Agustín. Y lo consiguieron, a la vez que alzaron un monumento a la más pura belleza.
En los siglos XVII y XVIII, la polifonía contribuyó a crear un estilo sumamente expresivo: el barroco italiano y el alemán.
• En sus oratorios, Georg Friedrich Haendel y Johann Sebastian Bach erigieron monumentos de dimensiones inigualables, tanto en el cultivo de diversas formas estéticas como en el tratamiento de grandes temas religiosos. Pero esa grandiosidad no degeneró en teatralidad, pues conservaron el núcleo de la estética del gregoriano y de la polifonía romana, que era su ingravidez, su carácter de ilusionado peregrinar hacia la patria. Según confesión de Ana Magdalena Bach, su admirado Juan Sebastián creó sus dos principales Pasiones con lágrimas en los ojos, pues su intención era rendir al Salvador un homenaje de alabanza y agradecimiento.
• Nos consta que Haendel compuso su Mesías en un arrebatado esfuerzo de 40 días por entonar un himno imperecedero al Redentor. Los dos últimos coros parecen traducir en música los inmortales versículos del Apocalipsis (19, 6-7):
«Y oí como el rumor de una muchedumbre inmensa,
como el rumor de muchas aguas
y como el fragor de fuertes truenos, que decían:
“Aleluia. Porque reina el Señor, nuestro Dios,
dueño de todo,
alegrémonos y démosle gracias».
Sin pretenderlo expresamente, legaron a la humanidad tres obras cumbre del arte.
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