Álvaro Lozano - Mussolini y el fascismo italiano
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- Libro:Mussolini y el fascismo italiano
- Autor:
- Editor:Marcial Pons
- Genre:
- Año:2013
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Mussolini y el fascismo italiano: resumen, descripción y anotación
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ÁLVARO LOZANO
Y EL FASCISMO ITALIANO
Marcial Pons Historia
En memoria de mi padre
que me enseñó el amor a los libros.
«El fin de la guerra no es seguro; pero sí lo es que si vences a Roma, el beneficio que obtendrás será una fama tal que su repetición irá seguida de maldiciones; Y cuya crónica dirá: “Fue un hombre noble, pero en su última acción borró su nobleza, destruyó su país y su nombre permanecerá para ser aborrecido en los tiempos venideros”».
W. Shakespeare, Coriolanus.
Introducción
«No es posible realizar un retrato de Mussolini sin bosquejar también un retrato del pueblo italiano. Sus virtudes y sus defectos no son sólo suyos; son, en realidad, las cualidades y los defectos de todos los italianos».
Curzio Malaparte.
El 25 de abril de 1945, Benito Mussolini, de sesenta y un años, Duce del fascismo, líder de Italia durante dos décadas, fue informado por sus colaboradores de que las fuerzas alemanas en Italia se habían rendido a las británicas y estadounidenses, que avanzaban trabajosamente hacia el corazón del Reich alemán. Sus aliados y protectores le habían abandonado, y sabía a ciencia cierta que se tendría que enfrentar a la implacable furia de sus compatriotas. Deprimido pero desafiante, declaró que continuaría la lucha en las montañas con la colaboración de 3.000 camisas negras, su milicia armada.
Mussolini abandonó Milán con un pequeño grupo de seguidores y sus guardaespaldas de las SS. Se dirigió a la localidad de Como, donde esperaba encontrarse con una numerosa fuerza de fascistas leales. Llegó la tarde del día 25. Allí no encontró ni rastro de la fuerza esperada, por lo que decidió regresar a las montañas, a la pequeña localidad de Grandola. Una vez allí, se encontró con el cuerpo principal de las fuerzas fascistas. El Duce deseaba saber cuántos hombres estaban en condiciones de proseguir la lucha armada. Al no recibir respuesta alguna del comandante de las fuerzas fascistas, volvió a preguntar: «Bien, dígame, ¿cuántos?». «Doce» fue la avergonzada y tímida respuesta.
Las ilusiones que podía albergar Mussolini de seguir.
Perdida toda esperanza, sus colaboradores.
Desde el Ayuntamiento, Mussolini y su amante fueron conducidos a una granja de labranza que utilizaban los partisanos. Hacia las cuatro de la tarde del 28 de abril, un hombre irrumpió en la habitación de Mussolini y le gritó: «Daos prisa. He venido para liberaros». Fueron sacados de la casa y conducidos.
Al día siguiente, los restos de Mussolini y de su amante fueron colgados boca abajo en un tejado de la piazzale Loreto de Milán para ser objeto de.
Fue el ignominioso final del hombre que había dominado Italia durante veinte años, el hombre que se jactaba de haber inventado el fascismo, el hombre que había barrido al antiguo régimen liberal y que había prometido convertir a su país en una nación «grande, temida y respetada». Fue también el fin del movimiento que había liderado durante años: el fascismo italiano.
El movimiento fascista de Mussolini fue una de las tres principales respuestas al enorme desafío de organizar la sociedad de masas que emergió a finales del siglo XIX, y que surgió de forma explosiva tras la Primera Guerra Mundial.
La democracia liberal, una extensión del liberalismo decimonónico, continuó con la defensa de los intereses y valores individuales y de una pluralidad de partidos y grupos de interés. Sin embargo, hacia principios de la década de 1920, muchos dudaban de que tal sistema fuese capaz de evitar que una sociedad política se fragmentase bajo el terrible impacto de las tensiones económicas y sociales generadas por la guerra.
Desde 1917, la Revolución bolchevique ofrecía ya una visión alternativa de solidaridad y unión: la organización de la sociedad de masas sobre la base del estatuto individual como trabajador o campesino. El ideal bolchevique, basado en la clase, no sólo negaba el individualismo liberal, sino también ciertas formas de solidaridad, como la nación o la raza.
Sin embargo, la solidaridad nacional y racial formó el núcleo de una tercera forma de organizar la sociedad de masas. Se impondría la unidad, pero ésta estaría basada en el nacionalismo extremo (en el caso del fascismo) o en el racismo (como propugnó el nazismo). Un mito de renacimiento racial o nacional ofrecería a la sociedad.
Esta crisis, que asoló a Europa entre 1918 y 1939, derivaba del impacto devastador de la Primera Guerra Mundial, por su condición novedosa de guerra total, industrial y de masas, sobre los fundamentos del orden liberal y capitalista tradicional. La devastadora sangría demográfica, la interrupción del comercio internacional, la destrucción del tejido industrial europeo, la quiebra del sistema monetario que había gravitado sobre el patrón oro y la inflación resultante de la financiación del enorme esfuerzo de guerra fueron algunos de los factores más destacados de la ruina económica que se abatió sobre Europa. En el orden moral, la guerra afectó a toda una generación, que se definió como excombatiente; algunos, como Adolf Hitler y Benito Mussolini, desempeñaron un papel destacado en el desencadenamiento de la aún más devastadora Segunda Guerra Mundial.
La Gran Guerra (como llamaron sus protagonistas a la Primera Guerra Mundial) marcó un punto de ruptura en el desarrollo de la política.
Las condiciones propicias para la toma del poder por el fascismo en Italia surgieron, en gran parte, por la incapacidad de los gobiernos liberales posteriores a la unificación italiana de involucrar a una mayor cantidad de población en los asuntos políticos internos. Los políticos italianos tardaron mucho en reformar el sistema político de modo que pudiera integrar a una base más amplia de la población. Cuando surgió una auténtica democracia, lo hizo con una rapidez explosiva en un momento, además, en que Italia se enfrentaba a la desmovilización, a los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial, a una aguda crisis económica, al descontento social y a las frustraciones nacionalistas. Es probable que esos problemas hubiesen podido ser absorbidos por un sistema parlamentario firme y estable, algo inexistente en Italia.
El auténtico dilema de los gobiernos italianos fue el tener que hacer frente, al mismo tiempo, a un problema social muy complejo: la aparición de las «masas» en el escenario político. No fue un problema exclusivamente italiano, pues se trató de un proceso común a otros Estados europeos. Sin embargo, en el caso italiano, el agravante en la posguerra fue que una gran parte de la población no se sentía vinculada políticamente a ningún partido. Entre ellos se encontraban dos grandes grupos: los veteranos de guerra que se sentían poco recompensados por sus enormes sacrificios en el frente de batalla y despreciados por la izquierda, y un grupo heterogéneo de clase media formado tanto por nuevos grupos sociales urbanos ambiciosos, como por sectores temerosos y resentidos, más parecidos a la pequeña burguesía en declive de la que hablaba Karl Marx. Estos italianos que no se encontraban vinculados al liberalismo tradicional ni al catolicismo político, ni todavía al socialismo, conformaban la base del movimiento fascista que llegó al poder entre 1920 y 1922.
Fue en esas complejas circunstancias en las que entró en escena un líder audaz con un mensaje de renovación nacional: Benito Mussolini, fundador del Partido Nacional Fascista (PNF) en 1921. Mussolini se había alejado radicalmente del socialismo de su juventud y había abandonado el Partido Socialista Italiano en 1914. Al acercarse al nacionalismo y a la extrema derecha, Mussolini traicionaba el legado socialista de su padre y trocaba los conceptos de hermandad internacional y de división de clases por un nacionalismo violento e intolerante. Su experiencia en la dura realidad de la Primera Guerra Mundial tan sólo agudizó sus tendencias nacionalistas, permitiéndole manipular el ambiente de pesimismo y desilusión de la posguerra para llegar al poder en 1922. A partir de ese momento, Mussolini se enfrentó a un conflicto entre las exigencias del poder político y los sueños radicales de muchos fascistas.
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