Introducción a la historia económica de Colombia
Álvaro Tirado Mejía
23.a EDICIÓN
© Álvaro Tirado Mejía
© Editorial Universidad de Antioquia®
ISBN: 978-958-714-875-6
ISBNe: 978-958-714-876-3
Primera edición: 1971, Universidad Nacional de Colombia
Vigésima tercera edición: marzo del 2019
Motivo de cubierta: fragmentos de las obras Mujer haciendo sus labores, Freddy Sánchez, acrílico / lienzo, 74 x 58 cm, 1997; Represa de Carolina, Darío Tobón Calle, acuarela, 32 x 47 cm, 1967; Paisaje de Bolombolo, Humberto Chaves, acuarela, 13 x 20 cm, s. f. Imágenes colaboración especial del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia – MUUA. Fotografías: Juan Pablo Hernández Sánchez (Dirección de Comunicaciones Universidad de Antioquia)
Hecho en Colombia / Made in Colombia
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Prólogo a la vigésima tercera edición
I
Ante una nueva edición de Introducción a la historia económica de Colombia surge la pregunta por la pertinencia de tal reedición. En efecto, se trata de un libro escrito hace medio siglo, lapso en el cual la historiografía en Colombia ha progresado notoriamente. Han aparecido obras más elaboradas y con más información sobre el tema, las cuales han ido llenando vacíos que no colmó este trabajo pionero, entre otras razones, por las limitaciones de la época. Los lectores, entre los cuales posiblemente se encuentren los numerosos estudiantes que pasaron por mis cursos, serán quienes respondan la pregunta.
En varias ocasiones se me propuso ampliar, modificar o actualizar el libro con las novedades de las últimas investigaciones. Sin embargo, reconociendo los avances y lo importante de las nuevas interpretaciones, he preferido que el texto se mantenga sin cambios, porque la interpretación fue original en su momento y marcó un quiebre; porque unos temas han sido superados pero otros mantienen su validez y, sobre todo, porque un libro que por tantos años ha tenido una gran difusión adquiere el carácter de documento representativo de las inquietudes de un período, de una época. Como es lógico, el libro ha suscitado comentarios de aprobación, de crítica y aun de rechazo. Para el autor, que cree en la libertad de pensamiento, en la libertad de cátedra, en lo productivo de la crítica razonada y en la controversia intelectual, lo más importante es ver cómo se ha ampliado el horizonte historiográfico en el país, cómo ha mejorado su calidad y se ha extendido su temática, cómo miramos nuestra historia bajo el lente de diferentes escuelas de pensamiento.
Por mi parte, agradezco la amable disposición de la Universidad de Antioquia para publicar un libro de uno de sus egresados que se graduó en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, precisamente con el texto que ahora se reedita. Pero es necesario hacer algunas consideraciones de tiempo, modo y lugar.
II
A mediados del siglo pasado, en los años cincuenta e inicios de los sesenta, la vida cultural del país padecía un gran estancamiento, signado por el parroquialismo. Las ciencias sociales, entre ellas la historia, estaban rezagadas en comparación con lo que acontecía en México, Argentina, Chile o Perú, sin contar con lo que en esos campos sucedía en Europa y Estados Unidos. La vida política de los años cincuenta estuvo marcada por dictaduras civiles y militares, sin Congreso, sin libertad de prensa, con censura para libros, cine y teatro, con universidades amordazadas, como fue el caso de la Universidad Nacional, que llegó a ser regida por un coronel impuesto por la dictadura militar. El paradigma cultural venía de la España franquista.
La interpretación de la historia estaba regida por la Academia Colombiana de Historia, que se había convertido en cancerbera de su propia ortodoxia, en apologista del hispanismo y de los héroes. No había programas de historia; los archivos estaban en un estado lamentable y pocos los consultaban, incluyendo el Archivo Nacional, como lo describe en sus memorias el historiador Jaime Jaramillo Uribe:
El archivo funcionaba en condiciones físicas muy precarias. En un mismo espacio estaban colocados trescientos o cuatrocientos volúmenes de documentos de la época colonial, los cuatrocientos o más de la época republicana, el escritorio del director y los puestos de los investigadores, que por cierto eran muy pocos.¹
Con contadas excepciones, el cultivo de la historia estaba en manos de personas de buena voluntad, sin formación profesional, y por lo regular interesadas más que todo en la vida de sus ascendientes. La historia era sinónimo de historia política. Como gráficamente lo expuso Juan Friede en una ponencia ante la Academia Colombiana de Historia en 1962, la historiografía colombiana padecía de improvisación y se cultivaba “dentro de un pequeño grupo de intelectuales que se ocupaban de esa disciplina a veces por tradiciones familiares y otras por conveniencias políticas o ideologías”.²
Como una muestra de lo anterior, conviene consignar las impresiones de los historiadores extranjeros que llegaron al país en esa época para adelantar sus investigaciones y que tanto influyeron en los nuevos historiadores colombianos. David Bushnell: “en cuanto a mis conexiones institucionales, en realidad no había ninguna institución a la cual afiliarse, con excepción de la Academia de Historia” (p. 17). Malcolm Deas: “Cuando llegué (1963), había pocos historiadores académicos” (p. 31). León Helguera: “El estudio de la historia de Colombia es aún una disciplina joven. Aún nos encontramos en la primera generación” (p. 74). Christopher Abel: “Quizás el principal problema que encontré de tipo intelectual fue la ausencia de una tradición de estudios en la historia del siglo xx” (p. 94). Charles Bergquist, quien vino al país como integrante de los Cuerpos de Paz: “En Colombia no había mucho trabajo histórico hecho profesionalmente [...] Cuando comencé mi trabajo, el grueso de la investigación sobre historia de Colombia era escrita por y sobre las élites y los temas que les concernían” (pp. 103 y 104). Frank Safford: “Cuando llegué a Colombia en 1961 no encontré ningún historiador profesor de historia en la universidad, un historiador moderno; pero sin saberlo en ese momento, Jaime Jaramillo Uribe tenía su seminario en la Universidad Nacional” (p. 167).³
Por su parte, Daniel Pécaut, quien llegó a Medellín en 1964, comenta: “La Colombia de esos años era un país sumamente tradicional, cerrado a la influencia del exterior, con una precaria trayectoria intelectual (una especie de Tíbet latinoamericano)”.⁴ Y en cuanto a Medellín, manifiesta: “Medellín me fascinaba por su carácter conservador. El control social se ejercía hasta en la vida privada de los trabajadores; los capellanes se desempeñaban como jefes de relaciones humanas y estaban dispuestos a ver en la menor protesta la huella de la influencia comunista”.⁵