Álvaro Lozano Cutanda - XX un siglo tempestuoso
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- Libro:XX un siglo tempestuoso
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2016
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XX un siglo tempestuoso: resumen, descripción y anotación
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En esta brillante crónica de un tiempo tempestuoso, Álvaro Lozano logra construir un relato ameno y meticuloso sobre la historia de un siglo XX marcado a fuego por la guerra y la violencia, por los «hechizos» ideológicos del comunismo, el fascismo y el nazismo, y por la pugna entre los dos bloques hegemónicos —la URSS y EE. UU.— que moldearon en todas sus vertientes el mundo que conocemos hoy.
Una visión panorámica que contribuye a entender nuestro pasado más reciente y que aporta una nueva perspectiva, didáctica y rigurosa, para comprender mejor nuestro presente.
Álvaro Lozano Cutanda
ePub r1.0
NoTanMalo 03.05.17
Título original: XX un siglo tempestuoso
Álvaro Lozano Cutanda, 2016
Editor digital: NoTanMalo
ePub base r1.2
Para Pablo, que me hace sonreír todos los días.
Álvaro Lozano Cutanda Roma, Italia (1967) es diplomático e historiador. Doctor Cum Laude en Historia y licenciado en Derecho, ingresó en la carrera diplomática en 2001. Ha estado destinado en el Ministerio de Asuntos Exteriores así como en las embajadas de España en Bolivia y Turquía.
Colaborador habitual en publicaciones especializadas de historia tanto españolas como extranjeras, es autor de las obras: Breve historia de la Primera Guerra Mundial, Operación Barbarroja. La Invasión alemana de Rusia, y Kursk, 1943. La batalla decisiva, con las que alcanzó un notable éxito de ventas y crítica. Se ha especializado en historia de las relaciones internacionales y en temas de historia de la primera mitad del siglo XX, en particular de los dos conflictos mundiales.
«Y cuando éramos niños, en casa de mi primo, el archiduque, él mismo me paseó en trineo; yo estaba asustada. Dijo:
“Marie, Marie, sujétate fuerte”. Y cuesta abajo nos lanzamos».
T. S. ELIOT, La tierra baldía.
«De esta fiesta mundial de la muerte, de ese ardor febril que incendia el cielo lluvioso del crepúsculo, ¿se elevará algún día el amor?».
T. MANN, La montaña mágica.
«También para mí, no te lo he ocultado, vuestra familia tiene algo de especial; pero no entiendo cómo ese algo podría dar motivo para el desprecio».
F. KAFKA, El castillo.
«El mundo nos rompe a todos, pero después muchos se vuelven fuertes en los lugares rotos».
E. HEMINGWAY, Adiós a las armas.
E l 9 de marzo de 1974, el último soldado de la Segunda Guerra Mundial se rendía en la isla filipina de Luban. Se trataba de un oficial de inteligencia del desaparecido Ejército Imperial, el teniente Hiroo Onoda. Durante treinta años, Onoda se había atrincherado en una serie de cuevas en la impenetrable jungla de la isla. Al inicio, formaba parte de un pelotón integrado por cuatro hombres, pero a la postre se quedó solo. Al teniente Onoda se le había ordenado permanecer en su puesto hasta que fuera relevado; ni la rendición ni el suicidio eran opciones aceptables, habían enfatizado sus superiores. Y órdenes son órdenes para un soldado, en especial para el soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial, heredero del estricto código del bushido. El teniente Onoda subsistió en la isla con frutas, pescado y algún cerdo salvaje que lograba capturar. Conservó su uniforme a base de remendarlo y, sorprendentemente en un entorno hostil de mosquitos y fiebres tropicales, solo tuvo que guardar cama en una ocasión.
Tras la rendición de Japón en 1945, se hicieron esfuerzos periódicos por parte de funcionarios japoneses y de los familiares para establecer algún tipo de contacto y convencerles para que desistieran en su empeño. «Ya podéis salir, la guerra ha finalizado», les comunicaban. Sin embargo, los soldados concluían que se trataba de engaños del enemigo para obligarles a abandonar sus escondrijos. En 1965 Onoda y su ya único acompañante, Kinschichi Kozuka, sustrajeron una radio de una granja y lograron sintonizar emisiones procedentes de Australia. Escucharon asombrados los acontecimientos que tenían lugar ese año, pero se convencieron de que aquellas emisiones formaban parte de un plan norteamericano para obligar a los soldados japoneses a que revelaran sus posiciones.
Kozuka fallecería como consecuencia de una escaramuza con la policía filipina cerca de un poblado agrícola, y Onoda tendría que hacer frente, ya en solitario, como el icono cinematográfico de los años ochenta, John Rambo, a su último año oculto. Finalmente, a principios de 1974, un joven aventurero japonés llamado Norio Suzuki decidió que se adentraría en la jungla de Luban y revelaría si los rumores eran ciertos. Tras una larga batida, Suzuki logró dar con Onoda. «¿Qué puedo hacer para persuadirle de que abandone la jungla?», le preguntó Suzuki. «El comandante Taniguchi es mi superior —respondió Onoda—. No me rendiré hasta que reciba órdenes directas suyas». Suzuki regresó a Japón y averiguó que Taniguchi seguía vivo. Ambos volaron a Luban y se encontraron con Onoda en un lugar predeterminado. Taniguchi saludó a Onoda y le entregó formalmente las órdenes del Cuartel General. Onoda recordaría la escena: «El comandante desplegó la orden y por vez primera me percaté de que no existía trampa alguna. ¡Realmente perdimos la guerra! ¿Cómo pudieron ser tan inútiles? Me sentí como un idiota por haber estado tan tenso cuando acudía a ese lugar. Pero lo peor no era eso, ¿qué había estado haciendo durante todos estos años? Gradualmente, la tormenta se disipó y, por vez primera, comprendí que mis treinta años como guerrillero del ejército japonés habían llegado a su fin». Onoda depuso su espada. El presidente filipino, Ferdinand Marcos, le concedió el perdón a pesar de haber matado a una treintena de personas en la isla de Luban.
Onoda tenía cincuenta y dos años cuando regresó en marzo de 1974 a Japón, donde le convirtieron en héroe nacional, le agasajaron con banquetes, apariciones en televisión, conferencias de prensa y discursos. Aunque rechazó el dinero que le ofrecía el gobierno por las pagas acumuladas durante todos esos años, escribió unas memorias sobre sus experiencias en la jungla que se convirtieron en un éxito de ventas y con las que amasó una considerable fortuna. Onoda pronto se mostró abatido al observar lo que había sucedido con su país. Se encontró un mundo futurista de rascacielos, contaminación, aviones a reacción y amenazas nucleares; su querida patria se había occidentalizado y estaba volcada en producir televisores, aparatos electrónicos y automóviles para su nuevo protector y cliente: Estados Unidos, el acérrimo enemigo del país por el que salió un día a combatir hasta el fin muy lejos de su patria. ¿Era por eso por lo que había resistido tantos años? Onoda se trasladó a vivir a Brasil, donde adquirió una parcela rural y se convirtió en granjero.
Onoda había viajado por una especie de túnel del tiempo desde la Segunda Guerra Mundial hasta un futuro en el que los portentosos inventos y los efectos a largo plazo de la guerra habían tenido ya tiempo suficiente para manifestarse: las dos bombas atómicas arrojadas sobre su país por Estados Unidos, la descolonización, las guerras de Corea, Suez y Vietnam, la crisis de los misiles en Cuba, e incluso la visita en 1968 de los Beatles a la India, un año antes de que el
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