SINOPSIS
No he encontrado una reseña para este libro-opúsculo. Recolectando información para confeccionar una personal, no me queda más que reconocer que he sido incapaz de ello por aquello de intentar ser justo. Por ello sólo me queda proponerles un dilema.
Si lo leen y les gusta son ustedes unos imbéciles. Si por el contrario lo leen y no les gusta o prefieren rechazar su lectura entran en la categoría de tontos cuando no canallas. Parafraseando el chistecillo histórico; 'Entre un clavel y una rosa, Su Majestad es coja'.
¡Cosas de la política!
©1976, V.V. A.A. Selec. Preston, Paul
Editorial: Turner
ISBN: 9788485137343
Generado con: QualityEbook v0.84
V.V. A.A. (Selec. Preston, Paul)
Leviatán [antología]
Prólogo
Paul Preston
«Creo que los españoles no hemos aportado nada original al tema del socialismo moderno. Hay algunos buenos folletos de divulgación de Pablo Iglesias, del doctor Jaime Vera y otros; un discurso académico de Julián Besteiro…, un amable libro de Fernando de los Ríos, El sentido humanista del socialismo (1926), antimarxista, de inspiración jurídica y religiosa…y no sé si involuntariamente omito alguno que valga la pena recordar. Algunos amigos y yo marxistizamos un poco en la revista Leviatán, pero sin entrar muy a fondo en el tema y más bien con propósito de vulgarización. En suma, repito: de verdaderamente original, nada».
EN su célebre y polémico estudio sobre las corrientes intelectuales modernas en España, Luis Araquistain daba así de lado despectivamente al marxismo español en general y a la revista que él había fundado en 1934 en particular. La mayoría de los comentaristas subscribirían este juicio global sobre el marxismo español. Sin embargo, Leviatán constituye una excepción, junto, tal vez, con Comunismo, la revista teórica de la izquierda comunista. Desde luego, el juicio desfavorable de Araquistain sobre su propia revista no hace justicia a la que posiblemente fue la empresa intelectual más importante realizada dentro de los confines del Partido Socialista Obrero Español; sin embargo, se comprende su actitud por dos razones: en primer lugar, porque dentro de su desarrollo intelectual, los años de Leviatán suponen una especie de aberración; en segundo, porque más tarde sentiría un profundo remordimiento por algunas consecuencias de la radicalización socialista de la que Leviatán fue la vanguardia intelectual.
Dejando aparte, por ahora, la repulsa de Araquistain a su papel en la tentativa de bolchevización del P. S. O. E. entre 1934 y 1936, el hecho es que un simple examen de Leviatán, teniendo en cuenta la producción anterior y posterior del marxismo español, muestra lo injusto de la afirmación de Araquistain. No quiere decir esto que los artículos publicados en la revista considerados en su totalidad constituyan una aportación destacada y original al conjunto de la teoría marxista existente en aquel momento, como lo fue gran parte de L'Ordine Nuovo de Gramsci. Sin embargo, su importancia en el contexto español es difícil de exagerar e incluso en un contexto europeo no deja de ser considerable. Una revista que contenía artículos de Trotsky, Wilhelm Reich, John Strachey, Harold Laski, Angélica Balanoff, Otto Bauer, Julius Deutsch, Louis Fischer y otros intelectuales de la izquierda, merece una mención en cualquier contexto. Añadamos que a esos destacados colaboradores extranjeros se unían los mejores y más dinámicos teóricos y publicistas del marxismo hispano, escribiendo en un tiempo de aguda crisis política y social, y el interés de la revista resulta evidente.
El fascismo y las posibles respuestas defensivas frente a él eran las preocupaciones primordiales de los colaboradores de Leviatán. Sus páginas estaban abiertas a socialistas portugueses, italianos, alemanes y austríacos en el exilio, constituyendo así un foco de convergencia de las ideas del socialismo europeo sitiado por los crecientes avances fascistas. Cuando se fundó Leviatán en mayo de 1934, la Internacional Comunista empezaba apenas a renunciar a la política trágica del llamado «tercer período», basada en que el capitalismo atravesaba una crisis fatal y el fascismo representaba simplemente su agonía; puesto que el fascismo estaba condenado a muerte, el auténtico enemigo era la social democracia, a la que se condenaba como «social fascismo». El ascenso de Hitler al poder supuso la bancarrota de esta política y, en febrero de 1934, la tardía resistencia de los socialistas austríacos al ataque de Dollfuss hizo conscientes a los socialistas europeos de la necesidad de una política activa contra el fascismo.
De hecho, como mínimo desde 1930 respecto a Alemania y algún tiempo antes respecto a China, Trotsky había dado la voz de alarma sobre la naturaleza errónea de la política de la Komintem. Sus artículos y folletos, publicados más tarde bajo el título La lucha contra el fascismo en Alemania, supusieron un notorio avance para la interpretación marxista de la verdadera naturaleza del fascismo y la necesidad de darle una respuesta adecuada. En líneas generales, la teoría de Trotsky era la siguiente: el fascismo surge como respuesta a una crisis estructural del capitalismo; esta crisis es consecuencia de la imposibilidad de una acumulación ininterrumpida de capital, determinada por el nivel existente de salarios reales, la productividad de la mano de obra y la competencia internacional en busca de materias primas y mercados. Para resolver esta crisis, el capitalismo tenía que alterar la relación de las fuerzas económicas; en el interior en términos de fuerzas laborales y en el exterior en términos de competencia internacional, lo cual significaba el abandono de la democracia burguesa, que hasta el momento había sido la forma más ventajosa de dominación política, y el recurso al fascismo como medio de silenciar al movimiento obrero organizado En la lucha por el poder entre el fascismo y la clase trabajadora, no era inevitable que la victoria fuese del primero. Por tanto, según Trotsky, el movimiento obrero debía tornar la iniciativa y destruir no sólo al fascismo, sino también al capitalismo que lo había engendrado.
En este sentido, es significativo que uno de los grupos más importantes de Leviatán estuviera formado por seguidores o simpatizantes de la línea de Trotsky: Joaquín Maurín, del Bloc Obrer i Camperol, y Andreu Nin, Juan de Andrade (que escribió bajo el pseudónimo de Emilio Ruiz), Esteban Bilbao, Luis Fersen (en realidad Luis Fernández Sendón) y Manuel Fernández Grandizo (más conocido como Grandizo Munis), todos ellos de la Izquierda Comunista Española. Los trotskistas trabajaban sin descanso en la creación de un partido bolchevique auténtico en España y en la formación de un amplio frente único obrero que se opusiese a la amenaza del fascismo.
De hecho, en toda Europa, en el exilio o en la prisión, socialistas y comunistas como Ignazio Silone, Angelo Tasca, Antonio Gramsci, Otto Bauer y August Thalheimer, lo mismo que Trotsky, se esforzaban en encontrar una interpretación del fascismo más realista que la ofrecida por la Komintern. Leviatán estaba totalmente dentro de esa línea y una serie de socialistas extranjeros analizaron en sus páginas las experiencias de sus países respectivos, mientras los colaboradores españoles se ocupaban de la situación en España, analizándola a la luz de los avances de la teoría extranjera. En gran medida, los artículos dedicados a la escena política española —especialmente los publicados por Araquistain como editoriales o como «glosas del mes