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Paul Preston - La muerte de Guernica

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Paul Preston La muerte de Guernica
  • Libro:
    La muerte de Guernica
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    2012
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La muerte de Guernica: resumen, descripción y anotación

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La destrucción de Guernica el 26 de abril de 1937 quedó grabada a fuego en la - photo 1

La destrucción de Guernica el 26 de abril de 1937 quedó grabada a fuego en la conciencia europea: fue la primera ciudad «abierta» prácticamente arrasada por completo durante un bombardeo. Fueron tres horas de bombas y ametrallamientos en vuelos rasantes, un atroz ataque, perpetrado en día de mercado, que más tarde fue objeto de una terrible campaña de manipulación. En La muerte de Guernica, Paul Preston, nos cuenta la historia de ese bombardeo, desde las tácticas de la Legión Cóndor y sus tratos con Franco hasta la obsesión de Mola y la impagable labor de periodistas como George Steer.

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Paul Preston

La muerte de Guernica

ePub r1.1

Titivillus 11.10.16

Título original: La muerte de Guernica

Paul Preston, 2012

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

Después de las bombas Caben pocas dudas acerca de que el bombardeo de Guernica - photo 3

Después de las bombas

Caben pocas dudas acerca de que el bombardeo de Guernica se realizó para aterrorizar a Bilbao y entorpecer la retirada de las fuerzas vascas hacia la ciudad. La clave para la defensa de Bilbao, las fortificaciones conocidas como «el anillo de hierro», la había desvelado el comandante Alejandro Goicoechea, un oficial vasco que había desertado con copias de los planos en marzo. A finales de mayo, las tropas de Mola forzaron la rendición de Bilbao. Las órdenes de Indalecio Prieto, el ministro de Defensa, de destruir todas las instalaciones industriales fueron ignoradas por José Antonio Aguirre, el presidente vasco. Los constantes ataques aéreos de los rebeldes les permitieron penetrar las líneas defensivas el 12 de junio. Una semana después caía Bilbao.

A principios de 1938, Martha Gellhorn escribía a su amiga y mentora Eleanor Roosevelt: «Debe leer un libro de un hombre llamado Steer; se titula El árbol de Gernika. Trata sobre la lucha de los vascos —es el corresponsal de The Times, el periódico londinense— y no se ha publicado ningún libro mejor sobre la guerra. En él dice todo lo que he intentado contarle cuando la he visto después de estar en España. Está hermosamente escrito y es fiel, y pocos libros son así, y menos aún si versan sobre la guerra. Por favor, cómprelo».

A un mundo que ha sido testigo de las matanzas desencadenadas por Hitler y Stalin, por no hablar de las guerras de Corea, Vietnam e Irak, la Guerra Civil española puede parecerle algo insignificante. Después de Dresde e Hiroshima, la destrucción de Guernica podría antojarse una mera matonería de segunda fila. Sin embargo, pese a todo ello, el bombardeo de esta aletargada ciudad vasca con mercado el 26 de abril de 1937 probablemente haya causado una polémica más airada que cualquier acto de guerra acaecido desde entonces, y buena parte de dicha polémica ha girado en torno al artículo de Steer. Esto obedece en parte a que lo sucedido en Guernica se percibió como la primera ocasión en que un bombardeo aéreo arrasaba un objetivo civil indefenso en Europa. En realidad, el bombardeo de civiles inocentes era una práctica afianzada en las colonias de las potencias occidentales, y poco antes los italianos lo habían ejecutado de manera sistemática en Abisinia. Incluso en España, el bombardeo de Guernica estuvo precedido por el bombardeo sistemático de Madrid y la destrucción de la cercana Durango por bombarderos alemanes a finales de marzo de 1937. Como enviado especial de The Times con las fuerzas republicanas de Bilbao, George Steer, que había presenciado los horrores de Abisinia, describió lo ocurrido en Durango como «el bombardeo más terrible de población civil en la historia universal hasta el 31 de marzo de 1937». Sin embargo, con la ayuda del escalofriante cuadro de Picasso, ahora se recuerda Guernica como el lugar donde la nueva y horrenda guerra moderna alcanzó la madurez.

Después de Guernica, Steer permaneció en lo que quedaba de Euskadi durante las seis semanas siguientes de bombardeos incesantes, y visitó los lugares donde los combates eran más encarnizados. Asimismo, informó casi a diario sobre la tenaz defensa contra el avance franquista sobre Bilbao pese a la falta de cobertura aérea. Durante esos últimos días desesperados en la ciudad, ayudó a Leah Maning, la diputada laborista británica que colaboró en la organización de la evacuación de cuatro mil niños a Gran Bretaña por parte del gobierno vasco. Más tarde Maning describiría a Steer y a Philip Jordan, otro periodista británico, como «símbolos de fuerza y aliento».

Cuando el gobierno vasco abandonó Bilbao el 18 de junio, Steer fue a las salas desiertas del presidente y cogió su pluma y su último cuaderno para empezar a escribir El árbol de Gernika. Luego se terminó la última botella de champán que quedaba en el edificio. Al día siguiente, al amanecer, fue caminando hacia el oeste hasta que encontró a un conductor que estuviera dispuesto a llevarlo por la atestada carretera que conducía a Santander.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Steer trabajó para The Daily Telegraph. Cubrió la invasión rusa de Finlandia, una vez más atraído por la descripción de la heroica resistencia de una pequeña nación que se enfrentaba a un invasor totalitario. Steer mantuvo contacto con los líderes vascos exiliados en Francia e intentó llevarlos a Inglaterra antes de que cayeran en manos alemanas, y sirvió con las fuerzas británicas en el norte de África, Madagascar y Birmania. No murió en combate, sino en un accidente de tráfico el día de Navidad de 1944. Fue una trágica ironía que un hombre que había corrido tantos riesgos en grandes causas muriera de una manera tan banal. La necrológica de The Times comentaba acerca de sus libros: «Combinando la investigación del erudito con la experiencia del combatiente y la fe del idealista, en sus obras era tan franco y preciso como gráfico».

Las palabras de Steer que resumen la participación vasca en la Guerra Civil española evocan la tragedia y la dignidad de todo un pueblo: «Después de todo, los vascos eran un pueblo pequeño y no tenían demasiadas pistolas o aviones, y no recibieron ninguna ayuda extranjera. Eran terriblemente simples y cándidos, y no estaban versados en la guerra; pero durante toda esta dolorosa guerra civil, mantuvieron bien alto el estandarte de la humanidad y la civilización. No habían matado ni torturado, ni se divirtieron en modo alguno a expensas de sus prisioneros. En las circunstancias más crueles, mantuvieron la libertad de expresión y la fe. Habían observado escrupulosa y celosamente todas las leyes, escritas y no escritas, que encarecen al hombre cierto respeto por su vecino. No habían tomado rehenes, habían respondido a los inhumanos métodos de quienes los odiaban con protestas y nada más. En la medida en que esto es posible en una guerra, dijeron la verdad y cumplieron todas sus promesas». Junto a su cuerpo se halló su posesión más preciada, un reloj de oro que le regaló José Antonio de Aguirre, con la inscripción «A Steer de la república vasca».

En una sesión plenaria celebrada el día 13 de febrero de 1945, el ayuntamiento de Guernica acordó por unanimidad el nombramiento de Franco como hijo adoptivo «como sentido homenaje de cariño, gratitud y adhesión hacia su persona y todo cuanto representa».

El 18 de septiembre de 1970, el nacionalista vasco Joseba Elosegi se prendió fuego mientras Franco presidía el campeonato mundial de jai alai en San Sebastián. Elosegi estuvo al mando de la única unidad militar vasca presente en Guernica el 26 de abril de 1937, cuando fue destruida por los aliados alemanes de Franco. Al lanzarse en llamas delante del dictador, Elosegi quiso hacerle entender lo que los vascos habían sufrido en carne propia durante la campaña rebelde contra Euskadi. Fue en balde. Franco mantuvo una fría impasibilidad mientras Elosegi, que sufrió graves quemaduras, era evacuado. Para el dictador, pese a su título de hijo adoptivo y a la aceptación de la Medalla de Oro y Brillantes de Guernica, su desprecio por el destino de los vascos era tan hondo en 1970 como lo había sido en 1937.

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