Einstein
Notas de lectura
Alfonso Reyes
Prólogo de Carlos Chimal
Notas y revisión de Carlos Chimal y Gerardo Herrera Corral
Primera edición, 2009
Primera edición electrónica, 2010
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ISBN 978-607-16-0473-6
Hecho en México - Made in Mexico
Redactado en 1938 y revisado en 1956, el cuerpo de estas notas de Alfonso Reyes en torno al trabajo de su contemporáneo Albert Einstein se hallaba hasta ahora inédito, y su existencia era conocida sólo por un puñado de estudiosos de la obra del regiomontano universal. Esto se debió a que el propio autor consideró que su interés era limitado y a que no alcanzó a concretarse la edición, de apenas 50 ejemplares, de lo que habría sido el número 10 en la serie D de sus archivos personales. Los editores consideramos que el mayor valor de este texto, más allá del análisis de las teorías einsteinianas, es que presenta una faceta poco conocida del polígrafo: su genuino interés en los avances científicos de su tiempo y su capacidad para entender y proyectar su valor y alcance. Debido al estado inacabado en que el mismo Reyes dejó estas notas, para esta edición en Centzontle hemos modernizado la notación matemática y la terminología, siguiendo y respetando los criterios que él mismo dispuso para sus Obras completas y los cambios que hizo en la última revisión. Para dar al lector un panorama más completo de la atención que prestó a los trabajos de Einstein, completamos el volumen con tres artículos sobre el físico alemán que Reyes publicó en la prensa y que están incluidos en las Obras completas.
Prólogo
La figura de Alfonso Reyes ha significado mucho en diversas épocas de mi vida. La primera gracias a una beca que otorgaba el INBA a tres novicios intentando convertirse en escritores bajo la tutoría de Augusto Monterroso y cuya sede era la Capilla Alfonsina, en la colonia Condesa de la Ciudad de México. A lo largo de un año, los becarios disfrutamos de la hospitalidad de Alicia Reyes, quien nos dejaba deambular por la enorme biblioteca, llena de cuadros y objetos únicos, como una réplica vaciada en bronce de la estatua ecuestre de Carlos IV e incunables como primeras ediciones de libros de Jorge Luis Borges dedicados al sabio mexicano.
Años después, esta misma casa editorial me pidió la deliciosa tarea de localizar las referencias culinarias en la obra de Reyes. Fue entonces que descubrí la verdadera riqueza literaria de sus ensayos, relatos, poesía, notas y reflexiones: tienes que ser el perfecto diletante para intentar escalar el Monte de lo Improbable y un mago para pretender bajarlo sin lastimarte.
En ese ámbito de lo improbable, y aun así, factible, cayó en mis manos este cuaderno de notas de 1938 acerca de la relatividad einsteniana y su confrontación con los conceptos clásicos, del cual Reyes mandó a imprimir en 1956 medio centenar de copias para regalar a sus amigos. Si bien ya sabíamos de su interés por todo tipo de pensamiento que cumpliera al menos dos premisas (que fuera bello y útil), ha sido una agradable sorpresa confirmar el inagotable vigor y la renovada frescura intelectual con que Reyes acotó las ideas físicas de principios del siglo XX.
Su glosa es magistral porque no opaca a los protagonistas de su historia, sino que los expone como un humanista que puede viajar con el Micromegas de Voltaire y que, al mismo tiempo, sabe imaginar lo que los científicos como Albert Einstein acababan de descubrir. Reyes comprende la diferencia entre hablar de suspuestos imaginarios e hipotéticos reales, pero no es un visionario. Como dice Gabriel Zaid,
si todo poema debe ser intenso y fascinante, los de Reyes decepcionan. Si la prosa no es más que el vehículo expositor de resultados de una investigación académica, sus ensayos aportan poco. Pero el lector que así los vea se lo merece, por no haber visto la mejor prosa del mundo: un resultado sorprendente que este genial investigador disimuló en la transparencia; un vehículo inesperado que les robó a los dioses, y que vale infinitamente más que los datos acarreados. Datos, por lo general, obsoletos al día siguiente: sin embargo, perennes en la sonrisa de un paseo de lujo.
Reyes es un hombre de su tiempo, con un pie en el siglo XIX y otro en la modernidad. Comenta, por ejemplo, la visita de Einstein a la Casa de Estudiantes de Madrid en 1923. En ese entonces Reyes era secretario de la delegación que representaba al gobierno mexicano en España, y quedó tan profundamente impresionado no sólo por las ideas del físico alemán nacionalizado estadunidense, sino por las implicaciones filosóficas y estéticas en el inicio de lo que ahora conocemos como los años maravillosos de la física subatómica y de la cosmología, que escribió con ingenuidad y profunda atención. El riesgo de subir el Monte de lo Improbable era alto, en una época en que la mecánica cuántica era considerada una teoría esotérica y se discutía la existencia del éter en el Universo, cuyos límites apenas alcanzaban nuestra Vía Láctea. Más riesgoso aún el hecho de divulgarlo, aunque sólo fuese entre un grupo pequeño de amigos. Reyes marcó así un camino ejemplar: si te entusiasma, escribe de ello. Glosa bien sin temor a equivocarte.
Así lo hizo en 1938, cuando ya preparaba su viaje de regreso de América del Sur, postergado a petición del presidente Lázaro Cárdenas. Él mismo confiesa en ese libro que su fuente básica fue la obra publicada ese año por Albert Einstein y el polaco Leopold Infeld en Nueva York, con el título de El futuro de la física: desde los primeros conceptos de la relatividad y la cuántica hasta nuestros días. Fiel a su estilo, Alfonso Reyes se metió en la escafandra del divulgador y se lanzó a navegar en aguas donde el sentido común deja de tener importancia y la presión revienta lo que sabíamos del mundo a nuestro alcance. Romántico, cree que algún día todos comprenderemos las matemáticas «por intuición». Y no porque esto nunca vaya a ser así nos induce ahora a exhibirlo como una pifia del divulgador aficionado, sino más bien como la transparencia de un genio, en palabras del ya citado Gabriel Zaid, de un «espíritu ensayante», es decir, del genuino escritor que era Reyes.
Testigo de lo inédito, de lo improbable, de lo verdaderamente trascendental, Reyes nos devuelve la humildad a quienes confundimos la transparencia y la sustancia con los fuegos de artificio y la pomposidad. No es que Reyes deba entenderlo todo, en un momento en que la física estaba experimentando una revolución que se estabilizó hasta los años de 1980, pero no comete errores de lectura ni la salpica con intromisiones culteranas. Es claro que no creía en lo más mínimo en la aparente división entre arte y ciencia. Sin embargo, nunca intenta disimular su propia incapacidad de comprender alguna idea de Einstein-Infeld, de Michelson-Morlay, etc., con metáforas «poéticas», sino que, como alguien que conoce bien a los clásicos, se mantiene en el papel de médium entre la idea espectral y el público convocante. Como un atento observador, en estos apuntes se recrea recreando un momento histórico de la ciencia más fundamental, sin cuyo conocimiento y derrama tecnológica el mundo de hoy sería impensable.