OBRAS COMPLETAS DE
ALFONSO REYES
XX
En diciembre de 1955, el Fondo de Cultura Económica inició la publicación de las
Obras Completas de Alfonso Reyes (1889-1959), compiladas por él mismo. Durante trece años la tarea se llevó adelante, y en diciembre de 1968 apareció el tomo XIX de la
serie. A la muerte de Reyes, se hizo cargo de la preparación de los originales Ernesto Mejía Sánchez, que reunió el material a partir del tomo XIII, aparecido en diciembre de
1961. Por diversas causas, la edición de estas Obras Completas había sufrido una prolongada demora que hoy, al cumplirse veinte años de la desaparición del gran escritor
mexicano, empezamos a subsanar con el presente volumen.
ALFONSO REYES
Rescoldo de Grecia
La filosofía helenística
Libros y libreros de la Antigüedad
Andrenio: perfiles del hombre
Cartilla moral
letras mexicanas
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1979
Primera edición electrónica, 2016
D. R. © 1979, Fondo de Cultura Económica
D. R. © 2000, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-3875-5 (mobi)
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ESTUDIO PRELIMINAR
LA OBRA humanista de Alfonso Reyes adquiere cada día perfiles más definidos y la
materia misma de su ejercicio se enriquece y agranda de manera fundamental. Tal parece
que aquella pasión devota de su espíritu por el mundo de la Antigüedad clásica ha seguido trabajando internamente por propia virtud la obra vastísima; se ha nutrido en los
jugos personales más acendrados y se modela ya en una fisonomía singular de
ejemplaridad permanente. “La afición de Grecia” llamó Reyes con modestia a esa
graciosa disposición del ánimo, que desde temprano abrevó en fuentes textuales, practicó
durante toda la vida y dejó como póstuma rúbrica de sus escritos maduros.
Esa actividad helenista se remonta a los años mozos: primeras poesías en que
Ingemar Düring reconoce la “imitación directa” ( Obras Completas, XIX, p. 8), aprendizaje del griego preparatorio con “aquel cordialísimo Francisco Rivas” ( ibid., XII, pp. 190-191), campañas juveniles de los que llamó Jesús Urueta “buenos hijos de
Grecia” ( ibid., p. 208) y que pronto fundarían la Sociedad de Conferencias y el Ateneo de la Juventud. “La afición de Grecia era común, si no a todo el grupo, a sus directores
—dice el propio Reyes—. Poco después, alentados por el éxito, proyectábamos un ciclo
de conferencias sobre temas helénicos. Fue entonces cuando, en el taller de Acevedo, sucedió cierta memorable lectura del Banquete de Platón, en que cada uno llevaba un personaje del diálogo, lectura cuyo recuerdo es para nosotros todo un símbolo. El
proyecto de estas conferencias no pasó de proyecto, pero la preparación tuvo influencia
en la tendencia humanística del grupo” ( ibid., p. 208).
En la vida, en la obra, en los recuerdos personales, han dejado los integrantes el testimonio de ese momento de intensidad espiritual. Pedro Henríquez Ureña, el maestro
más severo, deja estas líneas efusivas: “Entre muchos otros, nuestro grupo comprendía a
Antonio Caso, Alfonso Reyes, José Vasconcelos, Acevedo el arquitecto, Rivera el
pintor… Entonces nos lanzamos a leer a todos los filósofos a quienes el positivismo condenaba como inútiles, desde Platón, que fue nuestro mayor maestro, hasta Kant y Schopenhauer… Y en la literatura no nos confinamos dentro de la Francia moderna.
Leímos a los griegos, que fueron nuestra pasión” ( Conferencias del Ateneo de la 11
Juventud, México, UNAM, 1962, p. 151).
El más fogoso y singular, José Vasconcelos, ofrece, en cambio, un panorama menos
entusiasta y hasta inconformista; sin embargo, coincide en señalar el núcleo platónico:
“Las dudas se adormecían con las discusiones seudofilosóficas de nuestro cenáculo
literario. Caso seguía siendo el eje de nuestro grupo, pero su carácter apático y a ratos insociable no hubiera mantenido alianzas sin la colaboración de Henríquez Ureña.
Educado en colegios de tipo antiguo, desconocía por completo la teoría científica y el proceso del pensamiento filosófico. En preparación literaria, en cambio, nos aventajaba.
Por su iniciativa entró a nuestro círculo demasiado abstracto, la moda de Walter Pater.
Su libro dedicado al platonismo durante mucho tiempo nos condujo a través de los
Diálogos. Leíamos éstos en edición inglesa de Jewett. En la biblioteca de Caso o en la casa de Alfonso Reyes, circundados de libros y estampas célebres, disparatábamos sobre
todos los temas del mundo. Preocupados, sin embargo… emprendimos la lectura
comentada de Kant… Luego, como descanso y recreo de la tarea formal, leíamos
colectivamente El Banquete o el Fedro” ( ibid., p. 142).
A Henríquez Ureña dedicó Reyes el primer ensayo de sus Cuestiones estéticas: “Las
tres Electras del teatro ateniense”, obra que marca definitivamente su vocación helenista en 1908. De fines de este año es “Una aventura de Ulises”, fábula que arranca de la rapsodia XIII de la Odisea: Ulises, en la nave de los feacios, rumbo a su patria Ítaca, sufre un profundo sueño “muy semejante a la muerte”. Se suceden los diálogos entre Posidón y Zeus y entre Atenea y Ulises. Aquí interpola Reyes otro diálogo entre Zeus y
su “hija dilecta” y otro sueño de Ulises. Al despertar, abandonado por Atenea, clama en
auxilio a todos los dioses y en último término a Hermes industrioso y astuto, fundador de
ciudades sin alma. Pasados los siglos, la ciudad clama como Ulises a la diosa Política:
—“Atenea, clara diosa a quien los terrores asiáticos y el dios mendigo arrojaron del cielo, y que vives hoy en el corazón de tus elegidos: acude tú a la ciudad sin alma. ¡Mira
que Hermes desconoce el sortilegio sutil con que Prometeo encendió la luz en la mente
de los mortales!” ( Obras Completas, I, pp. 325-334).
Qué lejos estamos aún de la oración estudiantil de la Atenea Política (Río de Janeiro, 1932); sin embargo, qué germinal parece el ensayo sobre las Electras: “Ulises despierta sobre la playa de Ítaca, no conoce al pronto en qué tierra está, y cuando Atenea le dice
que han llegado al término buscado, es ya tarde para sorpresas y arrebatos… Hay aquí
algo como un pudor que quiere velar emoción tan súbita u opacar gritos que serían desaliñados y torpes” ( ibid., I, pp. 37-38). De ahí que, muy tempranamente, los conceptos de kátharsis y soofrósyne adquieran en Reyes cierta parentela moral y un dibujo más profundo y delineado que el previsible en meras “cuestiones estéticas”. En el
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