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Alfonso Reyes - Obra Completa. Volumen I

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Alfonso Reyes Obra Completa. Volumen I

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Este primer volumen de las Obras completas de Alfonso Reyes (1889-1959) incluye, ademas de Cuestiones estéticas, los Capítulos de literatura mexicana, que configuran el paisaje de la poesía mexicana del siglo XIX. En Varia, hallamos paginas sobre temas diversos, desde un discurso de los años estudiantiles, hasta un articulo que recuerda a un periódico mexicano del siglo XIX.

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ALOCUCIÓN
EN EL ANIVERSARIO DE LA SOCIEDAD DE ALUMNOS
DE LA ESCUELA NACIONAL PREPARATORIA

Señor Ministro:

Señores:

Compañeros míos:

CUMPLE a los fines de la Sociedad cuyo aniversario celebramos esta noche vigorizar en el seno de esta Escuela el sentimiento de la unión, suscitar entusiasmos, sacudir torpores y despertar, en fin, en las inteligencias que aquí se nutren, ese movimiento, esa inquietud, ese temblor que precede a las gestaciones todas; que comienza, en los seres, por ayuntar los sexos; acaba por resolverse en la alta producción intelectual, y no es sino remedo del eterno movimiento, de la eterna inquietud, del temblor eterno con que los gérmenes infinitos, calentados en la entraña laboriosa de la tierra, se hinchan primero, fecundizados, y rompen a poco el suelo, irguiendo al aire tallos que acaban en estallido de flores y de frutos.

Pero toda gestación se previene con lentitud; y esta Sociedad —fruto, inmaturo de unos cuantos amartelados del ideal— también tuvo lenta elaboración, y trabajó en silencio durante todo un año largo, hasta no llegar a una organización definitiva, para ofrecerse luego a la juventud preparatoriana como un cuerpo central, como un núcleo, como un alma de esta comunidad estudiantil; que a eso llegará, sin duda, con tal que acudan a ella todos los que veneren la empresa con que ilustra su estandarte, con que blasona sus armas: CRITERIO Y CARÁCTER, lema que es promisión de triunfo al igual del in Hoc Signo que un Emperador de la Roma decadente escribió junto a la cruz de los primeros cristianos. Y yo que vengo a hablaros —compañeros míos— en nombre de esa Sociedad, no me propongo mas que predicar unión y entusiasmo, porque sé que respondo así a la encomienda que traigo ante vosotros.

Las juventudes congregadas tienen movimientos que recuerdan tropeles de garañones ágiles, y tienen la gritería de los pájaros salvajes que habitan cumbres. Mas cuando en aulas y cátedras se guarecen, se aminora el espontáneo vigor, aunque se exalta el vigor consciente; disminuye la vida actual, para trocarse en poder latente de vida futura. Las energías que se gastan tiernas, da lástima ver cómo se malogran y cómo no producen sino acción efímera. Las que se guardan a sazón, da gusto ver cuán vivideros efectos producen y qué de gratos regocijos cuando, en la hora senil, se hacen recuerdos y se valoran vidas.

Así lo sabemos nosotros que, con desdén de menores cuidados, a la vez que con odio por esa abstinencia inútil y adusta que también marchita, convertimos la mirada en pos de la divisa que Goethe se impuso al entrar en la vida de la inteligencia. No el Goethe apócrifo, doctrinador del suicidio, sino el tranquilo, el sereno y noble Goethe, cuyas memorias debieran ser breviario de toda juventud que estudia y seguro guía en ciertos trances. Dijo el magnánimo pensador: el objeto de la vida es la propia cultura. Alta satisfacción —la más intelectual de todas— es, sin disputa, la de justipreciar a diario el nuevo caudal adquirido; y no hay doctrina que iguale a esa doctrina en eficacia; ni moral que iguale a esa moral, en sano y abundoso provecho; ni anhelo más elevado que el anhelo de ser cada día más sabio y más bueno, y que, no satisfecho con la tarea de toda una existencia fecunda, se lamenta en el postrer instante de no haber alcanzado todavía mayor perfeccionamiento, y sublevándose contra la sombra que nubia ya los turbados ojos, se endereza en el mortuorio lecho, cual si reviviera para hacer revelaciones misteriosas —llave de todo natural secreto— y grita delirante y estremecido, como el pensador alemán: “¡Luz, más Luz!”.

La Escuela es lo mejor que tenemos —compañeros míos— y sólo en ella se logra vivir con la pura inteligencia, aparte de obligaciones mezquinas; aparte del diario bullicio que desorienta y aturde; aparte de la muchedumbre que trota por las calles como arrastrada por irresistible tumulto; aparte, aparte de todo lo que no sea labor del intelecto. Que nunca los verdes ojos de Atenea gustaron de apacentarse sino en esos horizontes limpios que se miran desde las cumbres, arriba de las ciudades, en el aire puro del cielo, hacia el camino del sol, rumbo a los astros inmortales.

Tras de la Escuela viene la vida. Pero la vida es torbellino y va modelando a golpes. Uno a uno —cuentan los viejos— se van apagando los anhelos abstractos como otras tantas luminarias. En el templo del espíritu ruedan las estatuas ocultando en el polvo su mutilación; las cariátides abandonan los plintos; se derrumban con estrépito los frontones; se hunden los techos, y bajo el promontorio que ostentara el antiguo templo —como en los versos del poeta americano que cantó en el habla de Rolando—, el mar da tumbos, y a la media noche, llora por sus sirenas, vírgenes marinas que portan cabelleras de agua.

¿Y qué? Los ideales han de mantenerse por su propio prestigio y hemos de alimentarlos sin objeto material preconcebido. Mañana se nos irán muriendo; acaso desaparezcan todos, acaso llegue tiempo en que escrutemos, con perezosa mirada, entre negruras irresolubles. ¿Y qué? Para entonces ya habremos vivido; ya los benditos ideales habrán llenado su misión de acompañarnos y nos habrán dado nuevos impulsos día por día. Sin ideales no viviera la humanidad, porque son el secreto de toda humana energía, la causa de todo empuje, la razón de toda lucha. Hace falta un ideal. Porfíen los escépticos en demostrarnos cuán erróneas fueron siempre las causas que han empujado a los hombres y a los pueblos. La humanidad necesita vivir, y pues necesita vivir, hace falta un ideal.

Por él, Alighieri recorre los nueve círculos del Infierno para acudir al llamamiento de Beatriz —a quien amó en silencio—; y por él Santa Teresa —alma de vivo fuego— quema su espíritu como lámpara votiva frente al inmóvil Crucifijo; por él, arranca su corazón del generoso pecho el Mártir de Nazareth, y lo exprime sobre los hombres como hisopo de agua bendita; por él, roba el fuego divino un Titán rebelde, y clavado en arisca roca del Tártaro, se empina, amenazante, para predecir al Zeus tirano que la Tierra parirá hijos que le arranquen el celeste trono. ¡Ideal amoroso, ideal de religión, ideal de caridad y de perdón, ideal de rebeldía y de afanes de libertad! Amante reclamo, oración devota, sacrificio piadoso, rayo de coraje y reivindicación: vosotros sois la razón de ser de la humanidad; vosotros contaréis tantos siglos cuantos la humanidad alcance, y cuando el Universo, fatigado de existir, desaparezca en la aniquilación absoluta que petrifique vidas y extinga soles, entonces, entonces moriréis, oh ideales. Estáis todos en aptitud de elegir la fuente de felicidad que os plazca; pero convenceos de una vez de que la felicidad está dentro de vosotros. Trabajadla vosotros mismos. Tened un ideal, tened una aspiración, y si los vais satisfaciendo durante toda vuestra vida, ya habréis hallado la razón de vivir.

Por eso, ante la negación escéptica de los enemigos de la vida, responde el ideal panteísta: a la vida hay que amarla porque es la vida; no creamos en su maldad. Ella, eternamente fecunda —como la Deméter pagana—, se engendra y reproduce en sí misma, goza de su propia carne, se ama y se deleita a solas, es universal, es vigorosa; y si para ningún fin existiéramos, según lo pretenden algunos filósofos, y no por cierto los menos profundos, valdría la pena de vivir así fuere sólo para admirar la vida. ¡La Vida! ¡Robusta matrona de amplias y maternales caderas y cuyos turgentes senos manan ríos de leche cándida y vivificante; cuyos brazos blancos —como los de Hera— ofrecen un eterno abrazo de amor; cuya boca oculta una caricia que sabe a miel —como la de Sulamita— y que surgiendo de la viril sangre de Urano —como la Afrodita griega— y en apoteosis que le forman las manadas de Tritones que llegan soplando sus caracoles marinos, sonríe fácil, y brinda con amorosa abnegación el secreto de su virginidad perennemente renovada!

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