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Alfonso Reyes - La experiencia literaria

Aquí puedes leer online Alfonso Reyes - La experiencia literaria texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Fondo de Cultura Económica, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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    La experiencia literaria
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    Fondo de Cultura Económica
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    2018
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La experiencia literaria: resumen, descripción y anotación

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El escribir, según los diálogos platónicos, no pasa de ser una diversión. La escritura, accidente del lenguaje, pudo o no haber sido: el lenguaje existe sin ella. Pero la escritura, al dar fijeza a la fluidez del lenguaje, funda una de las bases indispensables a la civilización. De estas ideas parte Alfonso Reyes para después ampliar, en un extenso arco de temas, el alcance del libro. La experiencia literaria recoge en forma amena y precisa las inquietudes del gran autor mexicano en el terreno de las letras; sin embargo, no escapan a su atención motivos como el folklore, la crítica o la psicología. La erudición va de la mano del buen humor en esta obra, en la que Reyes forjó uno de sus mejores libros y algunas de sus concepciones más perfectas y acabadas.

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Alfonso Reyes Monterrey 1889-Ciudad de México 1959 fue un eminente - photo 1

Alfonso Reyes (Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. De su autoría, el FCE ha publicado en libro electrónico El deslinde, La experiencia literaria, Historia de un siglo y Retratos reales e imaginarios, entre otros.

COLECCIÓN POPULAR
LA EXPERIENCIA LITERARIA

ALFONSO REYES
LA EXPERIENCIA
LITERARIA
Primera edición Editorial Losada 1942 Primera edición FCE Letras - photo 2

Primera edición, Editorial Losada, 1942
Primera edición, FCE (Letras Mexicanas), 1962
Tercera edición (Colección Popular), 1983
Primera edición en libro electrónico, 2018

D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:
Tel. (55) 5227-4672

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Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-6134-0 (mobi)

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ÍNDICE
Los ensayos de este libro escritos separadamente en diversas épocas y a - photo 4

Los ensayos de este libro, escritos separadamente, en diversas épocas, y a veces refundidos varios años después de su primera redacción, tratan materias afines y aun cruzan en distintas direcciones los mismos terrenos. He creído inútil hacer referencias de unos a otros. Aspiran todos a servir de señales para algún futuro itinerario.

A. R.

[1941]

HERMES O DE LA COMUNICACIÓN HUMANA
I

El escribir, según los diálogos platónicos, no pasa de ser una diversión. La escritura, accidente del lenguaje, pudo o no haber sido: el lenguaje existe sin ella. Pero la escritura, al dar fijeza a la fluidez del lenguaje, funda una de las bases indispensables a la verdadera civilización. Al menos, lo que nosotros entendemos por tal. Cierta dosis de conservación en las cosas nos parece una cláusula sine qua non para aceptar el contrato de la existencia. No quiere esto decir que sea inconcebible un apetito de lo efímero. En Bali, las industrias parecen calculadas para producir artículos de corta duración, en cuya constante mutabilidad reside el encanto. Ya el fenómeno de la moda, tan característico de las sociedades evolucionadas, nos está diciendo que también la mudanza es un aliciente de la vida. A medida que las clases modestas alcanzan la moda, la moda deja de ser moda. La clase superior, que la creó, la sustituye entonces por otra, en un maratón desenfrenado. Pero las fuerzas que vehiculan el cambio persisten en su afán y sentido. De suerte que aquí, como en la herencia, la unidad y la variación juegan en campo repartido; aquélla para lo esencial, para lo que no debe olvidarse; ésta para lo que, pasajero en sí mismo como la flor, no ha de perpetuarse más allá de naturaleza, sino al contrario, mudarse siempre para mantenerse siempre fragante. Mudarse para mantenerse. Este mantenerse, esto que no debe olvidarse, es la civilización. Y si la Memoria es madre de las Musas, sospechamos que la enfermedad de la memoria dio el ser a otras musas menores, a las que podemos llamar las artes archivológicas. Entre ellas, la escritura.

La palabra —humo de la boca en el jeroglifo chino— quiere deshacerse en el aire; se la lleva el viento. Verba volant, scripta manent. Para que persista la palabra, para que ligue y comprometa la conducta del que la profiere, nació el derecho burocrático que, mientras llegaba el derecho constitucional, por lo menos obligaba al soberano a no desdecirse constantemente. Para que no se pierdan las creaciones de la palabra, los fastos humanos que ella recoge y perpetúa, el museo y la escuela del hombre que ella por sí sola representa, para todos esos fines mágicos se inventó la fijación del lenguaje. Los vocablos que virtualmente han sonado un día quedan cuajados, o tornan al tintero donde Benito IX encerraba aquellos siete espíritus, para volver a sonar más tarde con igual eficacia. Y el navío de Pantagruel, que cruza los mares glaciales en la buena estación, encuentra en el aire las frases que el invierno anterior había guardado congeladas.

Examinemos este proceso, no en la sucesión real de sus etapas —sería punto menos que imposible—, sino mediante una ficción explicativa que nos permita apreciar sus múltiples aspectos, a través de unos cuantos casos ejemplares.

II

El hombre mudo, anterior al lenguaje, ¿acaso se comunica con sus semejantes mediante cierta radiación que va de una mente a otra, emitida y recibida a través de las antenas nerviosas? Dejémoslo así como metáfora. No establecida aún por la ciencia, esta radiación podría ser semejante a aquella que transmite una orden entre los animales en tropas o bandadas. Ya sabemos que, en cierta medida, estos movimientos conjuntos se explican muchas veces por la invención y la imitación. Un individuo lanza la iniciativa, y los otros no hacen más que seguirlo. Así los retardatarios, las aves que rompen a volar cuando ya sus compañeras se han remontado, las que suele alcanzar aún la escopeta. Pero los gabinetes de observación animal han podido registrar muchos casos en que el movimiento es simultáneo. ¿Reacción unánime ante algún agente exterior? ¿Aviso u orden de un miembro de la banda, comunicación por algún medio imperceptible? Esta comunicación anterior a la palabra sería, para el hombre, el “rayo adánico” de Lacordaire: vestigio, según su doctrina, de los poderes divinos (o angélicos) que el hombre perdió por sus pecados.

(Singular, en un escritor religioso, el olvidar que, según el Génesis —II, 19-20—, Adán se vio en el trance de inventar nombres para los animales antes de incurrir en el pecado. Para los modernos comentaristas del texto bíblico, aquella tradición no tenía precisamente por fin explicar el origen del lenguaje, sino apartar al catecúmeno del vicio de la bestialidad referido en el Levítico —XVIII, 23—. Los animales que Adán declaró animales, animales serán; “mas para Adán no halló [el Señor] ayuda que estuviere delante de él” [o compañera digna]. De aquí la creación de Eva. Pudo existir la tradición de hombres ayuntados con animales y que venían a producir animales. Los judíos supusieron después que, antes de la expulsión, los animales hablaban, como la misma serpiente. Jehová, pues, nombró las grandes cosas de la creación: cielo, tierra, agua, día, noche, etc.; y dejó a Adán el encargo de nombrar a las bestias de la naturaleza. Punto sobre el cual hubo una célebre controversia en el siglo IV, entre san Basilio y su acusador, Eunomio, con intervención de Gregorio Nacianceno.

A ese rayo adánico le llamamos hoy telepatía. El lenguaje y todos los medios actuales de comunicación trabajan directamente contra esta facultad animal o primitiva; la van atrofiando en el desuso y, salvo supervivencias excepcionales, acaban por extinguirla. Esclarecido, entre una selva enmarañada de fraude y charlatanería, el hecho de que puede darse la transmisión inmediata del pensamiento —por aquel residuo de evidencia que hizo a William James acercarse con pasión a las investigaciones psíquicas de sus días—, los aficionados a frecuentar estos confines de la ciencia se van inclinando cada vez más a situar la facultad adánica en el pasado y no, como desearíamos, en el porvenir. Es una supervivencia rudimental. En su aspecto receptivo o pasivo, el sujeto del hipnotismo la desarrolla con más facilidad que el hombre en su régimen de vigilia. En este estado subliminar, obran más las experiencias de la raza que las del individuo. El investigador Bennett (Hertford College, Oxford) llega a preguntarse si herencia e instinto, hoy repeticiones automáticas incrustadas en la memoria de la especie, no serán fenómenos de origen telepático, solícitas transmisiones de enseñanzas, cuyo secreto la generación paterna deposita en los centros funcionales de la generación filial.

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