(Monterrey, 1889-Ciudad de México, 1959) fue un eminente polígrafo mexicano que cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la crítica literaria, la narrativa y la poesía. Hacia la primera década del siglo XX fundó con otros escritores y artistas el Ateneo de la Juventud. Fue presidente de La Casa de España en México, fundador de El Colegio Nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 1945 recibió el Premio Nacional de Literatura. De su autoría, el FCE ha publicado en libro electrónico Aquellos días, La experiencia literaria, Historia de un siglo y Las mesas de plomo, entre otros.
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Los Poemas rústicos de Manuel José Othón
HACE pocos años, se extinguía silenciosamente una existencia tan callada, que casi contrasta tanto silencio con el eco del rumoroso duelo que corrió por todo el país. Así, pareciera que aquel hombre humilde, Manuel José Othón, hubiese empleado la vida en sofocar las bocas mismas del entusiasmo, las cuales más tarde, libres ya del respeto que antes las tenía selladas, manaron abundantemente los ríos de una emoción larga y contenida.
A la muerte de Othón respondieron, por todo el país, el llanto de los poetas y las oraciones fúnebres de ritual; pero, en lo profundo de los ánimos, para quienes teníamos ya el hábito de su presencia y su trato y que le asociábamos, tal vez, al coro de nuestros recuerdos familiares, hubo además como una sublevación, un anhelo de afirmar la perennidad del amigo, la inmortalidad del poeta. Por donde formamos la intención de alzar, sobre la tumba reciente, un monumento, al menos para la fantasía, aplicando nuestras fuerzas a la consagración de nuestro poeta, y recordando a quienes quisiesen escucharnos que nos falta todavía dedicarle un vividero tributo.
En la paz de las aldeas gustaba Othón de pasar la vida, donde es más fácil salir al campo y descuidarse de todo aquello que sólo accesoriamente nos ocupa. Cuando el trato humano estrecha poco, cuando el roce social apenas se hace perceptible, más holgadamente viaja el espíritu en sus contemplaciones; y, desvestido el ánimo de todo sentimiento efímero, vuelve a su profundidad sustantiva, toma allí lo esencial, lo “desinteresado”, lo indispensable de las imágenes del mundo, y vuelca sobre el espectáculo de la naturaleza el tesoro de sus más hondas actividades, la religión, el deber, el gusto o el dolor de la vida.
La existencia de Manuel José, por otra parte, según era su descuido por las cosas exteriores y según era su hábito de ensimismamiento y de éxtasis, parece más desligada aún de la realidad accesoria por aquel maravilloso don de olvido que le conocimos todos y es ya proverbial, a cuya merced el poeta pasó por la tierra como un personaje de capricho, con el despilfarro de un desdeñoso, con la torpeza de un inocente, con la grande y dominadora sencillez de un justo. Todo lo cual le permitía, retraído a sus soledades rústicas, conservar, en tiempos de escepticismo, la creencia tradicional, con facilidad y pureza, como la aprendió en el libro doméstico, en la casa y en la escuela. Y así, su labor poética, nacida toda de fuentes tan serenas, hija de los sentimientos fundamentales, es en general casta y benigna, salubre como campesina madrugadora, firme como labrador envejecido sobre la reja, santa y profunda como un himno a Dios en el más escondido rincón de alguna selva.
Hay un libro de Manuel José Othón, el primero de que yo tengo noticia, el cual, más disimulado aún que no pregonado por un lacónico título, Poesías, nos ofrece las confesiones de una adolescencia romántica, muy dignas ya de nota si ha de tomárselas por señal o promesa de mejores frutos; aunque el libro en sí nos aparezca aún algo indefinido y hasta informe. Hay, empero, en aquellos versos de un muchacho, donde las primeras caricias de la vida y el alborozo de la inteligencia y la sensibilidad que van despertando se expresan en calurosas manifestaciones de ansia y de vigor desbordantes; hay, empero, versos y estrofas que le habrían valido desde luego mayor renombre, si mayor boga hubiera alcanzado este primer libro. Pero de tal daño aparente resultó una positiva ventaja, porque así la gente sólo conoció al Othón de los Poemas rústicos, cuando ya se ofrecía dispuesto para las obras perdurables.
Seguir el proceso de un espíritu, asistir a las varias vicisitudes de toda una existencia mental y reconstruirla más tarde, será muy entretenida tarea para los críticos, muy grata empresa y ejercicio a todas luces muy provechoso; pero los públicos prefieren las realizaciones a las promesas, y de modo natural se dejan ganar por la seducción de los autores que aparecen inmediatamente perfectos. Othón en sus Poemas rústicos (ya que sólo es conocido por ellos), como Heredia en sus Trofeos, cobran una mágica virtud al presentar, como obra primera, un libro ya definitivo. Parece que ofrecieran así sus realizaciones artísticas limpias y aseadas ya de los retazos, recortes y limaduras que se han quedado en el taller, y gustásemos en sus versos el encanto de las producciones sin haber conocido nada de las amarguras y espasmos del alumbramiento. El mismo Othón, por otra parte, diríase que intentara borrar el recuerdo de su libro anterior, cuando tanto insiste, en el prólogo de los Poemas rústicos, sobre que éste es el primer volumen de los cuatro que habían de integrar su obra lírica.
Quien se echase a buscar, entre los papeles que dejó el poeta —pues en cierta carta personal he visto yo índices de los otros libros—, quien lograse acabalar los otros tres volúmenes que nos faltan, los Poemas del odio, los Poemas brutales y alguno otro cuyo nombre no he tenido la fortuna de conservar; los cuentos dispersos en las hojas periódicas, los dramas, un fragmento de autobiografía que sé yo que ha dejado escrito y se llama, si mi memoria no yerra, Vida montaraz; y tantas otras obras sueltas que ahora conservará, sin duda, la esposa del poeta, haría seguramente obra de gran precio para la literatura nacional. Bien podía el Estado de San Luis Potosí, tierra natal de Othón, tomar para sí ese cuidado, si ya es que la capital del Estado de Jalisco no reivindicara tanto honor, toda vez que en la portada de los