Susanne Hartwig (ed.)
Con la colaboración de Birgit Aka
Culto del mal, cultura del mal
Realidad, virtualidad, representación
Ediciones de Iberoamericana, 72
E DITADO POR
Mechthild Albert, Enrique García Santo-Tomás,
Aníbal González, Klaus Meyer-Minnemann,
Katharina Niemeyer, Emilio Peral Vega,
Janett Reinstädler, Roland Spiller
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Introducción
Del culto y de la(s) cultura(s) del mal
S USANNE H ARTWIG
Universität Passau
Si se parte de la idea de que el mal es una construcción cultural, la primera lámina de la prueba de Rorschach –controvertido método de psicodiagnóstico– refleja los problemas de la representación del mal. Al igual que es posible reconocer en ella un animal –una mariposa, un murciélago–, también es posible ver en ella la cara del diablo, puesto que no está excluida ninguna interpretación y puesto que nunca se llega –ni falta hace– a un consenso sobre lo percibido. Lo mismo que las manchas de Rorschach no contienen un sentido de antemano y sirven de pantallas de proyección para la personalidad del paciente, la descripción e interpretación de las formas del mal parecen retratar más al observador que a lo observado.
El punto de partida del presente volumen –resultado de un coloquio que tuvo lugar en octubre de 2012 en Passau– es la pregunta por las ‘caras del mal’ en distintos contextos culturales y vistas por observadores de muy distinta índole a través de la relación entre realidad y ficción. No se pregunta por una esencia o un concepto filosófico del mal, sino por su forma y su funcionamiento en un contexto histórico y social concreto. Se presupone que el mal cambia con los conceptos culturales vigentes y que forma, junto a los conceptos del bien, de la responsabilidad y del sentido, una configuración característica de una época.
Los hitos de una posible historia cultural del mal van desde el ‘mal absoluto’ de Immanuel Kant hasta la ‘banalidad del mal’ de Hannah Arendt, desde el mal como antagonista de Dios hasta el mal como poder subversivo y liberador que se opone a la lógica, la racionalidad y la moraleja represivas. Según esto, es posible preguntar, en distintas culturas del mal, por la dicotomía bien vs. mal, la transformación de los emblemas y los símbolos del mal, la evolución del concepto del mal como elemento inevitable o desechable de la civilización, o por las estrategias (por ejemplo, de la literatura) contra el mal.
El presente volumen se acerca a la temática por estudios casuísticos del mundo hispánico proponiendo dos ejes principales de interpretación con los términos culto/cultura y realidad/virtualidad/representación. Se parte de la idea de que el culto es una expresión característica de una cultura. Se habla de culto a una persona (respectivamente de un objeto o de una idea) cuando se quiere enfatizar la afición de un grupo a esta persona, afición con rasgos de una religión porque se basa en mitos y en prácticas generalmente no institucionalizadas. Lo que es ‘de culto’ se considera típico de una época o de un Zeitgeist. Un posible ‘culto al mal’ podría exaltar el poder liberador del mal en una sociedad reprimida y tener su genuina expresión, por ejemplo, en juegos violentos tal como el ego-shooter o películas violentas como el cine hard core.
Entre las miríadas de definiciones del término cultura elegimos, para este coloquio, el concepto de Harald Welzer que dedica su libro Les exécuteurs (2007) a ejecutores criminales que cometen actos inhumanos. Welzer afirma que una cultura se constituye por espacios sociales, definidos histórica y culturalmente por categorías como poder, violencia, ideología, técnica o emociones. Estas categorías cambian con el tiempo de manera que las acciones de los individuos adoptan valores distintos según el contexto histórico. De hecho, los asesinatos durante la Guerra de los Treinta Años, por ejemplo, son de una calidad diferente a las ‘operaciones especiales’ del siglo xx, porque en ambos casos se asesina bajo concepciones distintas compuestas por categorías como poder, violencia, ideología, técnica o emoción. Con Welzer, el coloquio parte de la idea de que una posible ‘cultura del mal’ equivale a ciertas formas culturales características detrás de las cuales hay conceptos básicos como sujeto y justicia, pero también opiniones características sobre la función del arte y de la literatura.
Los términos realidad, virtualidad y representación se refieren al modo en el cual el ‘culto del mal’ y la ‘cultura del mal’ se observan en un contexto cultural concreto, es decir, por ejemplo, en los medios (presentación/realidad), en las artes (representación) o en las obras de ficción (virtualidad/imaginación).
La literatura puede tratar el tema del mal de distintas formas, que van desde la literatura didáctica hasta la literatura radical totalmente fuera del consenso moral.
La disciplina de la Ética de la literatura resurge últimamente en los debates sobre el arte. En la década de 1970 relacionar cuestiones éticas con estudios literarios se consideraba didáctico, incluso conservador, por ser un enfoque que pretendía estabilizar el sistema social y político establecido sin poder subversivo. Se reprochaba a la ética que instrumentalizara la literatura y la rebajara a la mera ilustración de posiciones ya preestablecidas. De hecho, la ética desapareció casi de los estudios literarios. Sin embargo, a partir de los años 80 del siglo xx vuelve el interés por la relevancia ética de los textos culturales, especialmente literarios, de manera que algunos hablan ya del ethical turn/turn to ethics, sin que éste se base en un movimiento o un método homogéneos (Ludewig 2011: 8). El cambio ético parece más bien ser una reacción al postestructuralismo que ha desestabilizado los valores y los conceptos como verdad, conocimiento y realidad (Ludewig 2011: 15). Se afirma que se puede describir una dimensión ética de textos culturales sin ser normativo ni moralizante; muy al contrario, cuestionar los textos culturales bajo un enfoque ético puede llevar a una lectura subversiva de las convicciones latentes de una cultura.
Las contribuciones a este volumen no quieren negar la emancipación que ha vivido la literatura con respecto a la moral en el siglo xx. No se dedican a denunciar el mal, ni mucho menos a justificarlo, sino a describir cómo se presenta bajo distintas formas estéticas. Se trata de una sensibilización por los efectos que consigue (o no) la literatura cuando habla directa o indirectamente del mal, de la descripción de una experiencia (la relación entre ética y estética) como parte de una historia cultural, porque describir cómo se narra el mal vuelve visibles las estructuras subyacentes de una cultura. Si consideramos la ética con Michel Foucault (1984) como un arte de vivir, es decir, la forma de vivir que el individuo elige libremente para él mismo, la literatura y el arte cobran su fuerza sobre todo en su indeterminación, su polifonía y su ambigüedad, que relacionan cada lectura con su lector. Lejos de relativizar la ética y de declinar la responsabilidad, la ambigüedad la devuelve al lector. Por supuesto, el papel del crítico de la obra de arte es crucial; es él quien conecta los textos con posibles contextos concretos. Para Roberto Bolaño, la crítica es una “creación literaria” que, lejos de una simple exégesis, propone y argumenta lecturas diversas para “ilumina[r]” una obra y toda una época literaria (Braithwaite 2006: 43).