Raquel Osborne Verdugo es una escritora española, doctora en sociología y especializada en sociología de género y sus derivados delictivos.
Osborne estudió y se doctoró en sociología en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), con la tesis La construcción sexual de la realidad. El debate sobre la pornografía en el feminismo contemporáneo y, posteriormente, realizó un máster en sociología en la Universidad de Nueva York. En su trayectoria como investigadora, ha desarrollado la sociología de la sexualidad con diversas publicaciones en artículos y libros sobre el tema. Es profesora titular de Sociología de género en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).
A Ainhoa
Feminismos
Consejo asesor:
Giulia Colaizzi: Universitat de Valéncia
María Teresa Gallego: Universidad Autónoma de Madrid
Isabel Martínez Benlloch: Universitat de Valéncia
Mary Nash: Universidad Central de Barcelona
Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona
Amelia Valcárcel: Universidad de Oviedo
Instituto de la Mujer
Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universitat de Valéncia
Nota preliminar
Este libro fue, en origen, mi tesis doctoral, presentada en 1989 en la Universidad Complutense. Cuando me propuse revisarla para su publicación me di cuenta de que, desde su finalización, pocas cosas habían cambiado en los acontecimientos que aquí se analizan. Con todo, la literatura al respecto seguía fluyendo, prueba de que el tema había captado la atención de los estudiosos. Así que tomé la decisión de incorporar solo las lecturas que me parecían imprescindibles para completar el mosaico de hechos e ideas que han conformado la parcela de la realidad que aquí se analiza, pues no se trataba de añadir una segunda investigación a la ya efectuada.
Durante mi estancia en la New York University, Edwin M. Schur me introdujo en el tema del presente libro y procuré tomar buena nota de sus comentarios y sugerencias a los sucesivos trabajos que le fui presentando a lo largo de los cursos que tomé con él. Kathleen Gerson me aportó asimismo su valiosa opinión acerca del proyecto de investigación que confeccioné para su asignatura, embrión de los capítulos que he concentrado en la primera parte. Joan Nestle y Deborah Edel me orientaron con tino a través de los vericuetos de los excepcionales Lesbian Herstory Archives, a los que habían dado cobijo en su propia casa. Temma Kaplan, directora del Women’s Center del Barnard College de la Universidad de Columbia una vez que las aguas se calmaron en aquel lugar, me facilitó toda la ayuda necesaria para proseguir la búsqueda de materiales en dicho centro. Carole Vance y Ann Snitow han constituido, primero con sus escritos y, posteriormente, por medio de su amistad, una constante fuente de inspiración, tanto personal como profesional.
Celia Amorós creyó en mi trabajo cuando todavía era una empresa de puertas para adentro. Los grupos de trabajo por ella creados —el Proyecto Mujer y poder (CSIC) y, sobre todo, el Seminario de Feminismo e Ilustración de la Complutense— fueron para mí foros en los que tuve ocasión de aprender y debatir sobre política feminista. De entre las compañeras y amigas que allí conocí y/o reencontré, no puedo dejar de citar a Oliva Blanco, Rosa Cobo, Inmaculada Cubero, Luisa Femenías, Angeles Jiménez, Ana de Miguel, Cristina Molina, Luisa Posadas, Alicia Puleo, Carmen Sáez, Verena Stolcke, Teresa del Valle y demás integrantes del Seminario de Estudios de la Mujer del País Vasco. A Amelia Valcárcel le agradezco especialmente su interés por este libro, así como a Charo Martínez. En lo que al mismo se refiere, he tratado de hacerme cargo de las oportunas críticas de Judith Astelarra, Marina Subirats y Josep-Vicent Marqués a propósito de mi tesis doctoral, borrador de las páginas que siguen.
Quería, por último, mencionar a las mujeres y/o grupos de mujeres que en numerosas ocasiones me han invitado a perorar a lo largo y lo ancho de la geografía española en relación con los temas que aquí se tratan, así como a todas aquellas que han asistido a las correspondientes charlas y mesas redondas. Las discusiones y polémicas que han ido surgiendo me resultaron estimulantes y contribuyeron a poner de manifiesto el interés que esta problemática suscita. Sin el concurso de muchas de estas mujeres, que constituyen una parte importante de la comunidad feminista en este país, mi libro y la colección en que se inserta no habrían alcanzado a ver la luz. Gracias, por tanto, a todas.
Madrid, noviembre de 1992.
PROLEGÓMENOS
Introducción
Recién llegada yo a Estados Unidos en el año 1981 para cursar estudios de Sociología en la Universidad de Nueva York, el profesor Edwin M. Schur trató el tema de la pornografía en su asignatura titulada Social Deviance and Criminal Law.
A través del citado curso entré en contacto con la bibliografía más relevante producida hasta la fecha sobre el tema que nos ocupa y supe de la existencia de un pujante movimiento feminista que desde finales de los años setenta se había organizado para combatir la pornografía desde una óptica novedosa. A la luz de esa óptica, la pornografía era encausada como fundamentalmente objetualizadora de las mujeres, como impulsora de una ideología misógina que impide el avance social de la mujer, e incluso como determinante de conductas violentas contra las féminas.
Cuando decidí acercarme por la sede del grupo feminista —de nombre Women Against Pornography (WAP) («Mujeres contra la pornografía»)— que protagonizaba en Nueva York semejante lucha contra la pornografía con el fin de recabar información sobre sus actividades, una de las cofundadoras y líderes del mismo, Dorchen Leindholt, mencionó que necesitaban voluntarias dispuestas a dedicar algunas horas de su tiempo libre a las múltiples tareas que su militancia demandaba. Con una mezcla de interés personal —el asunto me atraía desde un punto de vista particular e ideológico, e incluso como una forma de conocer mejor aquel país por dentro— y profesional —pues ya había decidido realizar la tesis doctoral sobre este tema— acepté el ofrecimiento.
Durante algún tiempo ayudé a atender la correspondencia, contesté a llamadas telefónicas, contribuí a la preparación de actos de afirmación del grupo o de protesta y vendí propaganda. En suma, me integré plenamente en la vida de la organización. Por medio de esta observación participante pude conocer con cierta profundidad las características del movimiento que me proponía estudiar, su ideología y el espíritu que impregnaba sus acciones, así como su gran organización y eficacia a la hora de obtener y gestionar los recursos humanos y económicos de que disponía.
Por aquella época comencé a devorar toda la literatura que caía en mis manos —o que yo buscaba— producida por el movimiento o acerca del mismo: panfletos, boletines, libros, artículos de prensa, dossier sobre aspectos concretos, artículos en revistas académicas o de circulación más amplia… De este modo, pude observar el surgimiento de posturas divergentes de la que parecía la posición dominante dentro del feminismo, divergencias que con el tiempo se fueron haciendo más intensas y que llegaron a provocar un amplio debate, primero en el seno de la comunidad feminista y después en los medios académicos, hasta afectar por último a la sociedad norteamericana en su conjunto.
Algunos hitos marcaron este proceso y, en ciertos casos, incluso la forma de conocerlos resultó especialmente significativa o reveladora de lo que allí se estaba cociendo (piénsese que yo me hallaba sumergida en un contexto social casi completamente desconocido para mí, dominando a medias el idioma y, para más