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Leó Poliakov - La causalidad diabólica. Ensayo sobre el origen de las persecuciones

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    La causalidad diabólica. Ensayo sobre el origen de las persecuciones
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    Ariel
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    2015
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La causalidad diabólica. Ensayo sobre el origen de las persecuciones: resumen, descripción y anotación

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Hay demonios en todas partes; es probable que de modo general, la creencia en la acción de los demonios constituya el inicio de nuestro concepto de causalidad.

A LBERT E INSTEIN

A ojos de la conciencia oficial, hasta la responsabilidad de los cataclismos más elementales (terremotos, sequías, inundaciones) se basa en unas personas precisas. Sin embargo, los portadores de esta conciencia, los funcionarios, guardan para sí esta responsabilidad y por lo tanto procuran ocultar los cataclismos a la población. Se creen responsables incluso (o más exactamente temen que les acusen) de las consecuencias de la naturaleza social del hombre, y por eso intentan deformar esta naturaleza, cargando toda la culpa a espaldas de los vestigios del pasado, de las influencias perniciosas, de los antojos y así sucesivamente.

A LEJANDRO Z INOVIEV

No está muy claro el origen del Diablo, ni tampoco sabemos si algún día podremos sacárnoslo de encima.

L ESZEK K OLAKOWSKI

INTRODUCCIÓN

Al elaborar mi historia del antisemitismo, tema que segrega orgánicamente varios interrogantes insólitos, tuve que comentar en última instancia «la visión policiaca de la historia» ( las plot theories de los autores anglosajones: algo tiene que enseñarnos la lengua inglesa, cuando bajo el vocablo plot relaciona las intrigas y hasta los proyectos con los complots. Más aún, nos introduce en un notable consenso etimológico, puesto que en francés antiguo un «complot» no es más que una «reunión de personas»: mayor sugestividad encierra el equivalente ruso zagovor , literalmente «hablar detrás»: hablar a espaldas de alguien ya supone conspirar, en todas partes hay complot. Con ciertos matices de diferencia, hallamos el mismo fenómeno semántico en hebreo, en griego, ¡y en acadio!).

Como ya sabemos, de acuerdo con la «visión policiaca», hay que imputar las desgracias de este mundo a una organización o entidad maléfica: por ejemplo, los judíos. He intentado establecer un nexo entre las explicaciones de esta índole y la fascinación que sobre la mente humana ejerce una causalidad elemental y exhaustiva, equivalente, me parece, desde el punto de vista psicológico, a una «causa primera». Una observación fortuita de Albert Einstein sobre la génesis del concepto de causalidad me inspiró la idea del presente ensayo sobre la «causalidad diabólica» en general: principalmente, llegué a preguntarme si acaso los fenómenos totalitarios del siglo XX no descansarían (entre otros factores) en una necesidad de sucedáneos que suplieran las causas primeras de antaño.

Por lo demás, de conformidad con las formas de interpretación que a mi juicio determinaron desde el principio mis estudios sobre el antisemitismo, quise ahondar primero el tema por medio de mi cultura analítica, procedimiento sin duda más lícito en esta materia que en cualquier otra, pese a que tampoco me hiciera muchas ilusiones sobre los resultados previsibles de una gestión cuyo valor, en resumen, dependerá de lo que valga el historiador. Al tratarse de causalidad, consulté asimismo las obras de Jean Piaget y de su escuela de psicología genética, que, como ya diré después, me parecen menos satisfactorias, por lo que atañe al fondo de los problemas, que el psicoanálisis. No obstante, los métodos y la terminología piagetianas me permiten delimitar el alcance que razonablemente pueda concederse a una hipótesis que amenaza con dar la impresión de proponer una nueva clave de la historia universal —pretensión cuya desmesura admitiría el remate de una pizca de ironía, al igual que el presente ensayo sobre, precisamente, las «claves demonológicas» de este orden—. En realidad, su mayor pretensión no pasa del intento de aclarar un cierto aspecto cognoscitivo de las conductas determinadas por la fascinación de la causalidad diabólica, alias causa primera, dejando al margen «su aspecto afectivo en su energética»; y como muy bien precisaba Jean Piaget, «estos dos aspectos son a la vez irreductibles, indisociables y complementarios». Tal sería el principio de una estrategia que primero adopté, según creo, con mayor o menor intuición: dado que el conocimiento histórico sólo posee una pureza intelectual cuando trata de una parte emergente, resultará entonces que perderemos de vista el fondo del problema, como siempre.

Queda por decir que la concordancia semántica entre lenguas muy alejadas entre sí a propósito de la «visión policiaca» no carece de significación. Nos recuerda que hay malos pensamientos adormilados en el corazón de cualquier individuo y que todos tenemos algo que esconder o que callar. Pensemos en un hecho trivial: casi siempre hablamos de un tercero ausente con palabras que serían distintas si se hallara presente, y esta cautela cotidiana puede servir de estímulo para una intriga. Tal es el efecto de un aprendizaje social que nos induce a contener los malos pensamientos y malas intenciones, e incluso a reprimirlas, sin que por ello evitemos ciertas proyecciones sobre otras personas, actitud que reviste igual gravedad. Si es cierto que toda locura, toda paranoia, incluye su migaja de «verdad psíquica», como pensaba Freud, podemos llegar a admitir que potencialmente todos nosotros somos unos perseguidores perseguidos. Tal vez ésta sea la manera adoptada por el «mal pensamiento» para animar cualquier intriga o cualquier conspiración, sin que importen los objetivos, la justificación o la ideología que la definen. En todo caso, sobreviene lo peor cuando esos adeptos de la «visión policiaca» consiguen el poder, por fuerza o por astucia. A este nivel, su interpretación del devenir humano, delirante por principio, acaba sirviendo de base a una ideología estatal y, desde luego, permite una mejor comprensión del curso de las cosas, salvo que los resultados históricos de la conspiración sean muy distintos de los proyectos de sus autores, tal como lo demuestran los regímenes totalitarios —¿socialistas?— de nuestro tiempo.

Aun así, por lo que respecta a esta historia, me limito a aludirla de manera superficial, contentándome con examinar aquí la obsesión de los complots, en su calidad de «causas», con anterioridad al siglo XX . Por lo demás, ya desde antes de la Primera Guerra Mundial, el pensador francés Lucien Lévy-Bruhl proponía una interpretación teórica de la causalidad diabólica o «primitiva», interpretación que hoy en día sólo se ha enriquecido de verdad (aparte de las fulgurantes observaciones de Karl Popper) con la obra de Leszek Kolakowski y de Alejandro Zinoviev, esos filósofos venidos del frío que, además de un pensamiento vigoroso, poseen una sólida experiencia de la «praxis» de los países presuntamente socialistas.

* * *

Al corregir las pruebas de este trabajo, cuya redacción terminé en 1979, creo advertir que si bien su patria introductiva y teórica cuenta con una argumentación bastante sólida, en cambio los capítulos propiamente históricos no son en muchos aspectos tan satisfactorios, y esto se explica, como muy bien puede comprender cualquier historiador de oficio, por la inmensidad del espacio que cubren. Espero que estas flaquezas se vean parcialmente compensadas en un próximo volumen, que tratará de los mecanismos de la causalidad diabólica en el siglo XX .

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