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Thomas Malthus - Primer ensayo sobre la población

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Thomas Malthus Primer ensayo sobre la población
  • Libro:
    Primer ensayo sobre la población
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1798
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Primer ensayo sobre la población: resumen, descripción y anotación

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Luz

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Prefacio

Este Ensayo debe su origen a una conversación con un amigo, en torno al ensayo del señor Godwin sobre la avaricia y la prodigalidad, publicado en su Enquirer. En la discusión se abordó el tema general del progreso futuro de la sociedad; el propósito inicial del autor fue simplemente explicar por escrito sus opiniones a su amigo, pensando poderlo hacer así con más claridad que en una simple conversación. Pero a medida que el tema se abría ante él, se le ocurrieron ciertas ideas con las que no recordaba haber tropezado anteriormente, y pensando que sobre un tema de tanto interés general cualquier destello de luz, por muy insignificante que fuese, se acogería con buena voluntad, decidió preparar sus ideas en forma que permitiera su publicación.

Sin duda, este ensayo podría haber sido completado con un mayor número de datos ilustrativos de su argumento general. Pero una larga y casi total interrupción debida a determinados asuntos particulares, unida, por otra parte, al deseo (quizá imprudente) de no retrasar la publicación mucho más de lo inicialmente previsto, impidieron que el autor prestara al tema una atención exclusiva. Piensa, sin embargo, que los hechos que presenta evidencian suficientemente la verdad de sus opiniones respecto al progreso de la humanidad.

Cuando el autor contempla ahora esta opinión, le parece que para demostrarla basta una declaración general, junto con una somera visión de conjunto de la sociedad.

La necesidad de que la población se reduzca al nivel de los medios de subsistencia es una verdad evidente, reconocida ya por muchos autores; pero lo que ninguno ha hecho (que recuerde el autor) es investigar en particular sobre los medios a través de los cuales la nivelación se produce; y es al estudiar los medios de conseguirla, cuando aparece, en su opinión, el principal obstáculo en el camino de todo progreso importante de la sociedad. Espera el autor que en la discusión de tan interesante problema nadie podrá dudar de que obra exclusivamente por amor a la verdad, sin prejuicio alguno contra ninguna categoría determinada de hombres ni de opiniones. El autor confiesa haber leído algunas de las especulaciones sobre el progreso futuro de la sociedad, sin ánimo de encontrarlas quiméricas, pero no ha adquirido tal dominio sobre su entendimiento que le permita creer lo que desea sin demostración alguna, ni rechazar lo que pudiera serle desagradable cuando va acompañado de pruebas.

El cuadro de la vida humana que aparece en este ensayo está impregnado de melancolía; pero el autor tiene conciencia de que estos sombríos tintes están en la realidad y no provienen de un estado de espíritu decaído o de un carácter más o menos amargado. La teoría del espíritu trazada a grandes rasgos en los dos últimos capítulos explica de forma satisfactoria, a su modo de ver, la existencia de la mayoría de los males de la vida; los lectores dirán si es igualmente aceptable para los demás.

Si consiguiese llamar la atención de los hombres más capaces sobre lo que considera ser el principal obstáculo en el camino del perfeccionamiento de la sociedad, y contribuyese así a su eliminación, aunque sólo fuese en el plano teórico, se retractaría, con sumo agrado, de sus actuales opiniones, hallando motivos de profunda alegría en el reconocimiento de su error.

7 de junio de 1798

Robert Malthus (1766-1834). El primer
economista de Cambridge

Este ensayo de Lord Keynes se publicó por primera vez formando parte del volumen Essays in Biography, en 1933.

Los textos entre corchetes, [*], en las notas del autor, firmados Ed., son redacción de Geoffrey Keynes, hermano de Lord Keynes, que revisó la edición definitiva de los Essays in Biography (1951).

Bacchus —cuando un inglés se apellida Bacchus— viene de Bakehouse. Análogamente, la forma original del raro y curioso apellido Malthus era Malthouse. La pronunciación de los nombres propios ingleses ha mostrado a lo largo de los siglos más constancia que su ortografía, que fluctúa entre influencias fonéticas y etimológicas, y puede generalmente inferirse con alguna confianza del examen de las variantes escritas. Con arreglo a esta prueba (Malthus, Mawtus, Malthous, Malthouse, Mauthus, Maltus, Maultous) apenas cabe duda que Maultus, con la primera vocal como en la «malt» de los cerveceros y la h prácticamente muda, es como debemos pronunciarlo.

No nos hace falta llegar, en los antepasados de Robert Malthus.

Alcanzada ya la dorada mediocridad de una próspera familia inglesa de la clase media, Daniel, hijo de Sydenham y padre de nuestro héroe, se encontró en la posición que en Inglaterra se llama de «independencia» y decidió aprovecharse de ella. Educado en el Queen’s College, de Oxford, pero sin llegar a alcanzar ningún grado, «viajó mucho por Europa y por todos los lugares de esta isla», se estableció en una agradable vecindad, llevó la vida de un modesto country gentleman inglés, cultivó aficiones intelectuales y amistades, escribió unas cuantas piezas anónimas. A su muerte, el Gentletnan’s Magazine (febrero de 1800, p. 177) pudo escribir que era «una personalidad excéntrica en el más estricto sentido del término».

En 1759 Daniel Malthus había adquirido una «pequeña y elegante residencia», cerca de Dorking, «conocida por el nombre de Chert-gate Farm, y aprovechando sus bellezas naturales, accidentes, corrientes de agua y arbolado para mostrarlos en su desnuda sencillez, la convirtió en mansión de un gentleman, dándole el nombre de The Rookery», y puede suponerse que concedieron al pequeño, con un beso, diversos dones intelectuales.

Porque Daniel Malthus no sólo era amigo de Hume.

Esta tan famosa cause literaria quizá nunca hubiera ocurrido, creo yo, si Jean-Jacques hubiese aceptado la tan insistente invitación de Daniel Malthus. Pues se habría visto envuelto en afecto, entretenido y acompañado. Sus apasionadas declaraciones de devoción hacia Jean-Jacques son, probablemente, la única ocasión de su vida en que Daniel Malthus abandona por entero su reserva.

Otter afirma que Daniel Malthus fue albacea literario de Rousseau. Parece improbable. Pero la lealtad de Daniel Malthus perduró hasta el final, y suscribió seis ejemplares, al coste de treinta guineas, de la obra postuma de Rousseau Consolations des misères de ma vie. Y ahora, en estas breves páginas, doy piadoso cumplimiento a su deseo: «Si alguna vez se me conoce, será por el título de amigo de Rousseau».

Hay una encantadora referencia a los hábitos de Daniel en su carta a Rousseau del 24 de enero de 1768. En los paseos para herborizar en el verano,

participaban mi querida Henriette y sus hijos, y a veces éramos una familia herborizante, tumbados sobre la cuesta de aquella colina, que quizá usted recuerde… Durante el invierno, alguna lectura (siento ya el efecto de su carta, porque he dominado el Emile). Doy grandes paseos con mis hijos. Paso más tiempo en las cabañas que en los castillos de la vecindad. Siempre hay algo en qué ocuparse en una granja y ocasiones de pequeñas experiencias. Cazo el zorro, lo que hago en parte por hábito y en parte porque alimento en cierto modo mi imaginación en la visión de la vida salvaje.

Con este deleitable pensamiento, nuestro apacible hacendado podía imaginarse a sí mismo, cuando cazaba zorros, como el Noble Salvaje de Rousseau.

Como amigo del autor del Emile, Daniel Malthus estaba dispuesto a experimentar en pedagogía, y Robert, cuyas prometedoras dotes despertaron el amor y ambición de su padre, recibió una educación privada, en parte por el propio Daniel y en parte con profesores. El primero de éstos fue Richard Graves, «un caballero de considerable saber y humor», amigo de Shenstone y autor de The Spiritual Quixote, sátira de los metodistas. A los dieciséis años se le pasó a Gilbert Wakefield, un clérigo herético, «violento, rebelde y paradójico en muchas de sus opiniones, polemista rápido y tenaz», que mantenía correspondencia con Charles Fox. Discípulo de Rousseau, expresó sus principios sobre educación así:

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