Introducción
Adam Ferguson ha sido descrito como «uno de los más grandes […] en la historia de la cultura europea».
Se trasladó a la Universidad de Edimburgo para estudiar teología y ahí tuvo la oportunidad de verse inmerso en una efervescente atmósfera intelectual y convivir con una elite estudiantil que con el tiempo llegaría a tener en Escocia una considerable influencia social y política; algunos de los hombres que conoció en esa época y con los que conviviría a lo largo de su vida fueron el dramaturgo John Home; el historiador y posterior rector de la Universidad de Edimburgo, William Robertson; el futuro catedrático de Retórica, Hugo Blair; y el que más tarde sería ministro de Inveresk, Alexander Carlyle, todos ellos integrantes de la llamada Ilustración escocesa. Durante esa época estudiantil muchas de las reuniones tenían lugar en casa de la familia Adam, conocida saga de arquitectos. Ese hogar, en el que Ferguson vivió en distintos momentos de su vida, se convirtió en un espacio de encuentro y tertulia al que concurrían no solo los nombres antes mencionados, sino también ilustrados escoceses de la talla de David Hume y Adam Smith.
Ferguson no se había ordenado todavía como ministro cuando fue llamado para formar parte del 43rd Highland (Black Watch) Regiment en calidad de capellán castrense. Durante varios años desempeñó esta labor, primero como suplente y después como principal, y se hizo merecedor del sobrenombre de Warlike Chaplain (capellán guerrero), debido a su fuerte temperamento y su brío aventurero. Durante esta época, tiene lugar el intento de los jacobitas de restituir en el trono al pretendiente Carlos Eduardo Estuardo y Ferguson blande su espada antijacobita predicando un sermón en gaélico que pasaría a ser su primera contribución escrita. Lo tituló A Sermon Preached in the Ersh Language to His Majesty’s First Highland Regiment of Foot, commanded by Lord John Murray, at their Cantonment at Camberwell, on the 18th day of December, 1745, y fue traducido al inglés por el propio autor. Este sermón es importante por las exhortaciones patrióticas y la elegancia del lenguaje; sus palabras denuncian duramente las intenciones del pretendiente y de Francia y alientan a las tropas a la lucha en defensa de su religión, de su país y de su rey (Jorge II).
Cuando se le ordenó al Black Watch la misión de ir a América, Ferguson optó por quedarse en Escocia y dimitió de su cargo, concluyendo su etapa de capellán castrense. Sin duda, la experiencia y el conocimiento que obtuvo durante esta etapa serían significativos a lo largo de su vida, no solo porque son años que le permitieron observar detenidamente la conducta y el carácter humanos y vivir la guerra en directo, sino también porque adquirió herramientas que le serían de utilidad para analizar los fenómenos políticos de la época, como bien quedaría reflejado tanto en su Ensayo sobre la historia de la sociedad civil como en su Historia sobre el progreso y decadencia de la República romana.
La dimisión como capellán se acompañó de un alejamiento del ministerio, sin que ello significase un rechazo a la doctrina de la Iglesia escocesa. Por el contrario, durante toda su vida defendió la causa moderada en la Asamblea General de dicha Iglesia. Probablemente, su alejamiento se debió más al hecho de que prefería dedicarse a la vida académica e intelectual.
Durante aproximadamente tres años hizo varios intentos para obtener una cátedra en la universidad, objetivo que logró en agosto de 1759. Estos años previos a su llegada al célebre ámbito universitario escocés serán significativos por varias razones. Para empezar, porque escribió su primer panfleto sobre la milicia, Reflections Previous to the Establishment of a Militia, y aunque fue publicado anónimamente, Alexander Carlyle en sus memorias subrayó que había que agradecer el esfuerzo de Ferguson porque el escrito contenía «todos los genuinos principios que se necesitan para la defensa nacional. Bajo el manto del Poker Club Ferguson ideó e impulsó la Scottish Militia Bill, que generaría un gran debate entre los ilustrados, pero que finalmente resultaría una propuesta que se quedaría en el papel.
Respecto de estos años anteriores al ejercicio universitario, también cabe destacar que Ferguson es nombrado sucesor de David Hume como bibliotecario en la Facultad de Derecho. Este hecho le abrió las puertas a más de treinta mil volúmenes de una de las mejores bibliotecas de Europa. Al mismo tiempo, se le presenta la oportunidad de convertirse en tutor de los hijos de lord Bute, influyente político, representante escocés en la Cámara de los Lores y futuro —de facto— primer ministro; al respecto Hume, en una carta dirigida a Gilbert Elliot, escribiría: «Espero que lord Bute se encuentre satisfecho con su elección porque ha elegido como tutor de su hijo a un hombre con sensibilidad, conocimiento, gusto, elegancia y de costumbres morales». Este nombramiento significaba para Ferguson un desahogo económico y la posibilidad de moverse en los círculos del poder.
A estos servicios se dedicaba Ferguson cuando llegó la oportunidad de ocupar un puesto como profesor de Filosofía natural en la Universidad de Edimburgo. No era en Filosofía moral como hubiera gustado al ilustrado escocés, pero se tomó seriamente su nueva responsabilidad y pronto elaboró su manual, que contenía las lecciones que impartía en sus clases. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por enseñar los contenidos de la filosofía natural y de sus buenas relaciones con los científicos de esta área del conocimiento, Ferguson siguió inclinado por estudiar y escribir sobre temas propios de la filosofía política y moral y en 1764 logró una de sus metas, hacerse con la cátedra de Filosofía moral de la Universidad de Edimburgo. Rápidamente se convirtió en un profesor de prestigio, sus clases llegaron a ser muy populares y en pocos años triplicó el número de alumnos que acudía a ellas. Su fama fue tal que algunos autores subrayan que durante un tiempo se convirtió en «el más acreditado de los profesores y filósofos de la época».
Asentado como profesor y con una buena reputación a cuestas comienza su producción científica. En el otoño de 1766 Alexander Kincaid y John Bell se convierten en los editores de su manual Analysis of Pneumatics and Moral Philosophy. For the Use of Students in the College of Edinburgh, que recogía parte de sus lecciones impartidas en clase. Este trabajo fue revisado, actualizado y modificado por Ferguson en varias ocasiones a lo largo de su vida. Primero apareció con el título antes mencionado, más tarde con algunas modificaciones como Institutes of Moral Philosophy y finalmente, tras una reestructuración en profundidad, en dos volúmenes como Principles of Moral and Political Science.
Sin embargo, el mayor reconocimiento lo obtendría en 1767 con la publicación del Ensayo sobre la historia de la sociedad civil.
El Ensayo recibió grandes elogios y en general fue bien recibido en el círculo intelectual escocés, así como en Inglaterra, en la Europa continental y en las tierras de América del Norte. Entre los que colmaron de cumplidos a esta obra se encuentran los ilustrados escoceses James Beattie, lord Kames, William Robertson y Hugh Blair, y de los pensadores no escoceses cobran relevancia los halagos del baron d’Holbach ».
Mi labor como editora, y traductora al español, de esta obra de Ferguson me hace compartir parte del juicio crítico que sobre el estilo hiciera David Hume. Parece paradójico que Ferguson, que fue un profesor afamado, cuyas aulas estuvieron repletas de alumnos y cuyas disertaciones, tanto en clase como en las sociedades a las que pertenecía, eran escuchadas con entusiasmo, desarrollase en el Ensayo una prosa compleja que en ocasiones llega a ser inconexa. Como el lector podrá comprobar, leer esta obra de Ferguson no es fácil: «Su excelente estilo parece torpe más que diestro, laborioso más que fácil. El lenguaje del Ensayo sobre la historia de la sociedad civil es habitualmente terso y los momentos solemnes de difícil comprensión, deshilvanados en su ilación».