Título original: 17 femmes prix Nobel de sciences,
originalmente publicado en francés, en 2016, por Odile Jacob
© Odile Jacob, septembre 2016
Primera edición en esta colección: febrero de 2018
© de la traducción, Núria Viver, 2018
© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2018
Plataforma Editorial
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ISBN: 978-84-17114-70-1
Diseño y realización de cubierta: Ariadna Oliver
Fotocomposición: Grafime
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A mis nietas, Anaïs, Lyuba y Mila.
Prólogo
DESDE QUE LA MATEMÁTICA Y FILÓSOFA EGIPCIA H IPATIA, QUE perfeccionó el astrolabio y el planisferio, fue lapidada en la plaza pública en el año 475 por orden del obispo Cirilo de Alejandría, que estaba celoso de su éxito, las mujeres, en especial las mujeres de ciencia, han tenido que luchar duramente para acceder a la cultura y al trabajo. Tradicionalmente, el lugar de las mujeres se ha restringido a las tareas domésticas y la maternidad. A pesar de que en todos los tiempos han influido en su época como inspiradoras, consejeras o animadoras de salones literarios donde se reunían las personas cultas –filósofos, políticos, artistas y científicos–, se las ha relegado a la sombra de los hombres, se las ha excluido de las esferas intelectuales y políticas y siempre se ha coartado su creatividad.
Sin embargo, en 1673, el filósofo cartesiano y «feminista» François Poullain de la Barre, autor de la famosa máxima «La mente no tiene sexo», proclamaba en su tratado De l’égalité des deux sexes que: «De todos los prejuicios, ninguno corresponde mejor a esta definición como el que se tiene comúnmente sobre la desigualdad de los sexos. […] Las mujeres son tan nobles, tan perfectas y tan capaces como los hombres; esto solo puede establecerse rechazando dos tipos de adversarios: el vulgar y casi todos los científicos». ¡Es evidente que esta recomendación no tuvo una gran influencia sobre sus contemporáneos y fue poco seguida por las generaciones siguientes!
En efecto, la lucha más difícil por el derecho al reconocimiento ha sido para las mujeres de ciencia. Emergen algunas pioneras, que abrieron el camino. Laura Bassi fue la primera que enseñó física en la Universidad de Bolonia en 1733 y, poco después, en 1756, Émilie du Châtelet tradujo al francés los Principia mathematica de Isaac Newton. A principios de los años veinte del siglo XIX , la inglesa Caroline Herschel se convirtió en la primera astrónoma profesional y recibió la medalla de oro de la Royal Astronomical Society, mientras que la matemática Sophie Germain obtuvo el premio de la Academia de las Ciencias francesa. En una nota de la memoria sobre la «máquina analítica» del italiano Federico Luigi (el antepasado del ordenador) que Ada Lovelace, hija de lord Byron y matemática aficionada, tradujo al francés en 1842, propuso un nuevo algoritmo de programación, uno de los primeros de la historia, y escribió páginas visionarias sobre el futuro de la informática. En Francia, hasta 1868 no se permitió a las chicas estudiar Medicina; por ello, la primera francesa que obtuvo el doctorado en Medicina fue Madeleine Brès, en 1875. Estas mujeres y otras muchas libraron terribles batallas para reivindicar el derecho a instruirse y conseguir que se reconocieran sus trabajos.
Cuando Marie Curie obtuvo la recompensa suprema con el Premio Nobel de Física en 1903 y después el de Química en 1911, fue una inmensa victoria, un acontecimiento sin precedentes. Fue la primera mujer que recibió este premio en física y sigue siendo hasta el momento la única persona, hombre o mujer, que ha recibido dos veces el Nobel en disciplinas científicas distintas.
El anuncio de los galardonados con el Premio Nobel se espera, se comenta y se acoge en el mundo entero con un sentimiento de orgullo si se trata de un o una compatriota. En física, en química y en medicina, la naturaleza del descubrimiento que ha justificado la atribución del premio despierta el interés tanto de los especialistas como de los profanos, puesto que se admite que el trabajo seleccionado por un jurado de la Fundación Nobel representa un avance importante en la disciplina correspondiente.
Desde su creación en 1901, el Premio Nobel se ha concedido a cuarenta y seis mujeres y ochocientos catorce hombres en todas las categorías, es decir, poco más del 5 %. Este vacío se acentúa en las disciplinas científicas, puesto que, de los quinientos ochenta y tres galardonados, solamente dieciséis mujeres han recibido el premio después de Marie Curie en más de un siglo: doce en medicina, tres en química, una en física…
Una disparidad hombre/mujer tan patente exhorta legítimamente a buscar las razones que la motivan. Evidentemente, el lugar de la mujer limitado a las actividades domésticas con un acceso a la cultura muy restringido y la ausencia de posibilidad de formación institucional en las materias científicas para las niñas, dogmas que han regulado el funcionamiento de las sociedades occidentales durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX , desempeñan un papel importante en esta desproporción.
La física y la química, con las matemáticas, forman parte de las ciencias exactas, llamadas «duras», por oposición a las ciencias sociales y humanas, a veces calificadas de «blandas». Algunos sociólogos han cuestionado la pertinencia de la expresión, como si las ciencias de la naturaleza solo pudieran ser «inhumanas». Se puede suponer que las consideraciones de este tipo, asociadas a la presión social y a la importancia de los prejuicios persistente en el recorrido escolar de las niñas, son susceptibles de haber influido en las jóvenes estudiantes en sus opciones universitarias. Se observa también que doce de los dieciocho Premios Nobel científicos atribuidos a mujeres pertenecen a la categoría de «Fisiología o Medicina», disciplinas que se sitúan entre las ciencias de la materia y las ciencias sociales y que introducen lo «humano» en el rigor normativo de las ciencias duras.
A excepción de Marie Curie, la fama de estas científicas elevadas al firmamento de la ciencia solo fue transitoria: su nombre generalmente cayó en el olvido, excepto en su país de origen o en el catálogo cultural de unos pocos especialistas.
¿Quiénes son estas diecisiete mujeres de ciencia cuyos trabajos consiguieron convencer a los miembros del jurado de la Fundación Nobel, famosos por sus drásticos criterios de selección? Su escaso número permite imaginar que recorrieron itinerarios profesionales y personales atípicos, ricos y agitados, sembrados de obstáculos insuperables para otros. Sus descubrimientos, sus personalidades y sus recorridos son diferentes, pero sus historias personales también son historias colectivas. ¿Tienen características comunes? ¿Cuál es la clave de su éxito?
Si bien el rendimiento de estas mujeres se basa, sin duda, en unas aptitudes especiales, un trabajo incansable y una coyuntura favorable, su verdadero motor es, evidentemente, la curiosidad: encontrar la clave del misterio, resolver el enigma, reconstituir el rompecabezas… La curiosidad intelectual y la búsqueda del saber es una constante en la estructura psíquica de las mujeres del Nobel. Marie Curie, la pionera, la primera de todas, lo explica: «Sin la curiosidad de la mente, ¿qué seríamos? Esta es la belleza y la nobleza de la ciencia: deseo sin fin de traspasar las fronteras del saber, de acechar los secretos de la materia y de la vida sin ideas preconcebidas sobre las posibles consecuencias». Y más adelante: «Tampoco creo que, en nuestro mundo, el espíritu de aventura corra el riesgo de desaparecer. Si veo alrededor de mí algo vital, es precisamente este espíritu de aventura que se muestra inextirpable y que se parece a la curiosidad».