Kjell Espmark
(Strömsund, Suecia, 1930).
Poeta, novelista e historiador literario. Profesor universitario de Literatura Comparada de la Universidad de Estocolmo. Desde 1981 es miembro de la Academia Sueca y presidió el Comité Nobel de 1988 a 2005.
Autor de una importante obra ensayística, en la que destacan sus trabajos sobre poesía moderna, ha publicado doce libros de poemas y nueve novelas. Su obra literaria le ha merecido una serie de menciones entre las cuales se destacan el premio Carl Emil Englund y el premio literario del periódico Svenska Dagbladet.
Más información:
http://es.wikipedia.org/wiki/Kjell_Espmark
Título original:
Litteraturpriset - Hundra år med Nobels uppdrag
© Kjell Espmark, 2001
Publicado originalmente por Norstedts, Suecia, 2001
Publicado por acuerdo con Norstedts Agency
© De la traducción: Marina Torres
© De esta edición: Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B
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Primera edición en Nórdica Libros: octubre de 2008
ISBN: 978-84-15564-64-5
Primera edición en ebook: Agosto 2012
Diseño de colección: Marisa Rodríguez
Maquetación: Diego Moreno
Corrección ortotipográfica: Ana Patrón y Juan Marqués
Maquetación ebook: Luis Rabadán Fernández
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso por escrito de la editorial.
INTRODUCCIÓN
A lo largo del siglo transcurrido desde que se entregó por primera vez el premio Nobel de literatura en 1901, se han acumulado las preguntas de una forma que carece de equivalencia en los premios científicos. ¿Por qué Sully Prudhomme, Rudolf Eucken, Grazia Deledda y Pearl Buck? ¿Por qué no Tolstói, Ibsen, Proust, Kafka y Joyce? Tales catálogos pueden alargarse sin dificultad. A ello se añade otra suerte de preguntas. ¿Había una intención política detrás de la concesión del premio a Solzhenitsin? ¿Por qué hay tan pocos asiáticos premiados? ¿Por qué tan pocas mujeres? Y ¿por qué hubo una época en que la Academia Sueca apostó por candidatos populares como Sinclair Lewis y John Galsworthy para sorprender unos decenios más tarde con nombres como Isaac Bashevis Singer y Czeslaw Milosz, hasta entonces desconocidos?
La respuesta a tales preguntas está en un material que se guarda en el archivo de la Academia Sueca, declarado confidencial durante cincuenta años. Incluye, en primer lugar, las resoluciones que el comité Nobel ha presentado todos los años a la Academia ante el proceso de decisión, pero también propuestas, informes requeridos a expertos ajenos al círculo, correspondencia entre los miembros de la Academia, notas, etc. (Una parte del material se publicó al mismo tiempo que este libro bajo el título de El premio Nobel de literatura, candidaturas y dictámenes 1901-1950.) A eso se añade, por mi parte, la experiencia del trabajo de la Academia con el premio desde 1982 y también, desde 1988, en calidad de presidente de su comité Nobel.
En un libro de 1986, El premio Nobel literario, traté —como indica el subtítulo Principios y valoraciones que hay detrás de las decisiones— de presentar las líneas maestras y las pautas de valoración que han sido decisivas en la praxis de la Academia Sueca. Si se estudian con atención, sobre todo los dictámenes del comité Nobel, aparecen rasgos de una ideología y una estética que explican muchas de las elecciones y rechazos que la posteridad ha cuestionado. Al mismo tiempo, se ve cómo cada época tiene su propio sello. La crítica de las decisiones de la Academia ha tratado, por lo general, la elección de premiados del siglo pasado como un todo relacionado, sin tener en cuenta los cambios en la composición de la Academia y la variación de la ideología y el gusto que esa renovación ha significado. Una observación más minuciosa impone una diferenciación y una matización muy distintas.
En realidad, la historia del premio de literatura aparece como un intento de interpretación de un testamento poco claro. Para orientarse, la Academia se ha basado, por un lado, en la instrucción general de Nobel del año 1895 para los cinco premios —que la recompensa se conceda a aquellos que durante el año anterior hayan «llevado a cabo el mayor servicio a la humanidad», y, por otro, su formulación específica para lo que a la literatura se refiere: el premio se concederá a quien «haya producido lo mejor en sentido ideal». La cuestión es qué significa «ideal» en este contexto. Hay que tener en cuenta, además, que Nobel parece haber escrito primero «idealirad (idealido)», con «idealiserad (idealizado») en el pensamiento, pero se echó atrás ante el componente de embellecimiento de este estimulante concepto y cambió las últimas letras por «sk», idealisk (ideal)». Sture Allén, que ha investigado el tema, ha estudiado también el uso de la palabra «ideal» entre los contemporáneos de Nobel, entre ellos Strindberg, y ha llegado a la conclusión de que el testador quiso decir «orientada a un ideal»— y la esfera del ideal queda especificada por la disposición general de que el premiado haya hecho «el mayor servicio» a la humanidad.
La interpretación que Carl David af Wirsén y sus correligionarios hicieron del testamento durante los diez primeros años del premio entraña, como se demostrará en seguida, que la palabra «ideal» se ha asimilado al significado de «idealista» y se le ha conferido un contenido dogmático que Nobel jamás había previsto. En una dirección completamente diferente se interpreta el concepto en una carta de Georg Brandes. Él declara que le preguntó a Gösta Mittag-Leffler, gran amigo de Nobel, sobre el significado de la palabra y obtuvo la respuesta de que Nobel era anarquista y con el término de «idealista» se refería a aquello que adopta una posición polémica o crítica respecto a la religión, a la monarquía, al matrimonio, al orden social en general. Si esto fuera cierto, pondría patas arriba una praxis que ha durado decenios. Se habría concedido una serie de premios sobre unas bases equivocadas y otros candidatos comprometidos, ya desde Zola, se habrían rechazado en abierta contradicción con el sistema de valores de Nobel. Pero se trata de un dato de terceros, coloreado con toda probabilidad por la posición crítica hacia la Academia Sueca de quien escribió la carta, y dicha carta hay que tomarla con las reservas de rigor. Ello no impide que Brandes ponga de relieve de manera útil las limitaciones de Wirsén en la aplicación del testamento. Una interpretación dentro de la lealtad al trono, al altar y a las condiciones sociales de la época, se compadece mal con un testador que —para usar las palabras de Anders Österling en su panorámica histórica del premio— se ha apropiado del «idealismo utópico y el espíritu rebelde teñido de religiosidad» de Shelley y que además aborrecía radicalmente a los curas. Es fácil coincidir con el juicio de Knut Ahnlund sobre las intenciones de Nobel: cuando este hablaba de sentido ideal «dejaba seguramente más campo libre a las tendencias rebeldes e independientes que lo que entendían sus intérpretes, en la medida en que quisieran entenderlo».