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Índice
Este libro está dedicado a mis colegas científicas
Lola, Loli, Gema, Clara, Isa, M.ª José,
M.ª Carmen, Marita, Margarita, Sofía, Caterina, Atieh
y a las feministas Amparo, Nuria, Mercedes, Laura,
Mª Luisa, Lucía, Susana, Catalina, Sara, Carmen
esperando que entre todas podamos
dejar un mundo mejor a nuestras hijas y nietas.
Nueva York, 1921
Apoyada en la barandilla del trasatlántico Olympic, Marie Curie observaba cómo el perfil de la ciudad iba surgiendo de entre la niebla conforme el barco se acercaba al puerto. El ruido de fondo aumentaba al mismo tiempo que las imágenes cobraban nitidez y Marie comenzaba a distinguir los grupos que formaban la multitud que llenaba el muelle: grupos de girls scouts agitando banderas, comités de bienvenida de varias organizaciones y delegaciones polacas enarbolando pancartas con su nombre, un amenazante grupo de periodistas esgrimiendo cuadernos y cámaras. Dos limusinas negras esperaban con el motor en marcha junto a la pasarela por la que los pasajeros habían de bajar. Cuando el barco terminó de atracar, tres bandas acometieron simultáneamente los himnos polaco, francés y estadounidense. Solo entonces se abrió paso en la mente de Marie la idea de que esos miles de personas que abarrotaban uno de los muelles del puerto de Nueva York estaban allí por ella.
Al borde de un ataque de pánico, solo se tranquilizó al mirar a sus hijas. A sus dieciséis años, los ojos de Ève brillaban de emoción y de orgullo. Irène, en cambio, tenía esa mirada desafiante que tantas veces le había visto, sobre todo durante los años que habían pasado juntas en los hospitales de campaña. Pensó en el padre de ambas, Pierre, que había sufrido mucho ante la perspectiva de ser entrevistado o fotografiado por un único periodista. ¡A ella la esperaban en el muelle unas cuantas decenas! Pensó en su propio padre, que lloraría de emoción al ver a sus compatriotas polacos llegados de todos los rincones de Estados Unidos para recibir a su hija. Pensó en su hermana Bronia, que había abierto el camino yéndose a estudiar a París. Seguramente también pensó en Paul Langevin, a causa del cual había sufrido tanto.
Pero sobre todo pensó en su radio: había cruzado el Atlántico para recoger un gramo de ese precioso elemento que se había vuelto tan famoso desde que ella lo había descubierto y tan costoso que no tenía dinero para comprarlo. Solo entonces esbozó una sonrisa que tranquilizó a la que había organizado todo ese recibimiento, la periodista Missy Meloney.
Todo había comenzado cincuenta años antes, en una casa de Varsovia, un día que sus hermanas mayores hacían los deberes y Marie, entonces llamada Mania, observaba cómo Bronia se afanaba en vano por leer en voz alta una frase particularmente difícil. Mania, que todavía no asistía al colegio, impaciente ante la torpeza de su hermana, leyó la frase de corrido mirando por encima del hombro de Bronia. Sus padres y hermanos, todos en el cuarto de estudio, se quedaron en silencio, y ella, asustada, rompió a llorar. Pensando que había hecho algo mal, pidió perdón repetidas veces al mismo tiempo que se disculpaba: «¡Es que era tan fácil!».
Tras el disgusto inicial, llegó el inmenso placer de descubrir los infinitos mundos a los que podían llevarla los libros. Y leyendo e investigando, descubrió el radio que la llevaría al Nuevo Mundo, un mundo joven y lleno de esperanza.
PRIMERA PARTE
Polonia en el corazón
1
Una familia aparentemente feliz
Sensible, inteligente, querida por su familia, la pequeña lectora lo tenía todo para ser feliz. No obstante, dos grandes dramas ensombrecieron su niñez: la tuberculosis que padeció su madre y haber nacido en un país inexistente.
Tras el matrimonio de sus padres, Bronisława Boguska y Władysław Skłodowski, en julio de 1860, fueron naciendo Sofia, Józef, Bronisława y Helena. La pequeña Mania, cuyos nombres reales eran Maria, como la patrona de Polonia, y Salomea, como su abuela paterna, vino al mundo el 7 de noviembre de 1867 y leyó por primera vez en voz alta con solo cuatro años. No era de extrañar que Mania aprendiera a leer tan pronto, porque la casa de los Skłodowski estaba llena de libros y se ubicaba en el mismo edificio que el pensionado de señoritas más famoso de Varsovia, que era dirigido por su madre.
Tanto los Boguski como los Skłodowski provenían de la szlachta, la pequeña nobleza polaca, que se había levantado varias veces contra la opresión del yugo extranjero, siendo sometida cada vez con más violencia. Las dos familias se habían empobrecido tras los vaivenes económicos causados por las distintas particiones de Polonia, y aunque cuando Mania nació desempeñaban distintas profesiones para sobrevivir, las dificultades materiales no habían logrado doblegar el orgullo de estos miembros de la szlachta.
Por entonces, Bronisława, a pesar de tener ya cuatro hijos, seguía dirigiendo el pensionado por las facilidades que le brindaba el hecho de vivir en el mismo edificio en el que trabajaba. En la biografía que escribió sobre su madre, Ève Curie nos cuenta que Mania sentía un amor infinito por su madre y que para ella no había sobre la Tierra otra criatura más buena, sabia y elegante. En las semblanzas que sus hijos hicieron de ella recuerdan con ternura algunos detalles de su forma de dirigir la familia, o cuando se compró las herramientas necesarias para confeccionar zapatos y no tener que realizar el dispendio de comprar tanto calzado; aunque su trabajo era intelectual, Bronisława no despreciaba el manual. También era aficionada a la música y estaba dotada para ella: tocaba el piano y cantaba con una bonita voz; muchos años después su hija Mania se lamentaría de no haberse formado musicalmente con su madre y de no haber aprendido a tocar el piano con ella.
Podemos encontrar un perfil de Bronisława algo más imparcial que las descripciones que de ella hacían sus hijos en las cartas que escribía a una amiga antes y después de casarse y tras el nacimiento de sus hijos. Estas cartas muestran a una mujer con una marcada personalidad, culta, sensible y preocupada por la educación de sus hijos y por su trabajo. También dejan ver a una mujer abrumada por cinco embarazos en siete años de matrimonio, las responsabilidades de la familia y el trabajo en el colegio que dirigía. Por ello, en una de sus cartas le confesaba a su amiga que, tras comprobar lo complejo que era ser esposa y madre, «no me habría importado volver a ser la señorita Boguska». Bronisława fue una profesora muy estimada a la que muchas de sus alumnas confesaban querer más que a sus propias madres. Con su ejemplo, Bronisława les transmitió a sus hijas una enseñanza fundamental: aunque las labores del hogar eran responsabilidad de las mujeres de la familia, no debían ser su única ocupación, podían y debían desempeñar otras tareas.
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