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Adela Muñoz Paez - Marie Curie. Una vida por la ciencia

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Adela Muñoz Paez Marie Curie. Una vida por la ciencia
  • Libro:
    Marie Curie. Una vida por la ciencia
  • Autor:
  • Editor:
    National Geographic
  • Genre:
  • Año:
    2018
  • Índice:
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Marie Curie. Una vida por la ciencia: resumen, descripción y anotación

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© Adela Muñoz Páez por el texto., 2012.

© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018.
Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

REF.: ODBO170

ISBN: 9788482986968

Composición digital: Newcomlab, S.L.L.

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.

Índice

Introducción

No hay ninguna otra mujer en la historia de la ciencia cuyos logros hayan sido tan universalmente reconocidos como Marie Curie. Ella fue la primera profesora de la Universidad de la Sorbona en sus más de 600 años de existencia, la primera mujer que obtuvo un premio Nobel y el primer científico que logró por segunda vez este galardón. Pero Marie fue sobre todo una persona apasionada que dedicó su vida a cultivar la más absorbente de las pasiones: la pasión por descubrir. Sin embargo, no es esa la imagen que nos ha llegado de ella. Marie ha pasado a la posteridad como la suma sacerdotisa que sacrificó su vida en el altar de la ciencia, una especie de diosa por encima de las pasiones humanas. Lo cierto es que la vida de Marie estuvo llena de pasiones: pasión por la ciencia, pero también pasión por su país, Polonia, que dio nombre al primer elemento químico que descubrió; pasión por sus hijas, pasión por los hombres de los que se enamoró. También defendió de forma apasionada su derecho a figurar en la historia de la ciencia en una época en la que las mujeres carecían de los derechos más elementales.

Las investigaciones de Marie se desarrollaron en París. A finales del siglo XIX la Ciudad de la Luz era la capital del mundo: capital del arte con los pintores impresionistas, de la literatura con escritores como Zola, de la arquitectura con obras como la Torre Eiffel, de la magia del cinematógrafo con la máquina de los hermanos Lumière, que atrapaba las imágenes en movimiento. El matrimonio Curie también haría de París la capital de la ciencia. Sin embargo, no fue la Academia de Francia la primera en reconocer la genialidad de ambos investigadores. Tal honor estuvo reservado a la Academia de Ciencias sueca, que otorgaba los premios instituidos por el inventor de la dinamita y que les concedió el premio Nobel de Física en 1903 por el «descubrimiento de la radiactividad».

¿Qué era la radiactividad? ¿Por qué era tan relevante? En las últimas décadas del siglo XIX la ciencia parecía un edificio terminado y bien construido en el cual materia y energía eran mundos separados que se regían por leyes diferentes. Pero en torno al cambio de siglo, en un período de apenas veinte años, una serie de descubrimientos derribaron gran parte de los pilares sobre los que se asentaba el conocimiento de la naturaleza. La relevancia del descubrimiento de la radiactividad estribaba en que puso de manifiesto que materia y energía estaban relacionadas y podían transformarse una en otra. Los principales artífices de este descubrimiento fueron Pierre Curie, un genial pero desclasado profesor de la Escuela de Física y Química Industriales de París, y su esposa, Marie, una polaca recién licenciada en Física y Matemáticas en la Universidad de la Sorbona.

Cuando descubrieron la radiactividad, Pierre vivía una espléndida madurez científica y ya había hecho varios descubrimientos notables. No obstante, no había merecido el reconocimiento oficial de la Academia de Francia. La trayectoria científica de Marie Skłodowska, por su parte, era mucho más corta, dado que había presentado su tesis doctoral —dedicada al estudio de las propiedades de unas sustancias que emitían de forma espontánea unos rayos de naturaleza singular— el mismo año que la Academia de Ciencias sueca les concedió el premio Nobel.

Como todo gran descubrimiento, el de la radiactividad fue el producto del trabajo de muchos científicos. Los rayos en sí mismos los había descubierto un científico francés, Henri Becquerel, heredero de una saga familiar dedicada al estudio de las radiaciones emitidas por minerales. La comprensión detallada de los procesos que originaban el fenómeno fue fruto de las investigaciones llevadas a cabo por diversos laboratorios de todo el mundo, muy especialmente los dirigidos por el neozelandés Ernest Rutherford en McGill (Canadá), Manchester y Cambridge. Primero se constató que la radiación que había descubierto Marie era fundamentalmente de tres tipos, llamados α , β y γ . El empleo posterior de los rayos α como proyectil puso de manifiesto la existencia del núcleo atómico, donde se concentraba la carga positiva y la mayor parte de la masa del átomo. Este descubrimiento revolucionó la química, pues mostró que la propiedad que identificaba a un elemento químico no era la masa atómica, sino el número de protones en su núcleo, mientras que la reactividad química venía determinada por los electrones de la corteza externa del átomo.

En los albores de la Segunda Guerra Mundial y tras haber dedicado media vida al estudio de la estructura del núcleo atómico, la física austríaca Lise Meitner entendió su ruptura como un proceso que liberaba cantidades ingentes de energía. La aparición de esta energía procedente de la «pérdida» de pequeñas cantidades de masa había sido predicha por Albert Einstein muchos años antes, a comienzos del siglo XX . Con ayuda de la tecnología, esta energía fue empleada con fines bélicos para la construcción de la bomba atómica por un enorme equipo de científicos y obreros dirigidos por Robert Oppenheimer.

Pero la aplicación más conocida de la radiactividad, la que dio más popularidad a su descubridora, fue su empleo en medicina. Esta aplicación fue intuida de forma visionaria por Pierre Curie, siendo inicialmente conocida en Francia como «curieterapia». Comenzó a estudiarse en hospitales de todo el mundo a los pocos meses de su descubrimiento y hoy es una herramienta imprescindible en el tratamiento del cáncer.

A pesar del trabajo de todos los científicos que contribuyeron a la comprensión de la radiactividad y al desarrollo de sus aplicaciones, Marie Curie es la persona universalmente reconocida como la descubridora de tal fenómeno. Por ello en 1995 fue enterrada en el Panthéon de París en un funeral de Estado, presidido por el entonces presidente francés François Mitterrand. Resulta paradójico que una mujer polaca ocupe un lugar de honor en este santuario laico dedicado a acoger los restos de los «grandes hombres de Francia». Una mujer en un mundo de hombres; una polaca que triunfó en el país que acuñó la palabra «chovinismo» para definir el orgullo patrio; una viuda que crió sola a dos hijas; una mujer sin prejuicios que tuvo que arrostrar un ataque tan brutal de la prensa amarilla que casi acaba con su vida. ¿Quién era esta mujer que las fotografías suelen mostrar vestida de negro y con gesto adusto?

La gesta de Marie Skłodowska-Curie se inició en la Varsovia de mediados del siglo XIX . Marie nació en 1867 en la capital de Polonia, país entonces repartido entre Austria, Rusia y Prusia. Su infancia estuvo marcada por la muerte de su madre, que falleció cuando ella tenía diez años, y por la feroz represión rusa, que impedía a los niños estudiar en su lengua. Durante la adolescencia Marie soñó con dedicarse a la ciencia, pero debido al poco dinero que tenía su familia tuvo que esperar siete largos años antes de ir a estudiar a la universidad de sus sueños, la Sorbona de París. Durante estos años de espera hizo planes de boda con el joven Kazimierz Zorawski, hijo de la familia polaca para la que trabajaba como institutriz; la oposición a esa boda por parte de la familia de él, la llenaría de amargura.

Cuando en 1891 Marie por fin se estableció en París, el poco dinero del que disponía apenas le bastaba para comer. Pero sus ansias de conocimientos eran tan fuertes que en apenas tres años obtuvo una licenciatura en Física y otra en Matemáticas, ambas con excelentes calificaciones. A continuación obtuvo una beca para estudiar las propiedades magnéticas de los aceros, estudio que tendría una extraordinaria trascendencia en su vida, pues le puso en contacto con un científico brillante y tímido llamado Pierre Curie. En un principio los unió el amor por la ciencia, pero luego encontraron muchas más afinidades, tantas que terminaron casándose en 1895.

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