CARLO ROVELLI
EL NACIMIENTO DEL
PENSAMIENTO CIENTÍFICO
Anaximandro de Mileto
TRADUCCIÓN DE
ANTONI MARTÍNEZ RIU
Herder
Título original: Anaximandre de Milete ou la naissance de la pensée scientifique
Traducción: Antoni Martínez Riu
Diseño de cubierta: Gabriel Nunes
Edición digital: José Toribio Barba
© 2009 , 2015, Dunod, París
© 2018 , Herder Editorial S.L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-4060-1
1. edición digital, 2018
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. diríjase a CEDRO (centro de derechos reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)
Herder
www.herdereditorial.com
ÍNDICE
Para Bonnie
Rerum fores aperuisse, Anaximander Milesius
traditur primus.
«Se dice que fue Anaximandro de Mileto el primero
que abrio las puertas de la naturaleza»
P LINIO , Historia natural, II, 31
INTRODUCCIÓN
Todas las civilizaciones humanas han pensado que el mundo está formado por el cielo arriba y la Tierra abajo (figura 1, izquierda). Debajo de la Tierra, para que no se caiga, tiene que haber tierra, hasta el infinito; o una gran tortuga que descansa sobre un elefante, como en algunos mitos asiáticos; o columnas gigantescas, como las que se mencionan en la Biblia. Esta imagen del mundo la comparten las civilizaciones egipcia, china o maya, las de la India antigua y el África negra, los hebreos de la Biblia, los indios de América, los antiguos imperios babilónicos y el resto de culturas de las que tenemos noticia.
La comparten todas, menos una: la civilización griega. Ya en la edad clásica, los griegos se imaginaban la Tierra como una roca suspendida en el espacio (figura 1, derecha ): por debajo de la Tierra, ni tierra hasta el infinito ni tortuga ni columnas, sino solo el cielo que vemos encima de nosotros. ¿Cómo descubrieron los griegos que la Tierra flota en el espacio? ¿O que sigue habiendo cielo también bajo nuestros pies? ¿Quién llegó a imaginársela así y cómo lo logró?
El hombre que dio ese gran paso es el protagonista de las páginas que siguen: Ἀναξίμανδρος , Anaximandro, nacido hace veintiséis siglos en la ciudad griega de Mileto, en la costa occidental de la actual Turquía. Seguro que este descubrimiento habría bastado para hacer de él un gigante del pensamiento. Pero su legado es más amplio. Anaximandro abrió el camino a la física, a la geografía, al estudio de los fenómenos meteorológicos, a la biología. Más allá de estas inmensas aportaciones, él fue quien inició el proceso de repensar nuestra imagen del mundo: la búsqueda del conocimiento basado en la rebelión contra las evidencias.
Figura 1. El mundo antes y después de Anaximandro.
Desde este punto de vista, Anaximandro es, sin ningún tipo de duda, uno de los fundadores del pensamiento científico.
La naturaleza de esta forma de pensamiento constituye el segundo objetivo de este libro. La ciencia es ante todo una exploración apasionada de nuevas maneras de pensar el mundo. Su fuerza no se debe a las certezas que genera, sino todo lo contrario, a una aguda conciencia de la magnitud de nuestra ignorancia. Esta conciencia nos lleva a dudar constantemente de lo que creemos saber, por lo que nos permite estar aprendiendo siempre. La búsqueda de conocimiento no se nutre de certezas: se alimenta de una ausencia radical de certidumbre.
Ese tipo de pensamiento, fluido, en constante evolución, tiene una fuerza enorme y una magia sutil: es capaz de alterar radicalmente el orden del mundo, de repensar el mundo.
Esta concepción evolutiva y subversiva del pensamiento racional difiere mucho de su representación positivista, pero también de la imagen fragmentada y un poco árida que presentan ciertas reflexiones filosóficas contemporáneas. El modo de ser del pensamiento científico que deseo poner de relieve en estas páginas es su capacidad crítica, rebelde, de reinventar constantemente el mundo.
Si este esfuerzo por «reinventar el mundo» es un aspecto central de la búsqueda científica del conocimiento, tendremos que admitir que esa aventura no comenzó con la síntesis newtoniana o con las experiencias pioneras de Galileo y tampoco con los primeros modelos matemáticos de la astronomía alejandrina. Empezó mucho antes; empezó con lo que conviene llamar la primera gran «revolución científica» de la historia de la humanidad: la revolución de Anaximandro.
Creo, sin embargo, que la importancia de Anaximandro en la historia del pensamiento no se ha valorado lo suficiente. y fue ferozmente combatido por corrientes culturales alternativas.
Si todavía hoy el pensamiento de Anaximandro se sigue entendiendo poco y mal, se debe sobre todo a la perniciosa dicotomía establecida entre ciencias puras y ciencias humanas. Naturalmente, soy consciente del sesgo que introduce mi formación principalmente científica cuando trato de evaluar la importancia de un pensador que vivió hace veintiséis siglos. Pero estoy convencido de que la interpretación corriente del pensamiento de Anaximandro sufre del sesgo inverso: la dificultad que muchos intelectuales con formación histórico-filosófica tienen a la hora de valorar el alcance de sus aportaciones, cuya naturaleza y legado son intrínsecamente «científicos». Incluso los autores citados en la nota anterior, que reconocen con facilidad la grandeza del pensamiento de Anaximandro, tienen que hacer esfuerzos por comprender a fondo el alcance de algunas de sus aportaciones. Precisamente, ese alcance es lo que pretendo poner de relieve en estas páginas.
Mi punto de vista acerca de Anaximandro no es, por tanto, el de un historiador ni el de un experto en filosofía griega, sino el de un científico de hoy que procura reflexionar sobre la naturaleza del pensamiento científico, así como sobre el papel que este pensamiento ejerce en el desarrollo de la civilización. A diferencia de la mayoría de los autores que se interesan por Anaximandro, mi objetivo no es reconstruir tan fielmente como sea posible su pensamiento y su universo conceptual. Para esta reconstrucción me apoyo sin más en los magistrales trabajos llevados a cabo por helenistas e historiadores como Charles Kahn, Marcel Conche o, más recientemente, Dirk Couprie. No busco modificar o complementar las conclusiones a las que llegan esas reconstrucciones, sino ilustrar la profundidad del pensamiento que se desprende de ellas y el papel que dicho pensamiento ha tenido en el desarrollo del saber universal.
El segundo motivo de la infravaloración del pensamiento de Anaximandro, así como de otros aspectos del pensamiento científico griego, es una sutil y difusa incomprensión de ciertos aspectos centrales del pensamiento científico.
La fe en la ciencia, típica del siglo XIX , la exaltación positivista de la ciencia como conocimiento definitivo acerca del mundo, hoy se ha venido abajo. El primer responsable de este desmoronamiento es la revolución de la física en el siglo xx, que ha revelado que, a pesar de su increíble eficacia, la física de Newton es, en un sentido muy preciso, errónea. Amplios sectores de la filosofía de las ciencias posterior pueden leerse como intentos de redefinir, sobre esta tabula rasa, la naturaleza de la ciencia.
Determinadas corrientes han tratado de encontrar los fundamentos seguros de la ciencia, por ejemplo, restringiendo el contenido cognoscitivo de sus teorías a la simple capacidad de predecir cantidades o el comportamiento de fenómenos directamente observables o verificables. Según otros enfoques, las teorías científicas se analizan como construcciones mentales más o menos arbitrarias que no pueden confrontarse directamente entre sí o no pueden hacerlo con el mundo, si no es en sus consecuencias más prácticas. Con este tipo de análisis, sin embargo, se pierden de vista los aspectos cualitativos y acumulativos del saber científico, que no solo son inseparables de los puros datos numéricos sino que son principalmente el alma y la razón de ser de la ciencia.
Página siguiente