PRÓLOGO
Este libro contiene mi visión de un episodio histórico que considero crucial para la comprensión de la metamorfosis del mundo medieval en moderno, que es el surgimiento de la ciencia y la tecnología en los siglos XVI y XVII. Un esquema simplificado de las distintas etapas en la evolución de Occidente a partir de la historia escrita (3 000 a.C.) es que se inició en el mundo antiguo, con la presencia cotidiana de muchos dioses y fuerzas sobrenaturales, como las explicaciones aceptadas de la realidad; siguió en la Edad Media, con el desarrollo del poder hegemónico de las religiones monoteístas (hebrea, cristiana, islámica y otras) en asuntos tanto trascendentales como seculares, y a partir de los siglos XVI y XVII se transforma en la Edad Moderna, gracias a la fuerza de la ciencia y la tecnología. La primera gran transformación ocurrió en forma interna en el mundo de los dioses, con el cambio de Zeus y las otras deidades del Olimpo por el Alá islámico o el Yahvé hebreo; la segunda metamorfosis fue más radical, pues requirió la renuncia a los poderes divinos y al mundo sobrenatural, y su sustitución por las nuevas fuerzas seculares, la ciencia y la tecnología.
El episodio histórico mencionado se conoce como laRevolución científica (LRC) y fue construido por los historiadores del siglo XVIII, aunque examinado ahora, a principios del siglo XXI, aparece como una de esas viejas catedrales que nunca fueron terminadas y que también ya muestran signos claros del deterioro causado por el tiempo. De todos modos, retienen su majestuosidad y son testigos de que algo importante sucedió en su época de gloria. Su estudio no sólo produce placer estético, sino también revela algo de los orígenes de nuestro tiempo. Es con ese doble espíritu con el que invito al amable lector a que entremos juntos en ella.
Para nuestra exploración no se requieren conocimientos especializados. Se trata de una primera visita guiada por la curiosidad y el interés que despiertan las cosas nuevas, no del análisis riguroso de disciplinas técnicamente complejas. Por eso se evitan los detalles reservados para los expertos y se atienden los aspectos que pueden interesar a los lectores deseosos de satisfacer su curiosidad sobre el episodio relatado, que tanta influencia ha tenido y seguirá teniendo sobre la realidad de nuestras vidas.
San Jerónimo, primavera de 2009
INTRODUCCIÓN
En 1985, Cohen inició su celebrado libro Revolución en la ciencia con el siguiente párrafo:
Hoy tendemos a aceptar como obvio que la ciencia y su asociada la tecnología progresan por medio de una serie de saltos revolucionarios —saltos gigantescos hacia delante que nos dan una perspectiva completamente nueva del mundo natural. Pero, ¿ha sido siempre la revolución una forma familiar y aceptable de describir el avance de la ciencia? ¿Podrían pensadores científicos tan innovadores como Kepler, Galileo y Harvey concebir su propio trabajo como revolucionario, en el sentido en el que usamos el término hoy? ¿Vieron los contemporáneos las teorías de los científicos como Darwin, Freud y Einstein como la creación de una revolución, o más bien prefirieron concebir el progreso científico en forma menos dramática? ¿Qué efecto tuvieron los movimientos sociales y políticos, como la Revolución francesa o la emergencia del marxismo, sobre la manera como científicos, filósofos e historiadores pensaron sobre las revoluciones en la ciencia? A pesar de la reiteración sobre las grandes revoluciones científicas en el pasado, sorprendentemente pocos estudiosos se han planteado este tipo de preguntas, que tienen que ver con el desarrollo histórico de la idea de revolución como una característica del cambio científico. Fue mi curiosidad sobre estos problemas lo que me llevó a escribir este libro.
De la misma manera (tout proportion gardée) este libro surgió de un intento personal, más o menos prolongado, de aclarar el o los mecanismos de crecimiento de la ciencia. A partir de una visión positivista, con la que me inicié en las tareas científicas a mediados de la década de los años cuarenta del siglo pasado, e influido por lecturas de Whitehead como sigue:
En medicina, y en general en todas las ramas de la biología, el progreso no se hace como sugiere Kuhn, a través de revoluciones que consisten en la sustitución de un paradigma científico por otro. Es posible que en otras ciencias, como la física o la astronomía (a las que Kuhn se refiere en casi todos sus ejemplos), el progreso se realice por saltos cuánticos, no determinados por la acumulación de datos que hacen insostenible una hipótesis general o paradigma, sino por el advenimiento de una nueva moda o estilo de pensamiento, que hace que la antigua hipótesis (o paradigma) deje de ser sostenida por un grupo de científicos.
Como todo el mundo sabe, la tesis de Kuhn ha tenido gran auge entre los filósofos de la ciencia en las últimas décadas, pero posiblemente tiene muy poco que ver con las ciencias biológicas, y especialmente con la medicina. En las ciencias médicas el progreso no se ha hecho por revoluciones kuhnianas sino por acumulación progresiva de ideas y de hechos, que se van adaptando a los nuevos descubrimientos y a los conceptos desarrollados a partir de ellos, sin abandonar por completo las ideas y observaciones anteriores. En las ciencias biológicas lo que se pierde durante la evolución del conocimiento es bien poco, sobre todo cuando se compara con lo que se conserva, se acumula y se incorpora. Un claro ejemplo de este proceso es la historia del descubrimiento de la circulación de la sangre: las observaciones de Harvey sirvieron para corregir algunos aspectos de las teorías de Galeno, que ya habían sido modificadas por Cesalpino y por Servet. Tales datos de ninguna manera derribaron los conceptos previos, ya que todos postulaban la circulación de la sangre en el organismo, aunque los detalles fueron diferentes según cada autor. De la misma manera, los experimentos de Hale, sobre los mecanismos que mantienen la presión arterial, no cancelaron las observaciones de Harvey y sus predecesores, sino que las complementaron y las afinaron.