Título original: Hitler's Panzers East: World War II Reinterpreted
Stolfi R. H. S., 1991.
Traducción: Francisco Medina f.medina.portillo@gmail.com
Diseño de cubierta: Männer gegen Panzer
Editor digital: Männer gegen Panzer
ePub base r1.2
Presentación
Los panzer de Hitler en el Este
«Los panzer de Hitler en el Este». Por Russel Stolfi
Traducido por: Francisco Medina f.medina.portillo@gmail.com
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Noviembre de 2005
PREFACIO
E l saber convencional sobre la II Guerra Mundial en Europa contempla poca perspectiva de los alemanes ganando en 1939-1940 y virtualmente ninguna después del ataque a la Unión Soviética en junio de 1941. Este saber utilizar el término guerra relámpago para describir el intelecto, discernimiento y estilo de Adolf Hitler desde 1939 a 1941 y marca los momentos decisivos de la guerra con las batallas asociadas con El Alamein, Stalingrado y Kursk. Yo rechazó este punto de vista y presento en lugar de ello una reevaluación fundamental del período, invitando a una nueva percepción de la II Guerra Mundial.
La mayoría de los historiadores han considerado la victoria más allá de las capacidades de los alemanes. Mi propósito es mostrar que las fuerzas armadas alemanes habían batido a los ejércitos de campaña soviéticos que defendían Moscú de junio a julio de 1941, y podrían haber avanzado completamente hacia Moscú por el espacio Moscú-Gorki de agosto a octubre de 1941. El corolario de esta tesis es que la principal concentración del Ejército Rojo habría sido destruida y que la movilización soviética terminó con el avance alemán, llevando al punto revisionista de que los alemanes habrían derrotado a la Rusia Soviética a finales de octubre de 1941. Por la magnitud de la victoria y su oportunidad del momento, los alemanes también habrían ganado la guerra en Europa.
Las consecuencias políticas y sociales de este desenlace habrían sido importantes —la eliminación de la democracia liberal en el continente europeo y la probable extinción del socialismo marxista. A pesar de la eventual derrota de los alemanes, si pudiera ser mostrada que ellos tuvieron la capacidad para ganar la batalla de Rusia de junio a agosto de 1941, tendríamos que reevaluar el significado de estos acontecimientos. Una lección a ser sacada de mi interpretación es que la superioridad de los alemanes en tácticas de combate y operaciones bélicas era mayor de lo que previamente se pensó. Consecuentemente, las tácticas y operaciones alemanas como las ejemplificadas por las vastas batallas en el comienzo del avance en la Unión Soviética merecen ser estudiadas más a fondo para aplicación en una futura guerra convencional.
Al remodelar la II Guerra Mundial para incluir la tesis de que los alemanes tenían las capacidades físicas en el momento y lugar apropiados para ganar en Europa, fui forzado a reinterpretar el momento decisivo de la guerra y la mentalidad y estilo de Adolf Hitler. Acredito la capacidad sustancial alemana para ganar en agosto de 1941 por la fuerza en hombres y armas, habilidad en tácticas y operaciones, y por efectuar sorpresa y concentración de esfuerzo para tomar la iniciativa estratégica militar. Los alemanes ejercieron estos factores contra los soviéticos en el verano de 1941 y tuvieron la oportunidad en ese momento de ganar la guerra en Europa. En un momento en que Francia estaba derrotado y Gran Bretaña impedida, aislada y con poca oportunidad de llevar a Estados Unidos a la guerra (junio 1941), los alemanes tenían la única oportunidad en el momento y en el lugar para ganar contra las fuertes probabilidad que encontraron durante el período.
Los alemanes no tuvieron una oportunidad comparable para ganar la guerra entre 1939 y 1945. Se entiende que el momento decisivo de la II Guerra Mundial sucedió en las fases de apertura de la iniciativa Barbarroja, en el breve período desde el día de inicio del avance hasta aproximadamente el 29 de julio de 1941, el día en que Hitler solamente tenía que ordenar la continuación del ataque hacia Moscú para inflingir un daño fatal al estado soviético. Llegará a ser aparente que las batallas de El Alamein, Stalingrado y Kursk fueron solamente crisis circunstanciales n una guerra perdida por Alemania en agosto de 1941 e irrecuperable por consiguiente.
Barbarroja, ya fuera exitosa o no, tenía las cualidades tácticas, operacionales y estratégicas que la hacían el gozne del destino en la II Guerra Mundial. Durante varias décadas, he creído que los alemanes tenían la fuerza física fundamental para derrotar al Ejército Rojo y tomar el espacio de movilización Moscú-Gorki, y todavía, ni tomaron Moscú ni ganaron la campaña. En ese momento, los soviéticos no tenían el control sobre su propio destino, combatiendo dura pero ineficazmente contra los ejércitos de campaña alemanes que avanzaban implacablemente a través de su defensa. Bajo tales circunstancias, los alemanes debían haber fracasado por alguna razón, algún extraño juicio erróneo o aberración que demandaba una reevaluación fundamental de la II Guerra Mundial.
Adolf Hitler en solitario realizó la decisión. En esa estimación, detuvo al Grupo de Ejércitos Centro y lo descarrió de Moscú. Su demora acrecentó el tiempo perdido por los alemanes en realizar el excéntrico movimiento al sur en Ucrania. Virtualmente, cada oficial en el ejército alemán que tenía una oportunidad para influenciar sobre la decisión se opuso a ello. Hitler estuvo cerca de revocarla. Si hubiese estado de vacaciones en junio y en julio de 1941 o incapacitado, es difícil resistirse a la conclusión de que los alemanes habrían ganado en Europa en 1941.
La decisión de Hitler fue menos caprichosa y aberrante de lo que pudiera aparecer a primera vista. Operó con un patrón mayormente insospechado hasta hoy en día, pero que es obvio cuando la decisión de Ucrania es conectada a otras importantes de 1939 a 1940. Universalmente considerado por haber dirigido una guerra relámpago desde 1939 a 1941, Hitler debe ser reevaluado como no haber tenido tal guerra en mente. En las grandes campañas en las que intervino militarmente en la fase alemana de la guerra —Noruega, Francia y la Rusia Soviética— no es posible explicar varias de las decisiones más importantes desde el punto de vista de una estrategia de guerra relámpago. Hitler conceptualizó una rápida victoria sobre Noruega no como parte de una guerra relámpago contra Gran Bretaña y Francia sino para asegurar el mineral de hierro sueco. Inicialmente, ordenó un ataque en el oeste para el 12 de noviembre de 1939 pero lo conceptualizó como un avance en Bélgica para asegurar ese estado como un amortiguador para las industrias del Ruhr. Ordenó un ataque sorpresa contra la Rusia Soviética, demandando una victoria rápida, pero definiendo el éxito en términos de tomar Leningrado, centro de una importante área industrial y clave para controlar las comunicaciones del Báltico pero apenas para una victoria relámpago en el este.
Los alemanes, no obstante, ejecutaron mayormente operaciones militares de estilo relámpago en las campañas noruegas y occidental y en las fases de apertura de Barbarroja. Las campañas eran usualmente contempladas como elementos de una serie dirigida hacia una derrota relámpago de los británicos y franceses en el oeste y de los soviéticos en el este. La campaña francesa ilustra especialmente bien el potencial para el malentendido. Durante cuatro décadas, los observadores han analizado la rápida victoria alemana en el oeste y la han enlazado con una intención alemana de sacar a Francia de la guerra. El plan original alemán en octubre de 1939 para un ataque en el oeste no estaba pretendido para derrotar a Francia, y mucho menos rápidamente. El plan Manstein, aprobado en febrero de 1940, el sucesor del plan original, estaba diseñado para derrotar a Francia rápidamente, pero pocos oficiales alemanes tuvieron confianza de que lograría tal extremo al final. Sobre todo, Hitler no pretendió que el plan resultara en la conquista de Francia, contemplando las operaciones como un modo mejor para lograr su objetivo original de tomar Bélgica. Las intenciones de Hitler permanecían ultraconservadoras; mejorar la posición de asedio de Alemania expandiendo sistemáticamente las líneas de asedio alrededor. Tal mentalidad —Hitler como Fuhrer del asedio— explica la anterior decisión de tomar Noruega y la posterior de encaminar un ataque contra la Unión Soviética hacia la conquista de Leningrado y Ucrania.