LOS UPANISHADS
Los Upanishads son supremas visiones espirituales expresadas verbalmente entre los siglos ocho y cuarto antes de Jesucristo. A los primeros Upanishads se agregaron otros que se fueron componiendo hasta el siglo quince de nuestra era, ampliando o explicando las visiones primeras eternas; y su número aumentó hasta el punto que se han podido imprimir en sánscrito hasta ciento doce Upanishads. La colección completa casi iguala a la de los textos de la Biblia. Los dos Upanishads más extensos son el Chandogya y el Brihadarangaka, de unas cien páginas cada uno. Son tal vez los más antiguos. El más breve es el Isa Upanishad que sólo tiene dieciocho versículos y ocupa unas dos páginas de este libro. No es uno de los más antiguos, tal vez del tiempo del BHAGAVAD GITA unos cuatrocientos años antes de Jesucristo, pero debido a su cósrnica grandeza suele encabezar las colecciones de Upanishads en sánscrito en la India. En este libro hay traducciones completas de siete Upanishads, del Isa al Svetasvatara; y de los otros hay selecciones, escogidas por su elevación poética o espiritual. La palabra Upanishad se relaciona con la raíz sánscrita SAD, estar sentado. En el Sermon de la Montaña podemos imaginar a los discípulos sentados a los pies del Maestro escuchando el sublime Upanishad.
El espíritu de los Upanishads lo encontramos en las Palabras del Evangelio “El reino de Dios es en vosotros”; y en los versos de San Juan de la Cruz cuando el alma, en una noche oscura:
Sin otra luz y guía,
Sino la que en el corazón ardía,
va a unirse con su Dios.
Anteriores a los primeros Upanishads tenemos en la India la creación de los Vedas, visiones poéticas y espirituales en las que la imaginación humana ve primero a los dioses y los expresa en creación poética, y después va avanzando hacia unidades más intensamente poéticas y espirituales hasta llegar al Brahmán único de los Upanishads, unidad suprema como la del Dios uno de Moisés, del Cristianismo y de la religión islámica.
Así como San Francisco de Asís se dirige en canto sublime al Dios de la naturaleza y habla del “hermano sol, hermano viento, hermana agua y hermano fuego” los ve todos expresando la gloria de un Dios del universo, y por tanto, Dios del sol del viento, del agua y del fuego, en los Vedas hay la visión de un dios del sol, un dios del viento, un dios del agua y un dios del fuego, y la gloriosa poesía de estos y otros dioses. En los Upanishads la visión espiritual y poética va desde una diversidad hacia una unidad, y de los dioses a Brahmán, el Dios de todos los dioses, suprema unidad del Universo que reúne y supera su inmensa variedad.
Los creadores de los Upanishads fueron pensadores y poetas; y el poeta bien sabe que si la poesía nos aleja de lo que se llama realidad es sólo para elevarnos hacia una Realidad más alta donde, lejos de las limitaciones de un estar, encontramos la infinita alegría de un Ser.
Estas creaciones están tan por encima de la curiosidad arqueológica de algunos eruditos como lo está la luz del sol por encima de sus definiciones. Necesitamos de la erudición para ir a buscar los frutos de sabiduría de los tiempos antiguos; pero es sólo una elevación espiritual que nos permite gozar de esos frutos y transformarlos en vida.
El Brahmán del universo, el Dios trascendente de tiempo y de espacio, pero inmanente en el tiempo y en el espacio es, según los Upanishads, el mismo Ser nuestro y el Ser de todas las cosas. El Brahmán trascendente cuando es inmanente en nosotros se llama Atman. Son dos nombres para un mismo Ser: el Infinito se llama Brahmán, y el Infinito manifestado en lo finito y limitado se llama entonces Atman. En su eterna clarividencia los maestros supremos vieron un Infinito de unidad trascendente y al mismo tiempo un Infinito de variedad inmanente. Es el Dios expresado como el “Todo en el todo” de poetas, místicos y videntes, y después explicado, y a veces complicado, en teologías que son a la experiencia de algo eterno, lo que la gramática es a la poesía: un estudio y análisis intelectual, y no experiencia vital, Realidad de vida, una abstracción de pensamiento como son los números, ideas indispensables para cálculos, pero no cosas que podamos tocar con las manos exteriormente, aunque mucho menos impalpables ilusiones. Como nos dice y sugiere el Kena Upanishad, Brahmán o Atman, no es algo que se pueda ver, oír, gustar o tocar con los sentidos, no es algo que se pueda comprender, imaginar, o concebir con el pensamiento. Está más allá, de los sentidos y de todo pensamiento. Es un Amor hacia un más allá. Un Amor a quien se va por el camino del amor, y cuanto más puro y más intenso es el amor tanto más se ve y comprende y se siente y se vive el Amor infinito que es la causa de nuestro finito amor. Brahmán no se puede pensar con la mente; es: “Aquello que hace posible que la mente pueda pensar”.
Uno de los mensajes de los Upanishads, explicado después en el Bhagavad Gita, es que sólo amando se comprende el amor, y no mediante explicaciones o definiciones: amar y saber son, al principio, divergentes, como los lados de un ángulo; pero a medida que se va subiendo por los dos lados, el saber comprende más al amor hasta que al fin son uno. El amor puro transforma el estar en un ser, y en tal sublime transformación, algo finito y temporal se ha convertido en algo infinito y eterno, lo mortal se ha convertido en algo inmortal. Es como el salir a la luz de dentro una cueva oscura, un despertar después de dormir, un momento de Eternidad y alegría suprema por encima de la ilusión de placeres que Pasan y dolores que Perduran, un ser consciente más allá de un estar inconsciente, un momento de vida tan intensa, tan absoluta, que permite una fe basada en experiencia, y no una creencia procedente de palabras y libros, si bien libros y palabras pueden ayudar al alma inflamada de anhelos; finalmente un momento de vida que permite a un San Juan de la Cruz decir:
Que bien sé yo la fonte que mana y corre,
Aunque es de noche.
En el saber estudiamos la variedad de las cosas, las definimos y comprendemos, y así las dominamos: es la ciencia. Pero en el amor puro contemplamos las cosas sin deseo de posesión, sólo por el gozo de la contemplación: es la poesía. En el saber nos separamos de las cosas, hay un nuestro yo que estudia y la cosa estudiada; pero en el amor nos unimos con las cosas y en la alegría de la contemplación desaparece el sentido de posesión, de egoísmo y de destrucción. Un grandioso árbol milenario puede ser objeto de contemplación en silencio para el poeta, de estudio y gran actividad cerebral para el científico, un objeto de mero lucro para un comerciante que, sin consideración a la grandeza sublime del árbol milenario, está dispuesto a comprarlo, venderlo, y hasta quemarlo. ¡Cuando pensamos y analizamos, vemos las cosas en su variedad; pero cuando amamos, las vemos en su unidad. El saber amplía la vida tanto hacia el bien como hacia el mal, pero el amor puro la eleva siempre hacia el bien. Por eso es que el Katha Upanishad dice: “Quien ve la variedad y no la unidad muere una y otra vez”.
El Mandukya Upanishad menciona un cuarto estado de conciencia: Ser puro, OM, Airnan, Dios. En el Chandogya Upanishad, encontramos una visión poética de la misma idea: hay en nuestro corazón un diminuto espacio y, sin embargo, en él moran el sol, la luna y las estrellas, existe todo el universo, “porque todo el universo es en Él, y Él es en nuestro corazón”.
Esta idea sublime, tal vez la más sublime que ha concebido el hombre sobre la tierra, puede ser objeto de concentración, meditación, contemplación y unión: es la idea central de los Upanishads. La concentración es una forma intensa de atención. El pajarillo que busca un árbol para construir su nido, empieza por la atención y concentración. Después parece que considera, instintivamente, el lugar más seguro y protegido del árbol: es una meditación, superada cuando el hombre de ciencia considera el mismo árbol. En estas dos actividades intelectuales, o instintivas, hay un movimiento mental o cerebral. El poeta o el pintor Contemplan el árbol, aunque antes hayan dedicado su atención a su pensar. Contemplación es silencio interior. Los movimientos cerebrales, tal vez electrónicos, mentales, olas del mar de la mente, se van calmando los ruidos o sonidos exteriores o interiores desaparecen, y un silencio, más o menos intenso, parece que permite la luz del alma iluminar el objeto de la contemplación. Nos acercamos a lo infinito y a lo eterno.