Karl Kraus - Escritos
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Escritos: resumen, descripción y anotación
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La presente antología recoge una selección de los textos de Kraus aparecidos en Die Fackel. José Luis Arántegui ha seleccionado los textos, los ha traducido y anotado, además de añadir un breve estudio sobre Kraus y una biografía sumaria.
Karl Kraus
ePub r1.0
Titivillus 17.06.16
Karl Kraus, 1989
Traducción: José Luis Arántegui
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
«Supone el lector, en quien acaba un párrafo mordaz de provocar la risa, que el escritor satírico es un ser consagrado por la Naturaleza a la alegría y que su corazón es un foco inexpresable de esa misma jovialidad que a manos llenas prodiga a sus lectores. Desgraciadamente, y es lo que éstos no saben siempre, no es así. El escritor satírico es por lo común, como la luna, un cuerpo opaco destinado a dar luz, y es acaso el único de quien con razón se puede decir que da lo que no tiene. Ese mismo don de la Naturaleza de ver las cosas tales cuales son, y de notar antes en ellas el lado feo que el hermoso, suele ser su tormento. Llámanle la atención en el sol más sus manchas que su luz, y sus ojos, verdaderos microscopios, le hacen notar la fealdad de los poros exagerados, y las desigualdades de la tez en una Venus, donde no ven los demás sino la proporción de las facciones y la pulidez de los contornos; ve detrás de la acción aparentemente generosa el móvil mezquino que la produce; ¡y eso llaman, sin embargo, ser feliz! Esa acrimonia misma, esa mordacidad jocosa que suele hacer tan a menudo el contento de los demás, es en él la fría impasibilidad del espejo que reproduce las figuras no sólo sin gozar, sino a veces empeñándose.»
MARIANO JOSÉ DE LARRA, 1836
La moda vienesa está sirviendo para que el alma finisecular encuentre su fiel espejo, gracias a la profunda comprensión de las corrientes espirituales europeas que demuestra la política turística del Ayuntamiento de Viena, que se encuentra empeñado y se esfuerza con éxito en hacer de la modernidad y la nostalgia sus divisas. Pese a todo, la Viena 1900 sigue siendo lo bastante exótica para los ávidos neuroeuropeos de la península como para que algunas informaciones históricas pueda resultarles bienvenidas. El lector puede encontrarlas al final del volumen junto con una bibliografía escueta. Sólo donde parecía urgente para la comprensión del pasaje he incluido una nota en el texto.
En cuanto a las notas de traducción no se encuentran en donde hay algún juego de palabras, pues en tal caso el texto de Kraus se desplegaría sobre una sola nota prolongada —lo que acaso no fuera tan descabellado—, sino en donde la versión castellana final sigue crujiendo sensiblemente pese a todos los esfuerzos del traductor. En cuanto a las citas de Shakespeare, tan presente en toda la escritura de Kraus, se basan en las traducciones de José María Valverde, José Méndez Herrera, Luis Astrana Marín y Agustín García Calvo.
Quisiera dedicar lo que de correcto y equivocado me corresponda en este trabajo a cuantas personas han ayudado a su realización. Y en particular a Uli, por sus buenos oficios ante esta vieja dama adusta que es la lengua alemana, a Javier por estar ahí y a los Boira por haberse ido. A todos, y al lector por su tiempo, muchas gracias.
J. L. A.
Budapest, 5 de mayo de 1989
Moralidad y criminalidad
«¿Morir por adulterio? No; eso lo hace hasta el reyezuelo, y la mosquita de alas doradas se entrega a la lujuria ante mi vista ¡Dejad que florezca la copulación!»
Lear, IV, 6
«Si hacéis ahorcar y decapitar sólo durante diez años a todos los que se hagan culpables de ese delirio, haríais bien en promulgar un edicto para procuraros nuevas cabezas. Si esta ley sigue en vigor diez años en Viena, arrendaré la más bella casa de la ciudad a razón de tres peniques por día.»
Medida por medida, II, 1
«Mis asuntos en este Estado me han conducido a observar Viena, donde he hallado una corrupción que hierve y burbujea hasta desbordarse del puchero. La ciudad tiene leyes para todas las faltas, es verdad; pero esas faltas se encuentran tan bien protegidas que vuestras disposiciones se parecen a las prohibiciones colgadas en la tienda de un barbero; se las lee, pero se hace burla de ellas.»
Medida por medida, V, 1
«Creo en la rígida virtud de vuestra señoría, más considerad esto, os lo ruego: si en la efervescencia de vuestras propias pasiones hubierais hallado la hora acorde con el lugar, y el lugar acorde con vuestros deseos; si el imperioso ardor de vuestra sangre hubiese tenido toda facilidad para alcanzar el objeto perseguido por vuestros anhelos, ¿no habríais cometido algunas veces en vuestra vida ese mismo pecado por el que le condenáis, ni atraído sobre vuestra propia cabeza el rigor de la ley?»
Medida por medida, II
«Si los grandes pudieran tronar como el mismo Júpiter, le dejarían sordo, pues hasta el más diminuto de los jueces se serviría de su oído para tronar; sería un perpetuo trueno. ¡Oh, Cielo clemente, el mortal azufre de tu rayo hiende mejor la nudosa encina rebelde al hacha que el mirto tierno; pero el hombre, el orgulloso hombre, revestido de corta y débil majestad, olvida lo que es menos dudoso, su elemento cristalino, y semejante a un mono colérico representa ante el cielo tales locuras que los ángeles lloran, ellos, que de tener nuestra naturaleza reirían hasta morir!»
Medida por medida, II, 2
«Tenemos ciertos estatutos por demás rígidos y ciertas leyes singularmente refrenantes, bocados, barbadas precisos para corceles indisciplinados, que hemos dejado dormir desde hace diecinueve años casi a la manera de un león abrumado de fatiga que no sale de su caverna para ir a cazar. Nos ocurre hoy como a esos padres indulgentes que lían paquetes amenazadores de varas de abedul para colgarlos ante los ojos de sus hijos y hacerlos servir de emblemas de terror más que de instrumentos de castigo; a la larga se encuentra que esas varas inspiran más burla que temor, y así sucede con nuestros decretos, que muertos en la aplicación, no tienen en realidad existencia.»
Medida por medida, I, 3
«¡Bellaco, esbirro, detén tu mano sangrienta! ¿Por qué azotas a esa puta? Flagélate tú, ya que ardes en deseos de cometer con ella el delito por el que la castigas.»
Lear, IV, 6
Existe un tipo de indignación improductiva que se resiste a cualquier intento de darle expresión literaria. Desde hace un mes me ahoga una vergüenza capaz de aniquilar toda ilusión cultural, esa que nos ha obsequiado con un doble proceso por adulterio: la vista del juicio y su tratamiento periodístico. La obligación de largar una frase por cada suceso no le sirve como baliza en una carrera de brutalidad e hipocresía a aquel a quien le deja embarrancado el pensar en un torbellino de inverosimilitudes, en el ejercicio de una justicia en la que la razón se torna insensatez y un azote sus beneficios. Ahora, la perspectiva de que la locura no vaya a tener fin en mucho tiempo, de que el proceso tenga continuación y el marido haga aparecer las actas en las librerías apacigua la conciencia del publicista al que se le había deslizado la pluma de entre los dedos con el conflicto entre repulsión y deber profesional. Ahora el horror ante todas esas voces vacilantes que mantienen una actualidad vergonzosa le espolea de nuevo a una decidida protesta contra todo intento de cargar sobre nuestra opinión pública, cargada ya con mil preocupaciones, aprovechando los ataques de celos de un Otelo de barrio.
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