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Hipócrates - Tratados hipocráticos I

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Hipócrates Tratados hipocráticos I
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Tratados hipocráticos I: resumen, descripción y anotación

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El Corpus Hippocraticum es un conjunto de más de cincuenta tratados médicos de enorme importancia, pues constituyen los textos fundacionales de la ciencia médica europea y forman la primera biblioteca científica de Occidente. Casi todos se remontan a finales del siglo V y comienzos del IV a.C., la época en que vivieron Hipócrates y sus discípulos directos. No sabemos cuántos de estos escritos son del «Padre de la Medicina», pero todos muestran una orientación coherente e ilustrada, racional y profesional, que bien puede deberse al maestro de Cos. Más importante que la debatida cuestión de la autoría es comprender el alcance de esta medicina, su empeño humanitario y su afán metódico. Este corpus resulta esencial no sólo para la historia de la ciencia médica, sino para el conocimiento cabal de la cultura griega. Éste es el primer intento de verter al castellano todos estos tratados, y se ha hecho con el mayor rigor filológico: se ha partido de las ediciones más recientes y contrastadas de los textos griegos, se han anotado las versiones a fin de aclarar cualquier dificultad científica o lingüística y se han añadido introducciones a cada uno de los tratados, con lo cual se incorpora una explicación pormenorizada a la Introducción General, que sitúa el conjunto de los escritos en su contexto histórico. El primer volumen de los Tratados hipocráticos incluye los escritos «Juramento», «Ley», «Sobre la ciencia médica», «Sobre la medicina antigua», «Sobre el médico», «Sobre la decencia», «Aforismos», «Preceptos», «El pronóstico», «Sobre la dieta en las enfermedades agudas» y «Sobre la enfermedad sagrada».

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INTRODUCCIÓN

Los Aforismos son, sin duda, el tratado más célebre del Corpus Hippocraticum. Considerados como «la Biblia de los médicos», sirvieron de libro de texto en muchas universidades europeas hasta el siglo pasado. Obra temprana, como veremos, se mantiene, dentro de los tratados médicos, al margen de la agria polémica entablada entre los que veían en las especulaciones filosóficas del momento una base firme para la teoría y práctica de la medicina y quienes renunciaban a todo planteamiento filosófico por considerarlo totalmente ajeno al verdadero quehacer médico.

Desde siempre, se ha advertido en los Aforismos la presencia de un escritor —o varios—, de notable inteligencia creadora y gran capacidad de síntesis; pero, sobre todo, de mirada penetrante e inquisitiva, ávida de descubrir y expresar los últimos secretos del arte médico a los discípulos de su Escuela.

Hablar de los Aforismos es, por otra parte, remitirse a la historia de la transmisión textual del escrito más difundido de todo el CH, y a los innumerables comentarios e incontables traducciones que ha merecido a lo largo de todas las épocas.

Desde la constitución del primer conjunto de escritos hipocráticos, quizás a fines del siglo III, o comienzos del II a. C., y, más tarde, cuando aparecieron las primeras traducciones latinas de este texto, desaparecidas para nosotros, y las que se realizaron después, sombre todo, a partir del siglo X de nuestra Era —entre las que destaca la que Constantino el Africano hiciera en el siglo XI del árabe al latín—, durante todo ese tiempo y sigilos después, enseñanza de la medicina y lectura y comentario de los Aforismos han sido casi sinónimos en Europa.

Una historia crítica de los sucesivos comentarios a los Aforismos podría darnos, sin duda, muchas luces respecto a los reiterados intentos de traducción e interpretación del famoso texto según los conocimientos y gustos de cada época. Por otra parte, la forma aforística ha debido de contribuir en gran medida a su éxito continuado no sólo en la enseñanza de la medicina, sino también entre los profesionales ya establecidos.

Efectivamente, fáciles de recordar y memorizar, escritos en una forma literaria que gozó de enorme favor, no sólo en época helenística y romana, sino también a lo largo de toda la Edad Media, los Aforismos constituyeron una especie de vademécum del médico que se preciara de serlo. Este singular hecho es tanto más meritorio, cuanto que en tal obra observamos numerosos ejemplos de sentencias que eran oscuras ya para los primeros intérpretes griegos, Galeno incluido, mientras que no siempre vemos en el escrito un lado práctico, de aplicación inmediata.

Bastantes especialistas en el tema se han inclinado por ver en el tratado que estudiamos, más que una especie de resumen de urgencia de los conocimientos médicos y un conjunto de indicaciones precisas sobre tratamientos y enfermedades, un estímulo, un modo de excitar la memoria del médico y fortificar su pensamiento, como ya apuntó Littré (Oeuvres completes d’Hippocrate, 10 vols., París, 1839-1861, vol. IV, pág. 440). Es de destacar, también, cómo en un momento en que las libertades del subgénero literario en que fueron compuestos los Aforismos permitían coleccionar simples notas empíricas tomadas de la práctica diaria de la Medicina, a la manera de las llamadas «sentencias cnidias», nos encontramos, en cambio, en nuestro escrito con los puntos esenciales de una verdadera doctrina médica redactados en una forma literaria mucho más elaborada.

Estructura del contenido

Los Aforismos nos han llegado divididos en siete secciones, distribuidas, a su vez, en sentencias independientes, cuya extensión oscila entre unas pocas palabras, que caben en medía línea de las ediciones modernas, y una serie de proposiciones ligadas mediante recursos propios de la coordinación o, más simple aún, de la mera yuxtaposición. El aforismo más largo que nos ha llegado (1 3) ocupa trece líneas de la edición de Jones. Pero diremos algo sobre la distribución del contenido en cada una de las secciones.

SECCIÓN PRIMERA. — Es la más organizada de todas. Puede decirse que no hay ningún aforismo de transición, ninguna repetición expletiva o de simple relleno. Se compone de veinticinco aforismos, consagrados a puntos esenciales del tratamiento terapéutico, concretamente, a las evacuaciones, tanto espontáneas como artificiales, y a la alimentación de los enfermos.

A propósito de las evacuaciones se nos dice que no siempre son convenientes, sino sólo cuando los humores están cocidos (22). Que rara vez deben darse purgas en caso de enfermedades agudas (24), y que no se administren purgas, en absoluto, durante la crisis o después de ella (20). Lo importante no es la cantidad, sino la forma y manera de la evacuación. En todo caso, hay que tener en cuenta la estación del año, la edad, las enfermedades padecidas, etc., a la hora de suministrar tratamientos para evacuar (2). Conviene dirigir la evacuación, de modo que purga y evacuación resulten convenientes (21).

A la dieta se refieren dieciséis números de esta sección. La dieta ha de ser lo más severa posible, cuando la enfermedad se encuentra en su punto culminante o es muy aguda (6-7-8), aunque se advierte que la dieta estricta es peligrosa generalmente (4), pues los enfermos no saben guardarla muy bien. Es preferible, por tanto, atenuarla algo (S). Hay que observar al enfermo para saber si va a soportar una determinada dieta (9). De cualquier forma es preciso aplicarla rápidamente en las enfermedades que alcanzan en seguida su punto culminante (10); pero, al contrario, reducirla en la exacerbación (11).

No todo el mundo requiere la misma dieta, sino que habrá que prescribir una especial para los atletas (3), otra para los que están creciendo todavía (14) y otra para los ancianos (12). Las dietas liquidas son apropiadas para niños y otras personas habituadas a tal género de alimentación (16). No hay que dar nada en la exacerbación (19) de las enfermedades; conviene, incluso, reducir algo la alimentación en tales circunstancias.

SECCIÓN SEGUNDA. — Distribuida en cincuenta y cuatro aforismos, algunos de ellos bastante cortos. Hay uno de sólo tres palabras (21). Por su contenido esta sección es más complicada que la anterior. Se ocupa de la dieta y de ciertas observaciones a manera de pronósticos.

Destaca el aforismo que sostiene que una alimentación mayor de la que corresponde a la constitución física engendra una enfermedad (17). Pero son importantes, asimismo, las observaciones sobre la estrecha relación entre dieta y estado físico (7 y 8), purga y dieta (10 y 11), dieta y esfuerzo (16) y dieta y recuperación (31 y 32). Diversas precisiones sobre cuándo y a quiénes conviene evacuar (9, 36, 37, 51, 53). Por lo demás, su contenido es realmente variado y profuso. Así, encontramos ciertas anotaciones sobre la imposibilidad de hacer una predicción segura en caso de enfermedades agudas (19), o sobre las mejorías y afecciones que se presentan inesperadamente y no responden al cálculo del médico (27). Éste insiste, con orgullo, en que es preciso mantenerse firme en la aplicación de la norma, aunque las cosas no salgan bien a primera vista (52). Encontramos observaciones sobre el sueño y el insomnio (1 y 2), y a propósito de los signos precursores de las enfermedades (5, 41 y 44). Sobresalen las notas referentes a la aplicación terapéutica del método de los contrarios (22), y a la intensidad de los dolores y fiebres al comienzo de las alecciones (29, 30 y 47).

Hallamos también indicaciones sobre la íntima relación entre enfermedades y enfermo (20, 39, 40, 45, 53 y 54) y algunas observaciones generales, como la de que, al sobrevenir dos dolores, el más fuerte borra al otro (46), y la notable gravedad de un enfermo que no se percata de sus propios dolores (6 y 33).

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