Alberto Mayol - Big bang
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- Libro:Big bang
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- Año:2020
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Big bang: resumen, descripción y anotación
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Alberto Mayol nos trae un libro que está lejos de vanagloriarse de otro anterior donde pronosticó buena parte de lo que está pasando en Chile. Lo que sí hace es ordenar elementos cuando más se necesita de perspectiva. Y ese orden de eventos y decisiones es bien elocuente y explosivo. Como un big bang, medio segundo después de producido. Cuando se ve el fogonazo y todo el material proyectado al universo. Sin saber todavía si se recordará como el fin de una historia o el comienzo de otra. Fernando Paulsen
Big bang — leer online gratis el libro completo
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ALBERTO MAYOL
BIG BANG
Estallido social 2019
Modelo derrumbado - Sociedad rota - Política inútil
ePub r1.0
Esteban7082 28.04.2020
Título original: Big bang. Estallido social 2019.
Modelo derrumbado - Sociedad rota - Política inútil
Alberto Mayol, diciembre 2019
Fotografía de portada: María Paz Morales
Primer editor: Sebastián Valdebenito M.
Editor digital: Esteban7082
ePub base r2.1
Índice de contenido
ILUSTRACIONES
A Claudia, Alessandro, Antonella y Federico.
Totalmente…
PRESENTACIÓN
¿CAIGA QUIEN CAIGA?
E n la película Invictus, de Clint Eastwood, hay una escena donde Nelson Mandela, recién ungido como presidente de Sudáfrica, debe enfrentar al nuevo Comité de Deportes del país.
El Comité trae una proposición radical: cambiar los colores de la camiseta del seleccionado de rugby de Sudáfrica para enfrentar el mundial de 1995, que se desarrollaría en ese país, con una nueva imagen, lejos de aquella representada por el verde y dorado del Apartheid.
Mandela rechaza la idea de plano y se traslada a las oficinas del Comité, para explicarles en vivo las razones de su negativa. Dice Mandela, representado magistralmente por el actor Morgan Freeman: «Entiendo la decisión que han tomado. Estoy al tanto de que fue unánime. Pero les pido que cancelen esa propuesta. Que restauren su nombre, sus emblemas y sus colores, de inmediato.
Nuestro enemigo ya no es el afrikáner, ahora son nuestros compatriotas sudafricanos. Nuestros socios en esta democracia. Y ellos adoran el rugby y a su selección. Si les quitamos eso, los perdemos. Entiendo todas las veces que ellos nos negaron todo. Pero este no es momento para venganzas pequeñas. Este es el momento de construir una nación. Ustedes me escogieron como su líder. Déjenme liderarlos ahora».
Los liderazgos extraordinarios del siglo XX, los de Mandela, Gandhi, Churchill, más los que encabezaron movimientos insurreccionales en calles de París, en selvas de América Latina… esos liderazgos que eran por todos conocidos, fantaseados y extrapolados hasta la ridiculez son hoy un resabio de una época que quedó atrás, inexorablemente atrás, destruidos por tecnologías que horizontalizaron comunicaciones que antes eran verticales —del medio al público, del poder político al medio—, deshaciendo, a medida que más cosas se conocían, el concepto sagrado de la política clásica y constatando que la corrupción, el arreglo bajo la mesa, la traición de aquello que se negoció bajo cuerda era mucho más frecuente de lo que se creía.
En Chile, el golpe de gracia lo dio en una década la caída simultánea de elites aparentemente incombustibles: la Iglesia, Carabineros y FF.AA., los medios de comunicación clásicos, los empresarios y políticos, que parecían grupos con intereses distintos, hasta que las épocas de elecciones hacían que unos fueran a mendigar recursos a los otros, fuera de las normas y reglas electorales, produciéndose un momento epifánico, con convergencias de mirada de futuro.
El libro de Alberto Mayol tiene, a mi modo de ver, dos méritos extraordinarios: primero, se sitúa en un momento desprovisto de esos líderes de antaño, que explicaban tantas cosas que ocurrían. Y, segundo, intenta ordenar las pulsiones que rigen la actualidad, sin sucumbir a las explicaciones únicas. Esas que hacen ver las cosas en blanco y negro, nosotros y ustedes,
aterrorizados porque la dificultad de entender lo que pasa los empuja aceleradamente al fanatismo.
Si hay algo de sanidad mental al mirar lo que está ocurriendo en Chile y sus alrededores, eso consiste en no solo observar lo factual, las noticias y sus evidencias, sino también las paradojas, donde la ausencia de líderes absolutos y absolutistas, a la usanza del siglo pasado, es quizás la principal. Con esto no trato de decir que lo que está ocurriendo es fruto de una romántica sublevación del pueblo, todos con una misma cara, un mismo propósito, una misma consigna. No.
Lo interesante —y Alberto Mayol lo desmenuza como quien rebana un kilo de jamón en láminas casi transparentes— son las hipótesis sociales y la red de relaciones que se multiplican en estos momentos de ebullición. Y que son tan difíciles de captar porque no están los líderes clásicos explicándolo todo y porque los nuevos líderes no se comunican como nos enseñaron en las clases de historia de antaño.
El libro de Alberto Mayol tiene de todo. Un superávit sospechoso, a mi modo de ver, de citas del Viejo y Nuevo Testamento que, bromas aparte, parecen tener una vigencia asombrosa a la hora de explicar algunas cosas. Gráficos y números, curvas y tablas, que respaldan con la necesaria dosis de factualidad las ideas y conjeturas del autor. Hay otro grupo de frases de antes, pero que parecen de hoy, que tienen su origen en canciones populares de hace dos y tres décadas, particularmente de Los Prisioneros. A ese aporte cultural se suman los rayados de este estallido social, escogidos con muy buenas pinzas, para transmitir teoría social en la forma de poesía. Mi favorito es esa foto de una mujer joven que levanta un letrero que dice: «Son tantas weás que no sé qué poner». Ocho palabras que revelan tan claramente por qué se equivocaron los que creían que esto se paraba suspendiendo los treinta pesos de alza del Metro. O regalándoles más cosas todavía a los camioneros y su No Más Tag. O incluso quienes creyeron que la expectativa de una nueva constitución haría que la gente dejara de salir.
«Son tantas weás que no sé qué poner». Esa es una ecuación de adición continua, donde cada grupo o persona vio en los treinta pesos del alza del Metro su propio abuso particular. Las mujeres y su maltrato eterno; las pymes y la espera injusta a la hora de cobrar después de un aplazamiento tras otro del más grande; la persona que sabe que el remedio que le compra a su madre vale 60% menos al otro lado de la cordillera, pero no tiene ni los recursos ni los contactos para encargarlos allá. Está todo el escenario del ninguneo verbal. Como la explicación que sale de la boca de ministros y parlamentarios, de distinto signo, diciéndole al que sale de la casa a las cinco de la mañana y llega a las diez de la noche que hay que levantarse más temprano y acostarse más tarde todavía. Y está la agresión más canallesca, disfrazada de consejo paternal: «Hay que cuidar la pega». Que se entiende como: «Trabaje, no sea conflictivo y agradezca que vuelve mañana».
La suma de todos esos miedos es la paradoja que hoy recorre nuestras calles y ciudades, que Alberto Mayol describe pormenorizadamente y que calza como un guante con el letrero mencionado.
Una palabra final al tema de la justicia, tema tutelar en el libro. Por donde sea, en el texto del autor, en las fotos explicativas, en los gráficos y tablas, en las citas bíblicas y las otras aparece siempre, como actriz principal, la enervante ausencia de justicia. Que, por cierto, tiene que ver con cómo se distribuyen los recursos, la calidad de los salarios, la imposibilidad de que la meritocracia nunca llegue a más que un discurso, el desprecio ancestral por los pueblos
originarios, la escasez de mujeres en lugares de poder, los servicios públicos de salud y pensiones versus el privado y de las FF. AA. en las mismas materias. La gente puede tolerar grandes dosis de desigualdad material, en todas partes del mundo. Lo que revienta la burbuja es constatar que el mecanismo regulador de esas diferencias en democracia, la aplicación de justicia, sea extremadamente desequilibrado.
Y aquí hubo una oportunidad de demostrar que las palabras coincidían con los hechos. Que la justicia chilena podía ser aplicada, caiga quien caiga. Ese momento fue el caso del financiamiento ilegal de la política, probablemente el más determinante de la convicción ciudadana, en las encuestas, de que la clase política dejó de representarla. Porque estuvo todo para demostrar que nadie está sobre la justicia. Y se tomó la decisión de hacer zafar a casi todos, con un par de ejemplos minúsculos de justicia simbólica y ridícula. El grado de daño de esa resolución transversal de no morder, sino solamente lamer a los infractores, probablemente fue el combustible que estaba esperando la suma de todos los miedos para que un alza menor en el precio del Metro se transformara en un grito de desesperación incontenible.
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