Una guía amena, didáctica y rigurosa que ayuda a entender el desarrollo de nuestros hijos en sus primeros años de vida y propone recomendaciones adaptables a cada familia.
En la primera etapa de la vida de un niño su cuerpo y su cerebro se transforman a un ritmo vertiginoso. El pequeño pasa de ser un bebé que hace poco más que llorar y mamar, a ser un niño que nos pregunta por todo.
¿Qué es lo que necesita realmente un bebé?, ¿por qué llora en cuanto le soltamos?, ¿es malo que duerma con nosotros?, ¿hasta cuándo seguir con la lactancia?, ¿cómo actuar ante las rabietas?, ¿le dejamos el móvil para que se distraiga?, ¿cuándo necesita ir a la guardería?, ¿le castigamos cuando se porte mal?, ¿cómo establecemos límites?
Este libro responde a estas y muchas otras preguntas, abarcando gran parte de lo que ocurre durante los primeros años de vida de nuestros hijos. Unos años que en el futuro recordaréis como vuestros mejores años.
Hijos y padres felices
Alberto Soler y Concepción Roger
Título: Hijos y padres felices
© 2017, Alberto Soler y Concepción Roger
© 2017 de esta edición: Kailas Editorial, S.L.
Calle Tutor, 51, 7. 28008 Madrid
Puedes contactar con el autor mediante correo electrónico en alberto@albertosoler.es, en Twitter: @asolers, y en Facebook: facebook.com/psicologovalencia.
Diseño de cubierta: Rafael Ricoy
Realización: Carlos Gutiérrez y Olga Canals
ISBN ebook: 978-84-17248-03-1
ISBN papel: 978-84-16523-95-5
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Índice
A Koke y Sía
Prólogo
Un libro que propone Momo como una de las referencias bibliográficas recomendadas es un libro que sencillamente hay que leer sin falta. Kontxín y Alberto, como Michael Ende, nos hacen comprender que el tiempo invertido en la bondad, en el cariño, en el afecto o (en sus palabras) en el «apego seguro», jamás es tiempo perdido, sino más bien ganado. Debemos abrazar a nuestros hijos a menudo con nuestro cuerpo, pero también con nuestro tiempo. Y alejarnos, también, de cualquier entorno que dé la espalda a la infancia, tal y como detallan en el capítulo «El reto de criar niños felices en una sociedad compleja». En su libro también comprenderemos que el aspecto físico y el cerebro de nuestros hijos cambian a una velocidad tan rápida que «si parpadeamos nos lo perdemos». En los primeros años, nos explican, «somos testigos privilegiados de […] una auténtica colección de primeras veces». Les doy la razón, pero añado que tras dieciocho años como padre todavía hoy siento que con mis tres hijas sigo siendo testigo privilegiado de tan bonita colección.
Llegados a este punto, seguro que alguien se está preguntando qué hace un nutricionista prologando un libro de psicología y educación infantil. Yo mismo me lo pregunto, la verdad. Recibí la noticia con alegría, sorpresa y sintiéndome, desde luego, muy afortunado. Muchas gracias de nuevo, admirados amigos. El caso es que probablemente estoy redactando este prólogo por el enfoque respetuoso con el que abordé mi libro Se me hace bola. Pero quizá escribo estas líneas porque antes que nutricionista soy un padre que siente un amor por sus hijas que, aunque parezca increíble, crece exponencialmente con el paso del tiempo. Quizá, también porque soy un esposo enamorado, mucho, de mi mujer, Olga Ayllón. Olga es alguien tan especial como Momo, a quien intento cuidar como un tesoro, entre otros motivos porque amar a nuestra pareja es la mejor manera de que nuestros hijos se sientan merecedores de un amor semejante. No soy el único que piensa así: Kontxín y Alberto nos explican que «el cuidado de la pareja es necesario también para los hijos». Pero además nos dan pistas para lograr afinar las distintas cuerdas del violín que da música a la familia: cuidarnos, cuidar a nuestra pareja, cuidar a nuestros hijos… e incluso recibir de nuestra pareja y de nuestros hijos los cuidados que necesitamos.
¿Por qué hace falta este libro? Por muchas razones, pero enumeraré cuatro. La primera es que nos han hecho creer, erróneamente, que educar a nuestros hijos pasa por huir de la «sobreprotección» como de un incendio y seguir las normas no escritas (incluso algunas, por desgracia, escritas) de una sociedad competitiva para dormir, para dar el pecho o el biberón, para quitar el pañal, para leer, para evitar rabietas, para comer o incluso para jugar. Unas normas que pueden tener consecuencias negativas para la salud física y mental del niño, dicho sea de paso. La segunda razón es porque nos faltan modelos de crianza respetuosa y de parejas que de verdad se quieran y se respeten. De parejas que entiendan que cuanto más damos al otro, más crecemos y más ganamos todos. Otra razón más: nos ayudarán a entender que más que criar exquisitamente bien a nuestros hijos, lo más importante es no hacerlo muy mal. A mí, por ejemplo, tras leer el libro me ha quedado muy claro lo peligroso que es un «estilo parental autoritario». No entiendo por qué hay tanta gente proclamando bondades de la obediencia ciega. ¿Acaso quieren un mundo lleno de niños ciegos a sus necesidades, a sus aspiraciones, a su «yo» más profundo? Y la cuarta razón (insisto: seguro que hay más) es que nos rodean, silenciosos y fríos como los hombres grises, charlatanes que quieren encasquetarnos peligrosos métodos, productos «naturales» o incluso fármacos para tratar supuestos problemas de nuestros hijos que en realidad no existen. Nada mejor que dos buenos psicólogos para desenmascarar sus tretas, con frases lapidarias como «lo que es normal no se cura».
Y hablando de charlatanes, hace unos días compartí en mi cuenta de Twitter la siguiente ocurrencia: «Nueva expresión: sufres más que un nutricionista en la sección “alimentos infantiles” de un supermercado». Lo explico porque el psicólogo Victor Amat no tardó en responder: «O más que un psicólogo en la sección de autoayuda». Comenté la anécdota poco después con Alberto Soler y, con su contagiosa alegría, me explicó la resignación con la que viven los buenos psicólogos el hecho de encontrar en las librerías obras de referencia de psicología mezcladas con engendros peligrosos (Terapia Gerson. Cura del Cáncer y Otras Enfermedades Crónicas —no, no me lo he inventado—) casi siempre muy cerquita de la sección de esoterismo. Espero que los libreros o los bibliotecarios cometan el acierto de clasificar Hijos y padres felices en el grupo de los buenos libros, es decir, entre las referencias ineludibles de psicología infantil.
Porque si bien es cierto que hay quien escribe para amasar una fortuna, para ganar fama inmortal, para menoscabar a sus rivales o simplemente para cultivar su ego, también es verdad que hay quien lo hace porque cree que vale la pena el tremendo esfuerzo que supone crear un libro si ello va a servir para mejorar este muy mejorable mundo. Lo bueno del caso es que quien pertenece a este segundo supuesto no suele perseguir enriquecerse a costa de los demás, trepar en la escala social usando de peldaños a espectadores ingenuos, y mucho menos contemplar su reflejo en un espejo mágico mientras este le responde «Usted, majestad, es el escritor más célebre y con más seguidores en Facebook de este reino». Basta una ojeada (u hojeada) a