María Teresa Costa-Campi, Antoni Garrido, Martí Parellada y Esteve Sanromà (eds.)
Prólogo
Guillermo de la Dehesa
Felicito a este reputado grupo de economistas que ha promovido y escrito este excelente libro y considero que ha sido un gran acierto haber pensado y desarrollado un libro sobre la economía europea que, en mi opinión, considero como el más completo que he conocido hasta ahora, en castellano, y comparable, con cierta ventaja, a otros ya escritos anteriormente en francés y en inglés.
La economía europea es un libro riguroso y exhaustivo pero, al mismo tiempo, escrito de forma sencilla y de lectura fácil, lo que permitirá a sus lectores obtener un conocimiento muy amplio y detallado de todos los aspectos más relevantes de la economía de los países europeos, con un elevado detalle y, al mismo tiempo, con poco esfuerzo relativo. Además, está ordenado de una forma muy lógica y muy atractiva para todas aquellas personas que lo lean o lo estudien. En esta introducción, me limito a resaltar los aspectos más relevantes de cada capítulo sin intentar hacer juicios de valor o de contenido sobre cada uno.
1) En el primer capítulo, Carles Sudrià y Antoni Garrido muestran la evolución de la historia y de las instituciones de integración gradual de la economía europea desde 1950 hasta hoy, mostrando que su época dorada se dio entre 1950 y 1973, con un notable crecimiento y convergencia del PIB por habitante. Posteriormente, pasa revista al proceso de integración europea, desde la CECA y el EURATOM hasta el Tratado de Roma de 1957 que crea la Comunidad Económica Europea (CEE). Desde la creación de la EFTA a propuesta del Reino Unido en 1959, hasta que dejó de funcionar en 1973, cuando el Reino Unido y Dinamarca entran en la CEE.
La crisis del petróleo en dicho año aceleró el proceso de integración de otros países, entrando Grecia en 1981, España y Portugal en 1986, Austria, Finlandia y Suecia en 1995, diez países del Sur y del Este en 2004, Bulgaria y Rumanía en 2007 y Croacia en 2013. Asimismo, con el Acta Única Europea de 1986, se creó ya un Mercado Único. Finalmente, en 1979 se creó el Sistema Monetario Europeo y en 1992, con el Tratado de Maastricht, la Unión Monetaria, que entró en vigor en 1999. A partir de entonces, y especialmente tras la Gran Recesión, han sido las políticas económicas conservadoras las que han predominado, resultando en una fuerte contracción fiscal y la correspondiente caída del crecimiento de la eurozona frente a Estados Unidos y el Reino Unido.
2) En el segundo capítulo, José Luis García Delgado y Rafael Myro analizan, desde 1960 hasta hoy, cómo han ido evolucionando las fuentes de crecimiento real de Europa, es decir, su capital humano, su capital tecnológico, sus infraestructuras, sus estructuras productivas, su tejido empresarial y, en suma, su innovación y su competitividad interna y externa. Sin duda dichas fuentes han mejorado notablemente, pero no tanto como en Estados Unidos y como en la media de la OCDE. De hecho, muestran cómo la Europa integrada ha pasado de representar el 26% del PIB mundial, en 1960, hasta el 30%, en 1980, para caer más tarde al 18,7%, en 2013.
Asimismo explican que la edad de oro del crecimiento de Europa va de 1950 a 1973, creciendo el PIB por habitante un promedio del 4,5 y del 4% después de 1960, cayendo posteriormente al 1,5% de media, una tercera parte. La convergencia de renta por habitante dentro de la Unión ha sido positiva entre 1960 y 2008, ya que Grecia, Irlanda, Portugal y España crecen más rápido que los países europeos más desarrollados, pero, lamentablemente, no lo han hecho tras la Gran Recesión. Finalmente, la productividad del trabajo en la UE-15 ha mejorado respecto de la de Estados Unidos hasta 1993, pero cae a partir de entonces.
Finalmente, comparan la productividad total de los factores de producción (PTF), llamada también el «residuo de Solow», que mide el aumento del PIB no debido al trabajo y al capital, sino el correspondiente al crecimiento tecnológico y a la eficiencia, mostrando cómo ha ido cayendo en Francia, Alemania, Reino Unido, Italia y España entre 1970 y 2000, mientras que ha aumentado en Estados Unidos.
3) En el tercer capítulo, Gustavo García, Josep Lluís Raymond y José Luis Roig analizan, en detalle, la evolución del capital humano o nivel de formación de la fuerza de trabajo en Europa, siguiendo el sistema de contabilidad del crecimiento y mostrando que dos terceras partes del aumento de la producción vienen explicadas por el «cambio técnico» y sólo el tercio restante por la acumulación de fuerza del trabajo y del capital. Los niveles de capital humano dependen, fundamentalmente, del número de años y de los niveles de calidad de la educación en cada país.
La población adulta en Estados Unidos posee, en promedio, 13,46 años de educación frente a la de Europa, con 12,42 años, pero esta brecha se ha ido reduciendo con el paso del tiempo. En Europa la educación se centra más en la formación profesional y en la secundaria mientras que en Estados Unidos se enfoca más en la universitaria. En España los años promedio de educación de la población adulta son 9,55, mientras que Suecia supera los 13,6, Francia y Alemania los 12,2 y 12,3 y el Reino Unido e Irlanda los 11,8, pero la tendencia a largo plazo es claramente a igualarse.
Los países miembros de la UE que son miembros de la OCDE gastan en promedio un 5,9% del PIB, mientras que el conjunto de los de la OCDE gasta el 6,5% del PIB, y en Estados Unidos, un 7,3% del PIB. Además, en Estados Unidos el 64% de dicho gasto proviene de fuentes privadas y en la UE sólo el 23%. Sus tasas de ocupación son más bajas en la UE que en Estados Unidos, pero depende de los niveles educativos. Asimismo, su aportación al crecimiento es menor en la UE, ya que las edades efectivas de jubilación son mucho más bajas en la UE que en Estados Unidos; en la UE los hombres se jubilan a los 64,1 y las mujeres a los 62,5 años y en Estados Unidos a los 65,5 y a los 64,5 años, respectivamente. Finalmente, en 2013, el porcentaje de ocupados en la UE con estudios terciarios en puestos de trabajo no cualificados es muy elevado, especialmente en España, con un 36%, el doble que en Alemania, con un 18%, y mucho más del doble que en Dinamarca y Portugal, con un 13%.
4) En el cuarto capítulo, José García Quevedo trata del progreso tecnológico y de los sistemas de innovación en la UE. El gasto en I+D en la UE es del 2% del PIB, lo mismo que en China (que en 1995 partía del 0,5%), pero por debajo de la OCDE con 2,4%, de Estados Unidos con 2,7% y de Japón con 3,4% del PIB.
En 2012, según Eurostat, Corea del Sur (con cifras de 2010) era el país que más gastaba en I+D (3,75% del PIB), seguido de Japón, Finlandia, Suecia, Alemania, Estados Unidos, Dinamarca, Austria, Francia, Holanda, China, la media de la UE, Reino Unido, España e Italia, estos últimos con el 1,25% del PIB, tres veces menos que Corea.
La UE tiene un programa de mejora del I+D al Horizonte 2020, que forma parte de la Estrategia Europea 2020, compuesta por tres pilares: el primero es reforzar la excelencia en la ciencia con la financiación de proyectos de investigación. El segundo es el liderazgo industrial en TIC, especialmente en nanotecnología y biotecnología, fomentando pymes innovadoras a las que se facilita financiación de sus actividades de innovación. El tercero son los retos sociales con áreas prioritarias como la seguridad, la energía y la salud, entre otras, con el lema «Ciencia con y para la Sociedad».