Antón Costas es catedrático de Política Económica en la Universidad de Barcelona y presidente del Círculo de Economía. Autor de numerosos libros y artículos en torno a las políticas de liberalización, el análisis de reformas y la relación entre ideas e intereses, entre ellos, La crisis de 2008. De la economía a la política y más allá. Es columnista de El País, El Periódico y La Vanguardia. Junto a Xosé Carlos Arias es autor del libro La torre de la arrogancia (Ariel, 2ª edición, 2012)
Xosé Carlos Arias es catedrático de Política Económica en la Universidad de Vigo. Entre sus últimos libros publicados destaca la coedición de Nuevo institucionalismo: gobernanza, economía y políticas públicas ( CIS , 2013), así como capítulos en libros de editoriales internacionales como Springer, Routledge o Intersentia. Es columnista de La Voz de Galicia. Junto a Antón Costas es autor del libro La torre de la arrogancia (Ariel, 2ª edición, 2012)
La economía de mercado ha experimentado una profunda transformación en las últimas décadas, al principio de una forma silenciosa y luego con notable estruendo. En el capitalismo de ahora destacan tres rasgos novedosos. El primero es la dimensión ultrafinanciera, con los mercados de capital situados fuera de cualquier escala razonable. El segundo, la creciente desigualdad, que origina amenazas para algunos de los grandes progresos que las sociedades avanzadas alcanzaron a mediados del siglo pasado. Y el tercero, una dinámica de internacionalización que abre nuevos caminos para la prosperidad, aunque también grandes riesgos, debido sobre todo a su composición muy desequilibrada.
Esos tres rasgos, que guardan densas relaciones entre sí, se vieron exacerbados a partir de la explosión de la gran crisis financiera de 2008. Pero también mostraron entonces sus múltiples e intrincadas contradicciones. Y no sólo en el ámbito estrictamente económico, en el que la posibilidad de un crecimiento lento en una perspectiva a largo plazo se ha ido haciendo cada vez más verosímil. También se plantean notables interrogantes para el futuro de la democracia, ya que la lógica de los mercados y la de la política democrática avanzan por sendas diferentes. Y en relación con todo ello, surge asimismo una amenaza para el proyecto de integración europea, pues la transformación económica de fondo ha acabado por mostrar las deficiencias estructurales sobre las que aquel proyecto fue diseñado.
En este libro, Xosé Carlos Arias y Antón Costas estudian con detalle las principales ideas y la sucesión de acontecimientos que están contribuyendo a la conformación de una nueva piel del capitalismo.
Serie Actualidad
Dirigida por Josep Ramoneda
Se puede optar por un pensamiento crítico que tomará la forma de una ontología de nosotros mismos, de una ontología de la actualidad.
M ICHEL F OUCAULT
Edición al cuidado de María Cifuentes
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
info@galaxiagutenberg.com
www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: noviembre 2016
© Xosé Carlos Arias, 2016
© Antón Costas, 2016
© del prólogo: Josep Ramoneda, 2016
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2016
Imagen de portada: © Estudio Pep Carrió, 2016
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN Galaxia Gutenberg: 978-84-16734-64-1
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PRÓLOGO
¿Es posible moralizar el capitalismo?
1.- Dos economistas interpelan a la economía con preguntas que han sido sistemáticamente dejadas de lado por el mainstream del pensamiento económico, convertido en fundamento de la hegemonía ideológica actual. Este ejercicio de tomar distancia de la propia disciplina para entender mejor las transformaciones del mundo, adoptando un punto de vista que los acerca a otras perspectivas, como la filosófica, es para mí el gran atractivo metodológico de este libro. Late en la actitud de Xosé Carlos Arias y de Antón Costas una disposición crítica con el positivismo dogmático (o si se prefiere la ideología cientista) que entiendo como lo pretensión de propiciar el retorno de la economía a su casa: el regreso al hogar de las humanidades del que nunca debería haber escapado. Sin duda corren el riesgo de ser descalificados como «negacionistas», según el criterio de Pierre Cahuc y André Zylberberg, que equiparan a los que ponen en cuestión los hallazgos de la ciencia económica a los negacionistas de Auschwitz o del cambio climático. Fascinados por el modelo de las ciencias naturales, atraídos por este imán irresistible que es el poder, algunos economistas buscaron en el modelo científico la garantía de legitimidad intelectual de su trabajo, intentando tomar un atajo que les diera una autoridad irrefutable para convertirse en garantes de las políticas en curso. Olvidaban así el sabio consejo metodológico de Keynes: «La economía es una ciencia moral y no una ciencia natural. Apela a juicios de valores». De modo que la pluralidad del discurso económico es esencial para el propio devenir de la democracia.
Siempre he pensado que la pretensión de las ciencias sociales de homologarse a las naturales es un desatino, un salto epistemológico en el vacío. Y la asunción del principio de elección racional como sustento de esta pretensión lo ratifica. No ha servido para conocer mejor la compleja economía del deseo y de las elecciones humanas, sino para legitimar el modelo ideológico que ha dominado los últimos treinta años: la reducción de la experiencia humana a la economía y del ciudadano a sujeto económico autosuficiente. Algún día se escribirá –de momento sólo hay algún testimonio más bien periodístico– la historia de la relación entre mundo universitario y dinero en el camino que condujo hasta la crisis de 2008, en que se ha confirmado que siempre que se pierde la noción de límites, siempre que se cree que todo es posible, se alcanzan resultados catastróficos. En este viaje el discurso económico dominante y algunas de las más loadas instituciones académicas han dejado varios girones de su prestigio. Y no abundan los indicios que permitan pensar que se ha aprendido la lección. Lo cual hace especialmente atractiva la apuesta de Arias y Costas.
Desde Nietzsche no hay coartada para confundir la verdad verdadera de la falsa verdad o, dicho de otra manera, la verdad que nace del conocimiento y la verdad epocal de cada momento (aquellas ficciones que operan como verdades incontestadas e incontestables de una época). Y una de las tareas de las ciencias sociales es precisamente señalar –y no cegar– esta diferencia. Para ello hay que tomar distancia, es decir, asumir la perspectiva de las humanidades que tanto estorban a algunos. Las ciencias sociales se mueven en un territorio proceloso: su vocación es el conocimiento y su participación en el debate público las sitúa en el terreno de las opciones y de la toma de decisiones. Pretender que la política sea cautiva de una presunta (e incontestable) verdad científica de la economía, en pleno desprecio de la complejidad cultural, institucional y de la economía del deseo, es una vía directa al autoritarismo al reducir al ciudadano a hombre unidimensional.