Para Anna: compañera de aventuras,
padawan de frikisme , alma gemela
Nací sin fronteras,
no creo en las posesiones,
pues pienso que hay demasiadas cosas
que nos separan,
y todos somos del mismo mundo.
No creo en naciones, ni en obligaciones,
ni en obligaciones…
Dame fuerza para gritar,
que no soy de aquí, tampoco soy de allá,
soy parte del océano.
Dame fuerza para gritar,
que yo soy de mí, no soy de nadie
y siempre así será...
Mi tierra es el mar , Laxen Busto
INTRODUCCIÓN
Hace ya más de dos años os quise explicar una historia: la historia de mis viajes, de mis aventuras, de mi vida. Cuando terminé de hacerlo, no sabía si alguien se lo pasaría bien leyéndola, si le gustaría a alguien o si serviría de algo. Ingenuamente, incluí mi email para que me escribierais siempre que quisierais… y unos meses después descubrí el resultado: centenares y centenares de emails que colapsaron completamente mi cuenta de Hotmail, más las decenas que todavía sigo recibiendo cada mes. Algunos me explicabais vuestros viajes; otros, que queríais viajar o que necesitabais ayuda para conseguir hacerlo, y algunos que sencillamente os lo habíais pasado bien leyendo el libro… La cantidad de gente que me escribía, que me deseaba suerte, que se sentía feliz de que pudiera hacer lo que me gusta, es una prueba más de que el mundo es un lugar increíblemente mejor de lo que a veces creemos. Si alguna vez he tomado una buena decisión, esta fue la de dar mi e-mail y abrirme la puerta a todas las aventuras, personas y experiencias que esto ha comportado.
Escribir un libro fue una aventura, aunque muy diferente de las que suelo vivir, pero mi vida proseguía, y me esperaban muchísimos más viajes y experiencias. Cuando lo pienso, en cierto modo me recuerda aquella sensación especial que sientes cuando estás muy bien en una ciudad pero ya te estás muriendo de ganas de conocer la siguiente, donde sabes que te pasarán cosas aún más emocionantes. Lo que no me imaginaba es que lo serían tanto.
En estos dos años pueden haber cambiado muchas cosas, pero mi manera de viajar no ha sido una de ellas. Ahora ya viajo siempre sin dinero (salgo de casa con veinte euros, y eso es cuanto gasto a lo largo de todo el recorrido), porque en cada viaje soy más consciente de todas las experiencias que me perdería si no lo hiciera así; sigo teniendo mi mochila, los juegos de magia, la silla… y los amigos, que me esperan para conocernos en cada uno de los lugares que acabo visitando.
También debo admitir que, desde que hablamos por última vez, la lista de mis países visitados se ha incrementado un poco. Habría que añadir Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, Argentina, Panamá, Estados Unidos, Marruecos, Mauritania, Senegal, Gambia, Guinea-Bissau y algunos más…, pero, como siempre, el número de países no tiene ninguna importancia comparado con todas las aventuras que he vivido, con la gente que he conocido, y la cantidad de cosas sorprendentes que he aprendido.
Es verdad que ha pasado mucho tiempo, y no todo es igual que hace dos años. Después del año sabático de viajes asistí a la universidad para estudiar un año de filosofía, donde me divertí más de lo que nunca hubiera creído posible en un lugar con horarios (que los estudiantes ignoramos con diligencia, pero bien…). También cumplí el deseo personal de poder hacer un viaje tan largo que cuando acabara por volver a casa fuera porque realmente tuviera ganas de hacerlo, durante mi viaje de más de seis meses seguidos por Sudamérica. Y, recientemente, incluso me he rendido a la evidencia de que sí se pueden vivir aventuras aunque uno no viaje solo, como lo demuestra el segundo viaje que he hecho a Japón con Anna (ya os la presentaré, ya, a Anna…).
Han sido dos años únicos, dos años llenos de novedades y, sobre todo, dos años extremadamente felices. Y sin embargo, por muchas aventuras y viajes que vivía, siempre que me preguntaban si escribiría un segundo libro, yo respondía que no lo sabía, porque esa era la verdad. De no haber tenido ganas de hacerlo, nunca hubiera escrito otro libro, y en aquel momento no las tenía. Así pues, ¿qué otra respuesta podía dar?
Lo que aún no sabía era que, una vez que te has acostumbrado a compartir las experiencias, dejar de hacerlo no es tan fácil como podría parecer. Mientras escribía los diarios de los nuevos viajes, de repente me descubría pensando: «Mira, esto podría ir en el libro», y a veces, casi inconscientemente, tendía a describir las cosas de manera más fluida y literaria, como si estuviera escribiendo otro capítulo de mis aventuras.
Al final llegó el día que pensé en todo lo que había vivido, en todos los momentos y situaciones, en todas las personas y los recuerdos, y ya no pude resistir la tentación de compartirlo con vosotros. Tantas aventuras no pueden quedar solo en mi recuerdo, y por eso he decidido que ha llegado el momento de que volváis a saber algo de aquel chico loco de cabellos azules y silla de ruedas que sigue haciendo una de las cosas que más pueden llenarlo de felicidad en este mundo: viajar.
Tengo tiempo de sobra para explicároslo todo, pero quizás ya es el momento de que os empiece a hablar de un continente muy muy interesante: Sudamérica.
PRIMERA PARTE
SUDAMÉRICA
COLOMBIA, ECUADOR,
PERÚ, CHILE Y PANAMÁ
AGOSTO DE 2008-FEBRERO DE 2009
EMPIEZA LA TRAVESÍA
Cuando pienso en los días de agosto anteriores a mi partida hacia Sudamérica, me recuerdo dominado por un grado de nerviosismo comparable al que se apoderó de mí cuando me fui de viaje por primera vez, o la primera vez que conseguí salir (por fin) del continente europeo. Igual que en aquellas dos ocasiones, estaba a punto de ir más lejos que nunca, de superar un nuevo límite: marchaba de viaje a la otra punta del mundo, y no volvería hasta al cabo de seis meses.
Hasta entonces había hecho muchos viajes, sí, pero todos habían durado dos meses o menos. Siempre había tenido que ir compaginando los viajes y el bachillerato, cosa que me restaba muchas posibilidades, y, cuando por fin lo hube acabado, me dispuse a celebrarlo como es debido. Después de tantos años esperando este momento, después del bachillerato y de la selectividad, y después de escribir un libro justo antes de partir, por fin podía entrever la luz al final del túnel: había llegado el día en que ya nada podría impedir que desapareciera del mapa hasta que clausuraran Sudamérica por escasez de aventuras. Y por si esto no fuera suficiente, por fin el tiempo se había dignado pasar lo bastante deprisa para concederme los dieciocho años (que, por cierto, celebré pasando la noche en un chikipark), y ya no quedaba ni un burócrata sobre la Tierra capaz de impedirme viajar.
Recuerdo muy bien la sensación de libertad, la felicidad al saber que ya no me ataba nada, y que ya no me ligaba nada, y que por fin podría viajar hasta que ya no pudiera dar ni un paso (o una rodada) más…
En cuanto al resto, decir que mis planes eran poco elaborados sería malgastar una oportunidad ideal para utilizar la palabra «inexistentes». Lo único que sabía con certeza era que yo y un avión aterrizaríamos en Bogotá (donde quizás vivía mi amiga Diana)… y nada más. Todo cuanto tenía era mi mochila, el billete de veinte euros que me había dado mi abuela antes de partir, y un montón de países para visitar haciendo autoestop… Pero había algo de lo que estaba seguro: me disponía a emprender la aventura más grande que había vivido nunca.
Y no sabía cuánta razón tenía.
COLOMBIA: BOGOTÁ Y FOMEQUE
Si mi primer viaje en solitario supuso un antes y un después en mi vida, el viaje por Sudamérica fue el final definitivo de este después. Representaba la culminación de todo lo que había aprendido y soñado a lo largo de mis aventuras: un viaje sin fecha de vuelta, sin dinero, con libertad absoluta, y un destino fuera de Europa y del Primer Mundo. Todo lo que había ido aprendiendo durante dos años de viajes tendría que ponerlo en práctica ahora, o no saldría airoso de mi aventura. Y este viaje único tenía que empezar en Colombia, en la ciudad de Bogotá.
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