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Antonio Orozco Guerrero - Dicen que era yo

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Antonio Orozco Guerrero Dicen que era yo

Dicen que era yo: resumen, descripción y anotación

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Esta es la historia del despertar a la vida y las anécdotas de un niño que fue feliz en una España todavía próxima en el tiempo, pero muy lejana en todo lo demás. Una historia que, como autor, creo conocer muy bien, porque todas las personas cercanas a mí, al leer las vivencias de aquel niño, me «dicen que era yo». Un niño como cualquier otro, cuyas sencillas e inocentes experiencias reflejan una sociedad apegada a lo tradicional y temerosa de cualquier manifestación que pudiera interpretarse como contraria al rígido orden establecido.

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Luz

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MIS PADRES

Mi padre tenía el pelo castaño y los ojos claros. Su rostro era agradable y su cuerpo proporcionado. No era alto, pero me consta que era un hombre muy fuerte. Su familia tenía ganado; era su medio de vida. Nació en Ronda, pueblo hermoso donde los haya. Tuvo trece hermanos, aunque de pequeño siempre estuvo al lado de uno algo menor que él, con el que pasó muchas noches al raso y muchos ratos de risa. Se entendían muy bien. Su madre era partera. De ella no recuerdo más que la impresión que dejó en mí verla postrada en la cama y ciega, un día que fuimos a verla, cuando ya era muy mayor.

Su niñez y primera juventud pasaron plácidamente. Nunca supe cómo aprendió a leer. Pero sé que se empapó toda la tabla de multiplicar agrupando y sumando piedras en el monte, mientras se ocupaba del ganado junto con su hermano.

Un día, a punto de cumplir los veintidós años, fue llamado a filas. Once meses y dieciséis días después, parecía que todo volvía a ser como había sido siempre: pasó a ser soldado licenciado y regresó a casa. Pero en menos de seis meses llegó una guerra, tan cruenta y absurda como cualquier otra, y en poco tiempo su pueblo fue ocupado por uno de los bandos enfrentados.

La consecuencia de aquello fue su vuelta a filas, ahora para pelear contra hermanos, que solo querían, como él, pasar buenos ratos con los amigos, trabajar, echarse novia y formar una familia. Pero no pudo ser. Tres años de pasar calamidades y de ver cosas que nunca contó, tal vez porque nunca quiso recordarlas.

El 30 de octubre de 1936, se incorporó a la segunda Compañía del tercer Batallón del Regimiento de Infantería Pavía número 7, que partió el 24 de diciembre al frente de Estepona. Participó en la toma de Málaga y, ya en marzo de 1937, se desplazó al frente de Córdoba, sector de Alcaracejo y Pozoblanco. Poco después, su Regimiento se fusionó con el Regimiento de Infantería Oviedo número 8 y pasó con su unidad al sector de Peñarroya. Durante la contienda, también estuvo en Córdoba, y recorrió las provincias de Jaén, Granada y Badajoz. Además de la toma de Málaga, participó en la ocupación del pantano de Guadalmesar y de la loma de Monhellar, donde pasó las navidades de aquel año.

Fue probablemente en la loma de Monhellar donde tuvo que hacer varios asaltos cuerpo a cuerpo, con la bayoneta calada. Nunca contaba casi nada de lo anterior. No quería recordar. Solo sé que siempre estuvo en primera línea, que tuvo que asaltar posiciones enemigas jugándose la vida y que, como corresponde en demasiadas ocasiones a este país, los tiros se los llevaban los que estaban en el frente y los ascensos y medallas los que permanecían «enchufados» en retaguardia.


Poco menos de dos años después de la finalización de aquella sinrazón, se fue a seguir peleando contra el miedo. Pero esta vez a un lugar mucho más inhóspito y frío. Cito textualmente parte de su hoja de servicios, de la que me he servido para extraer todos los datos citados con anterioridad en lo que se refiere a su actuación en la guerra civil española:

1941. En su anterior situación. El día 4 de julio (del) año marginal es alistado voluntario para marchar a la División Española de Voluntarios en Alemania, causando baja por tal motivo en haberes extraordinarios en fin del expresado mes(…).

1942. En su anterior situación continúa. En la Revista de mes de septiembre es dado de baja en la División Española de Voluntarios (…) Por el Excmo. Sr. general jefe de la División Española de Voluntarios le son concedidas por su actuación en el 1º y 2º periodo de la Campaña de Rusia una Cruz Roja del Mérito Militar por cada periodo.

Yo, de pequeño, le solía preguntar a mi padre por qué, después de tres años de guerra y calamidades, había decidido presentarse como voluntario a una campaña tan terrible e incierta. Él, seguramente, por no entrar en la cuestión, me respondía siempre que lo hizo «para conocer mundo». Ahora pienso que tuvo razones de más peso: La situación económica tras la guerra civil era muy precaria. Y los voluntarios que fueron a Rusia cobraban dos sueldos, uno como si fueran soldados alemanes y otro como cualquier miembro de la Legión Española; además, sus familias percibían nada menos que un subsidio de siete pesetas con treinta céntimos y tenían derecho a doble cartilla de racionamiento.

Tuvo suerte de ser un soldado experimentado; la mayor parte de los voluntarios iniciales lo eran. Más tarde, otros muchos voluntarios, simpatizantes políticos de la nueva situación, estudiantes o personas deseosas de lavar su mala reputación por haber combatido contra el régimen establecido, fueron a Rusia y se quedaron allí, junto al río Voljov y al lago Ilmen, para siempre.

Los voluntarios españoles se fueron concentrando en distintas localidades y el 12 de julio de 1941, se dio por finalizado un breve periodo de instrucción. Él partió en tren desde Sevilla, junto con, aproximadamente, mil voluntarios andaluces. Pasó la frontera con Francia por Hendaya. El convoy atravesó Burdeos y Poitiers hasta llegar a Tours. Desde allí se dirigió hacia el este, por el valle del Loira, pasando por Blois y Orleans hasta llegar a Troyes. Luego atravesó Alsacia y Lorena hasta cruzar el Rhin por Estrasburgo, entonces ciudad alemana.

Entre los días 17 y 23 de julio todos los voluntarios, llegaron, por fin, al campamento militar de Grafenwöhr, una impresionante instalación militar de casi ochenta kilómetros de perímetro. El 20 de agosto de 1941 comenzaron a salir trenes en dirección al frente, llegando a cuatro ciudades, una de ellas en Prusia Oriental y las otras tres en Polonia. Debido al mal estado de las vías, desde allí los voluntarios tuvieron que hacer marchas forzadas para cubrir los novecientos kilómetros de distancia hasta Smolensk, actualmente parte de Rusia. Pero seguía sin haber otro medio de desplazamiento que la marcha a pie. Llegaron a Vilna el 8 de septiembre y se tomaron dos días de descanso.

Con unas jornadas de marcha excesivamente largas un calzado duro y un peso excesivo en sus mochilas, las heridas en pies y hombros fueron muy frecuentes. Mientras marchaban hacia el norte, casi al principio, se produjo una contraofensiva soviética en Leningrado. El alto mando alemán decidió posponer el definitivo asalto a Moscú y enviar tres divisiones a Leningrado. Una de ellas era la española, que se desplegó alrededor de los suburbios de Novgorod, al oeste del río Voljov, que enlaza los lagos Ilmen y Ladoga.

El 12 de octubre de 1941, cincuenta días después de haber salido del campamento militar de Grafenwöhr, los españoles tuvieron su primer combate.

Si su deseo fue recorrer mundo, desde luego este se vio más que colmado, como se ha podido comprobar. Pero aquella fue una campaña extremadamente dura. El invierno de 1941 fue atroz en aquella parte de Rusia, ya cerca de la frontera con Finlandia. Él y sus compañeros soportaron temperaturas de hasta 52 grados bajo cero y lucharon como fieras ante el asombro de los soldados y mandos alemanes. Pero nunca quiso recordar nada de aquello. Quería olvidar.

El único acontecimiento que me transmitió con los años —seguramente por su claro componente humorístico— fue el de un compañero que trabajaba en la cocina de su unidad. Si me dijo el nombre, yo no lo recuerdo. Le llamaré Pedrito. Pues resulta que un día el soldado desapareció de las cocinas. No quedó el menor rastro de él.

El soldado era muy querido por todos. Todos se reían con él a costa de la escasez de patatas:

—¡Esto no puede ser, mi capitán!

—¡Qué te pasa ahora, Pedrito! —El nombre es supuesto.

—¡Coño!, que no quedan katoflen —que no eran otra cosa que patatas en ruso.

—Bueno, hombre, no pasa nada. Ya llegarán.

—Pues, como no lleguen, me voy yo a buscarlas.

Podía haber pasado cualquier cosa. Era más que probable que Pedrito hubiese desertado, por más que afrontar el tremendo frío sin tener a dónde ir y con el enemigo por todos lados, era más temeridad que quedarse en las trincheras. Además, la pena que se imponía a los posibles desertores era el fusilamiento inmediato, sin más.

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