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Gilles Lipovetsky - De la ligereza

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Gilles Lipovetsky De la ligereza

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La ligereza, viene a decir Lipovetsky, es la tendencia dominante en el espíritu de nuestra época (Marx habría dicho: es la ideología de nuestra época) y se manifiesta en todos o casi todos los aspectos del mundo occidental. De las artes plásticas a la industria de la energía, de la informática a las prácticas consumistas, de la educación al deporte y el cultivo del cuerpo, de la tecnología a la medicina, del diseño a las relaciones sexuales, de los imaginarios colectivos a las fantasías individuales, el fantasma de la ligereza, la miniaturización, la provisionalidad, la liberación de todas las ataduras, la evanescencia, la frivolidad y la virtualidad recorre Occidente como expresión de deseos, aspiraciones, sueños, esperanzas y utopías. La ligereza es «un valor, un ideal, un imperativo»: estamos en la civilización de lo ligero.

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III. LO MICRO, LO NANO Y LO INMATERIAL

Uno de los rasgos más característicos de las sociedades modernas es el advenimiento de un nuevo modelo temporal, dominado por la aceleración del ritmo de los cambios técnicos, sociales y culturales. El fenómeno no perdona ningún sector: tanto en la producción, los transportes, la comunicación, las instituciones, el derecho, las relaciones humanas, como en la vida cotidiana, hay un aumento general de la velocidad, todo va cada vez más deprisa, «todo lo que tenía solidez y arraigo se va como el humo» (Marx): la tendencia a la aceleración es consustancial al proceso de modernización.

Así como ésta está empeñada en una carrera perpetua para ganar tiempo, nuestra época está igualmente caracterizada por un trabajo contra la materia, el volumen y la pesadez de las cosas: ganar tiempo, sí, pero también reducir el peso de los objetos y hacerlos más móviles, disminuir las cantidades de materia utilizada, fabricar micro y nanoobjetos, reemplazar el intercambio de productos materiales por el de flujos electrónicos en las redes informáticas. Estamos en sociedades en que el principio de aceleración va de la mano con otro principio, el principio de ligereza, cuyas aplicaciones son innumerables en los sectores más variados de la vida económica y social. Se patentiza en las técnicas de miniaturización y de digitalización, en las microtecnologías y las nanotecnologías, ya que todas las actividades se orientan hacia la conquista de lo infinitamente pequeño y elaboran microsistemas, mini y micromotores, micromáquinas, microcanales, microcaptadores, microactuadores.

LA LIGEREZA COMO MUNDO MATERIAL

Utilizar materiales ligeros o ultraligeros, obtener más funciones con menos materia, tratar ésta al nivel mínimo, optimizar los instrumentos haciéndolos más pequeños y menos pesados, producir mejor con menos, desmaterializar los soportes de la información: he aquí algunas operaciones que están bajo el principio de ligereza. En el mundo de los semiconductores es frecuente decir: «cuanto más pequeño, mejor»; tal es uno de los sentidos y objetivos del principio de ligereza, principio «transversal» en expansión vertiginosa. El mundo hipertecnológico se construye bajo el formidable empuje de los estudios, la manipulación, la fabricación de lo micro y de lo nano.

En épocas pasadas, las figuras de la ligereza se han expresado a través de los imaginarios poético-mitológicos (las alas de Ícaro, los ángeles, los serafines, los silfos y sílfides, los céfiros, las hadas y otras alfombras voladoras) o de los estilos artísticos caracterizados por la delicadeza y la gracia. Este universo, en gran medida, ya no es el nuestro: en la era hipermoderna, la ligereza dominante ya no está vehiculada por el arte y la imaginación novelesca, sino por la revisión e interrogación del mundo: lo que genera hoy la expansión de las cosas ligeras es el poder de la racionalidad científica y técnica. La época hipermoderna es la época que impulsa el principio de ligereza del estadio estético al estadio demiúrgico tecnocientífico.

Vivimos en un momento en que en distintos sectores se afirma el predominio de lo ligero, lo pequeño, lo micro sobre lo pesado. El culto al cada vez más avanza en compañía de un movimiento hacia el cada vez menos: menos volumen y menos masa, menos materia, menos congestión, pues nuestra relación con el universo de los objetos se rige por un ideal de miniaturización, por la voluntad técnica de controlar la materia en sus elementos más minúsculos. Henos aquí en un cosmos dominado a la vez por la velocidad y la carrera de la miniaturización y la desmaterialización. Reducir los flujos de materia necesarios para el funcionamiento de la economía, producir más objetos de alta calidad con menos materia prima, miniaturizar los productos técnicos, desmaterializar la información y los intercambios, manejar la materia a la escala de los átomos, tales son las tendencias de fondo que ordenan la relación hipermoderna con el mundo de las cosas: esta dinámica hiperbólica se ha vuelto central en la civilización de lo ligero que comienza.

La ligereza, durante mucho tiempo, se encarnaba en el mundo imaginario, encantado e «irreal» del arte. Pero se ha impuesto un modelo totalmente distinto cuando la propia realidad material ha pasado a ser objeto de aligeramiento, miniaturización y desmaterialización: lo pesado ya es ligero y lo ligero será cada vez más ligero. Lo ligero ya no es la excepción, lo raro, lo precioso: se ha convertido en lo trivial que se manifiesta concreta y cotidianamente. La ligereza, a través del arte, aparecía como un universo diferente, una idealización del mundo, un medio de evasión de la realidad insatisfactoria, sostenido por el principio del placer (Freud). Ese modo de ligereza ya no es el preponderante: lo que progresa cada día ya no pertenece a la apariencia, a la ilusión, a la sublimación, sino al principio de realidad tecnoeconómica que remodela la realidad común. Hemos pasado del mundo de la ficción al de la producción material, de la poética a la fabricación industrial, de las sílfides a la economía de lo inmaterial. Ya no vivimos sólo con la ligereza ficticia y superestructural del arte, sino con la concreta e infraestructural de las prótesis de alta tecnología.

En muchos aspectos, la dinámica que nos rige es contraria a la que prevalecía hasta entonces. Pues todo un sector del arte actual da la espalda al ideal estético de la ligereza. Y en el preciso momento en que muchos artistas (pero no todos, como veremos más adelante) se desentienden de este ideal es cuando la industria se lanza impetuosamente en esta dirección. Los grandes maestros de la ligereza no son ya los artistas, sino los ingenieros. La ligereza ya no es una huida del mundo o una cualidad extraterrena, sino lo que cambia la realidad misma del mundo material.

Evidentemente, la búsqueda moderna de ligereza material no data de hoy. Lo vemos desde el siglo XIX en las arquitecturas de cristal y acero, en ciertas pinturas y en el mobiliario de diseño de vanguardia, pero también en los dirigibles, globos y aviones, en los que se busca reducir el peso de los materiales que los componen. Un poco más tarde, Ford se dedica a aligerar la masa del automóvil para hacerlo menos costoso: «La pesadez de los vehículos, ése era el enemigo […] Las cosas más bellas son aquellas en las que se ha eliminado el exceso de peso». La bicicleta conoce un gran éxito popular, dado que permite a la inmensa mayoría desplazarse en un medio de estructura ligera y resistente. A lo que hay que añadir, desde los años veinte, la producción en serie de los primeros electrodomésticos: aspiradoras, lavadoras, frigoríficos, cocinas, tostadoras de pan, planchas eléctricas.

A pesar de lo cual la era industrial se caracteriza en lo más profundo por la primacía de los equipos macizos, las infraestructuras pesadas (carreteras, vías férreas, obras de ingeniería), la industria del carbón y el acero, la electricidad, las máquinas agrícolas e industriales. Francia en particular, a diferencia de Estados Unidos e Italia, se ha caracterizado, a causa de una cultura de próceres e ingenieros de grandes escuelas, por una especie de desestimación de los bienes ligeros de consumo, considerados subproductos comparables a los inventos del concurso Lépine. Es verdad que desde 1923 hubo un Salón de las Artes Domésticas, pero lo que se exponía en él se miraba desde arriba y no dio lugar a proyectos industriales ambiciosos ni reconocidos. Los pequeños electrodomésticos y luego los aparatos electrónicos para el gran público eran ciertamente simpáticos, pero no nobles, se los consideraba con cierto desprecio y de importancia secundaria en el orden de los honores y jerarquías del mundo industrial. Sólo lo «pesado» de la gran industria se valoraba y consideraba digno del trabajo de los grandes «ingenieros taumaturgos».

Aunque la modernidad industrial se lanzó hace mucho a la aventura de lo ligero, esta dinámica alcanzó una velocidad superior después de la Segunda Guerra Mundial, con la penetración relámpago de la sociedad de consumo y todos sus pequeños utensilios dedicados a mejorar el confort doméstico. El proceso se ha acelerado desde entonces de manera exponencial: la conquista de lo ligero alcanza alturas vertiginosas, una auténtica mutación catapultada por los nuevos materiales, las tecnologías informáticas, la miniaturización extrema, las nano y biotecnologías. La modernidad heroica de la era de la mecanización masiva de los procesos industriales llevó a cabo la primera revolución técnica y estética de la ligereza. Con la época hipermoderna se pone en marcha una segunda revolución que tiene por centro las micro y nanotecnologías, las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). Revolución de la miniaturización, revolución de las nanotecnologías, revolución de la informática: ésta es la época de la ligereza-mundo, impulsada por las nuevas tecnologías. Está en el corazón de la naciente civilización de lo ligero.

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