Carlos Marx nació en Tréveris, Alemania, el 5 de mayo de 1818. Estudió derecho e historia en las universidades de Bonn y Berlín, y en 1841 recibió el grado de doctor en filosofía. En 1843 se casó con Jenny von Westphalen. Publicó sus primeros escritos hacia 1841 en la Rheinische Zeitung, y en 1842 su nombre aparecía como editor de la revista, que fue suprimida al año siguiente. Entonces se trasladó a París, núcleo del pensamiento socialista, y editó otra publicación, que sólo vivió un número: Deutsch-Französische Jahrbücher, en la que participó Federico Engels (1820-1895), que desde entonces habría de ser su amigo más cercano y su colaborador más eficaz; La sagrada familia, de 1844, es el primer fruto de esa colaboración. Forzado a salir de Francia, Marx viajó a Bruselas, donde escribió La miseria de la filosofía y publicó otra revista: Deutsche-Brüsseler-Zeitung; ahí se unió a la Liga de los Justos, sociedad socialista secreta con ramificaciones en Londres y París. A fines de 1847 escribió, junto con Engels, el Manifiesto del Partido Comunista. Al año siguiente fundó en Colonia la Neue Rheinische Zeitung. Expulsado de Prusia en 1849, se trasladó a Londres, donde fijó su residencia. En 1867, después de una larga elaboración, dio a la imprenta el primer tomo de El capital; los siguientes dos los preparó Engels a partir de textos dispersos de Marx. Murió el 14 de marzo de 1883 y fue enterrado en el cementerio londinense de Highgate.
SECCIÓN DE OBRAS DE ECONOMÍA
EL CAPITAL
CARLOS MARX
EL CAPITAL
Crítica de la economía política
TOMO I
Libro I
El proceso de producción del capital
Nueva versión del alemán
WENCESLAO ROCES
Estudio introductorio
IGNACIO PERROTINI
Prólogo, integración del manuscrito
y cuidado de la edición
RICARDO CAMPA
Primera edición en alemán, 1867
Primera edición en español, 1946
Segunda edición, 1959
Tercera edición, 1999
Cuarta edición, 2014
Primera edición electrónica, 2014
Modelado y diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Título original: Das Kapital. Kritik der politischen Ökonomie
D. R. © 1946, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-2076-7 (ePub)
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NOTICIA PARA EL LECTOR
No le fue dado en vida a Wenceslao Roces ver publicada su segunda traducción de El capital. Acontecimientos adversos en los años ochenta del siglo pasado se interpusieron, propiciando el desplazamiento de los planes y posponiendo para mejor ocasión, que ahora llega, la publicación de su último trabajo.
Fueron muchas las adversidades que se tuvieron que sortear para que llegara este momento: económicas, ideológicas, y a veces hasta el simple argumento de que, si ya teníamos una traducción de esta obra, para qué queríamos otra.
Entre la primera traducción de El capital, que circula hasta hoy, y la segunda, que la sustituye ahora, median más de 50 años. En ese tiempo Roces obtuvo un sinnúmero de reconocimientos a su labor como traductor y, por tanto, como divulgador del pensamiento de su tiempo, y también de otros tiempos. Aun cuando las obras traducidas por él no fueran acordes con su posición ideológica, esa barrera no fue un impedimento para llevar a cabo tareas que le encomendaba el Fondo de Cultura Económica ( FCE ).
“Esas obras eran importantes y debían estar al alcance de los estudiantes que las requerían, aunque yo no estuviera de acuerdo con ellas.” Ésta fue la respuesta que me dio un día que lo interrogué acerca del motivo por el cual algunas obras que tradujo aparecieron con el seudónimo de Carlos Silva.
Roces siempre fue un profesor, así lo reconocía. Dato curioso: su papel membretado acotaba, bajo su nombre, con una letra pequeña, la simple leyenda: “Profesor de la Universidad”. En otro lugar estaban los galones y los entorchados que le habían sido adjudicados a su personalidad; quizá en el fondo de algún cajón. No había pretensiones en su quehacer; éste lo realizaba, y lo realizaba bien, sin la menor ostentación, con la sola satisfacción del deber cumplido.
Las traducciones, así como quienes las realizan, envejecen, pero ocurre en ellas un fenómeno singular, ya que con el transcurrir del tiempo las unas menguan sus facultades, digámoslo así, mientras que los otros hacen acopio de mayores recursos, propiciando de ese modo posibilidades de mejora en su quehacer.
En el libro que ahora nos ocupa se han combinado las características que señalamos arriba, pues el autor de la primera traducción de éste venturosamente es el autor de la segunda, como ya está señalado arriba.
De manera achacosa, la primera traducción de El capital en sus últimos años ha transitado difíciles momentos, originados quizá por las limitantes de su primeriza aparición, en la que fueron surgiendo los errores propios de quien está nombrando, legislando, imponiendo nombres en un campo casi virgen.
Conducir por ese camino no era tarea fácil. Roces lo sabía. Quizá por eso echó sobre sus hombros el trabajo de volver a empezar para corregir lo que tenía que corregir y dar al texto alemán la tersura propia del español que manejaba. Cuando no se tienen nombres para las cosas, éstas tienen que ser señaladas en espera de que alguien, arrogándose el papel patriarcal que le concede la autoridad, las empiece a nombrar con la seguridad de quien sabe que lo hace de manera correcta.
No obstante, es claro que quien nombra puede equivocarse, pero debe estar seguro de que con el tiempo la espera de ser enmendado no tardará. Y si esta enmienda no llega, la capacidad desarrollada con el tiempo y la experiencia habrán de suplir las carencias y la falta que el otro no supo corregir.
Al traductor de esta obra le tocó en suerte hacer ambas cosas: nombró y corrigió. Y lo hizo bien; tan bien, que a mí, editor del texto que ahora se pone al alcance de los lectores, me sigue maravillando y estoy seguro de que no seré el único que experimente este asombro.