Este libro no solo se basa en mi propio trabajo en esta materia, sino que también refleja el conocimiento y la experiencia de todo el campo de la ética en la inteligencia artificial. Sería imposible hacer una lista con toda la gente con la que he discutido y aprendido a lo largo de los años, pero en las relevantes y cada vez más numerosas comunidades que conozco se incluyen investigadores en inteligencia artificial [IA] como Joanna Bryson y Luc Steels, compañeros filósofos de la tecnología como Shannon Vallor y Luciano Floridi, académicos que trabajan en innovación responsable en Países Bajos y Reino Unido como Bernd Stahl en la Universidad De Montfort, gente que conocí en Viena como Robert Trappl, Sarah Spiekermann y Wolfgang (Bill) Price, y mis compañeros de los órganos consultivos orientados a la política pertenecientes al Grupo de Expertos de Alto Nivel en IA (Comisión Europea) y al Consejo austriaco de robótica e inteligencia artificial, por ejemplo Raja Chatila, Virginia Dignum, Jeroen van den Hoven, Sabine Köszegi y Matthias Scheutz, por nombrar unos pocos. También me gustaría dar afectuosamente las gracias a Zachary Storms por ayudarme con la corrección y la preparación del libro, y a Lena Starkl e Isabel Walter por ayudarme con la búsqueda de bibliografía.
C APÍTULO 1
Espejito, Espejito
L A EXAGERACIÓN DE LA IA Y SUS MIEDOS: ESPEJITO, ESPEJITO, ¿QUIÉN ES EL MÁS LISTO DEL REINO?
Cuando se anunciaron los resultados, los ojos de Lee Sedol se llenaron de lágrimas. AlphaGo, un programa de inteligencia artificial (IA) desarrollado por DeepMind de Google consiguió la victoria por 4 a 1 en el juego de Go. Es marzo de 2016. Dos décadas antes, el gran maestro de ajedrez Garry Kasparov perdió contra la máquina Deep Blue, y ahora un programa de ordenador ganó contra el dieciocho veces campeón del mundo Lee Sedol en un complejo juego al que se creía que solo los humanos podían jugar, utilizando su intuición y su pensamiento estratégico. El ordenador ganó siguiendo no solo las reglas dadas por los programadores, sino empleando también un sistema de aprendizaje automático basado en millones de partidas anteriores de Go y jugando contra sí mismo. En este caso, los programadores prepararon las bases de datos y crearon los algoritmos, pero no podían saber cuáles serían los movimientos que elaboraría el programa. La IA aprende por sí misma. Después de varias jugadas inusuales y sorprendentes, Lee tuvo que rendirse (Borowiec 2016).
Se trata de un logro increíble para la IA, pero también suscita inquietudes. Hay una admiración por la belleza de las jugadas, pero también tristeza, incluso miedo. Existe la esperanza de que IAs más inteligentes puedan incluso ayudarnos a revolucionar los servicios sanitarios o a encontrar soluciones para todo tipo de problemas sociales, pero también la preocupación de que las máquinas tomen el control. ¿Podrán las máquinas superarnos en inteligencia y controlarnos? ¿Es la IA una mera herramienta, o poco a poco y de forma segura se está convirtiendo en nuestro amo y señor? Estos miedos nos recuerdan las palabras del ordenador HAL en la película de ciencia ficción de Stanley Kubrick 2001: Unaodisea en el Espacio, quien en respuesta a una orden humana, «abre las puertas del hangar», responde: «lo siento Dave, me temo que no puedo hacer eso». Y si no es miedo, entonces puede que sea un sentimiento de tristeza o decepción. Darwin y Freud destronaron nuestras creencias de que éramos excepcionales, nuestros sentimientos de superioridad y nuestras fantasías de control; hoy día, la inteligencia artificial parece asestar otro golpe a la autoimagen de la humanidad. Si una máquina puede hacer esto, ¿qué queda para nosotros? ¿Qué somos? ¿Somos simplemente máquinas? ¿Somos máquinas inferiores, con demasiados defectos? ¿Qué será de nosotros? ¿Nos convertiremos en los esclavos de las máquinas? O, peor, ¿en una mera fuente de energía, como en la película Matrix?
E L VERDADERO Y GENERALIZADO IMPACTO DE LA IA
Pero los avances de la inteligencia artificial no se limitan a los juegos o al mundo de la ciencia ficción. La IA se da ya en la actualidad, y está generalizada, a menudo integrada de forma invisible en nuestras herramientas cotidianas como parte de complejos sistemas tecnológicos (Boddington 2017). Dado el crecimiento exponencial de la potencia de los ordenadores, la disponibilidad de grandes conjuntos de datos debida a las redes sociales y al uso masivo de miles de millones de smartphones y redes móviles de gran velocidad, la IA, y especialmente el aprendizaje automático, ha logrado avances significativos. Este hecho ha permitido a los algoritmos hacerse cargo de muchas de nuestras actividades, incluyendo la planificación, el habla, el reconocimiento facial y la toma de decisiones. Las aplicaciones de la IA se dan en muchos ámbitos, incluyendo transporte, marketing, servicios sanitarios, finanzas y aseguradoras, la seguridad y el ámbito militar, ciencia, educación, trabajo de oficina y asistencia personal (por ejemplo, Google Duplex) , entretenimiento, artes (recuperación de información musical y composición), la agricultura y, por supuesto, la fabricación.
La IA se da ya en la actualidad, y está generalizada, a menudo integrada de forma invisible en nuestras herramientas cotidianas.
La IA es creada y utilizada por empresas de tecnología de la información [TI] y de internet. Por ejemplo, Google siempre ha usado la IA para su motor de búsqueda. Facebook usa IA para la publicidad dirigida y el etiquetado de fotos. Microsoft y Apple usan IA para potenciar sus asistentes digitales. Pero la aplicación de la IA abarca mucho más que el sector TI definido en sentido estricto. Por ejemplo, hay muchos planes concretos y experimentos con coches autónomos. Esta tecnología también está basada en la IA.
Los drones usan IA, así como las armas autónomas que pueden matar sin intervención humana. Y la IA ya se ha empleado para tomar decisiones en juzgados. En los Estados Unidos, por ejemplo, el sistema COMPAS se ha utilizado para predecir quién es más probable que vuelva a delinquir. La IA entra también en campos que normalmente consideramos que son más personales o íntimos. Por ejemplo, las máquinas ahora pueden leer nuestras caras: no solo para identificarnos, sino también para interpretar nuestras emociones y recuperar todo tipo de información.