Título:
Inteligencia artificial
© Margaret A. Boden, 2016
Edición original en inglés: AI. Its Nature and Future
Margaret A. Boden, 2016
De esta edición:
© Turner Publicaciones S.L., 2017
Diego de León, 30
28006 Madrid
www.turnerlibros.com
Primera edición: octubre de 2017
De la traducción del inglés: © Inmaculada Pérez Parra, 2017
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está
permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su
tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin
la autorización por escrito de la editorial.
ISBN: 978-84-16714-22-3
Diseño de la colección:
Enric Satué
Ilustración de cubierta:
Diseño TURNER
Depósito Legal: M-28740-2017
Impreso en España
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
Para Byron, Oscar, Lukas y Alina.
ÍNDICE
I
¿QUÉ ES LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL?
L a inteligencia artificial (IA) tiene por objeto que los ordenadores hagan la misma clase de cosas que puede hacer la mente.
Algunas (como razonar) se suelen describir como “inteligentes”. Otras (como la visión), no. Pero todas entrañan competencias psicológicas (como la percepción, la asociación, la predicción, la planificación, el control motor) que permiten a los seres humanos y demás animales alcanzar sus objetivos.
La inteligencia no es una dimensión única, sino un espacio profusamente estructurado de capacidades diversas para procesar la información. Del mismo modo, la IA utiliza muchas técnicas diferentes para resolver una gran variedad de tareas.
Y está en todas partes.
Encontramos aplicaciones prácticas de la IA en el hogar, en los coches (y en los vehículos sin conductor), en las oficinas, los bancos, los hospitales, el cielo… y en internet, incluido el Internet de las Cosas (que conecta los sensores físicos cada vez más numerosos de nuestros aparatos, ropa y entorno). Algunas se salen de nuestro planeta, como los robots enviados a la Luna y a Marte o los satélites que orbitan en el espacio. Las animaciones de Hollywood, los videojuegos y los juegos de ordenador, los sistemas de navegación por satélite y el motor de búsqueda de Google están basados en técnicas de IA, igual que los sistemas que usan los financieros para predecir los movimientos del mercado de valores y los gobiernos nacionales como guía para tomar decisiones políticas sobre salud y transporte, igual que las aplicaciones de los teléfonos móviles. Añadamos los avatares de la realidad virtual y los modelos de la emoción experimentales creados para los robots de “compañía”. Hasta las galerías de arte utilizan la IA en sus páginas web y también en las exposiciones de arte digital. Desgraciadamente, hay drones militares recorriendo los campos de batalla, pero, por suerte, también hay robots dragaminas.
La IA tiene dos objetivos principales. Uno es tecnológico: usar los ordenadores para hacer cosas útiles (a veces empleando métodos muy distintos a los de la mente). El otro es científico: usar conceptos y modelos de IA que ayuden a resolver cuestiones sobre los seres humanos y demás seres vivos. La mayoría de los especialistas en IA se concentra en un solo objetivo, aunque algunos contemplan ambos.
Además de proporcionar infinidad de chismes tecnológicos, la IA ha influido profundamente en las biociencias. Un modelo informático de una teoría científica es prueba de su claridad y coherencia y una demostración convincente de sus implicaciones (por lo general desconocidas). Que la teoría sea verdad es otro asunto, y dependerá de las pruebas obtenidas por la ciencia en cuestión, pero el modelo puede resultar esclarecedor, incluso si se demuestra que la teoría es falsa.
Concretamente, la IA ha hecho posible que psicólogos y neurocientíficos desarrollen influyentes teorías sobre la entidad mente-cerebro, incluyendo modelos de cómo funciona el cerebro físico y –pregunta distinta pero igualmente importante– qué es lo que hace el cerebro: a qué cuestiones computacionales (psicológicas) responde y qué clases de procesamiento de la información le permiten hacerlo. Quedan muchas preguntas sin responder, ya que la misma IA nos ha enseñado que la mente es mucho más rica de lo que los psicólogos se habían imaginado en un principio.
Los biólogos, también, han utilizado la IA en forma de “vida artificial” (A-Life) para desarrollar modelos computacionales de diversos aspectos de organismos vivos que les ayudan a explicar varios tipos de comportamiento animal, el desarrollo de la forma corporal, la evolución biológica y la naturaleza de la vida misma.
Además de repercutir en las biociencias, la IA ha influido en la filosofía. Muchos filósofos actuales basan sus juicios sobre la mente en conceptos de IA; los utilizan para abordar, por ejemplo, el muy mentado problema mente-cuerpo, el enigma del libre albedrío y los muchos misterios de la conciencia. No obstante, estas ideas filosóficas son extremadamente controvertidas y existen profundas discrepancias sobre si algún sistema de IA podría poseer auténtica inteligencia, creatividad o vida.
Por último, aunque no menos importante, la IA ha puesto en entredicho nuestro concepto de la humanidad y su futuro. Algunos incluso dudan si de hecho tendremos futuro, porque prevén que la IA superará a la inteligencia humana en todos los ámbitos. Aunque algunos pensadores ven esto con agrado, la mayoría lo teme: ¿qué lugar quedará, se preguntan, para la dignidad y la responsabilidad humanas?
Todas estas cuestiones se estudiarán en los capítulos siguientes.
MÁQUINAS VIRTUALES
“Pensar en IA –podría decirse–, es pensar en ordenadores”. Bueno, sí y no. Los ordenadores, como tales, no son la cuestión; lo que hacen es lo que importa. Dicho de otro modo: aunque la IA precisa de máquinas físicas (por ejemplo, ordenadores), sería más acertado considerar que utiliza lo que los especialistas en sistemas llaman máquinas virtuales.
Una máquina virtual no es la representación de una máquina en la realidad virtual, ni se parece a un motor de coche simulado para estudiar mecánica; es más bien el sistema de procesamiento de la información que el programador concibe cuando escribe un programa y el que tiene en mente la gente al usarlo.
Como analogía, pensemos en una orquesta. Los instrumentos tienen que funcionar. Madera, metal, piel y tripas de gato deben seguir las leyes de la música para que esta suene como debiera. Pero los que asisten al concierto no se fijan en eso, están más interesados en la música. Tampoco les preocupan las notas individuales, y menos todavía las vibraciones en el aire que provocan el sonido. Están escuchando las “formas” musicales que componen las notas: melodías y armonías, temas y variaciones, ligaduras y síncopas.
En lo que respecta a la IA, la situación es similar. Por ejemplo: un procesador de textos es algo que, para el diseñador que lo concibe, y para el usuario que lo utiliza, trata directamente con palabras y párrafos. Pero, por lo general, el programa en sí mismo no contiene ninguna de esas dos cosas. (Algunos sí, como por ejemplo los avisos de copyright que el usuario puede insertar fácilmente). Y una red neuronal (véase el capítulo IV) se considera una manera de procesar información en paralelo, a pesar de que se suele aplicar (de forma secuencial) en un computador de Von Neumann.
Eso no significa que una máquina virtual sea una ficción útil, un mero producto de nuestra imaginación. Las máquinas virtuales son realidades concretas. Pueden llevar a cabo tareas, tanto dentro del sistema como en el mundo exterior (si están conectadas a dispositivos físicos como cámaras o manos robóticas). Cuando los que se dedican a la IA indagan qué no funciona en un programa que hace algo inesperado, rara vez contemplan fallos en el hardware. Por lo general, se interesan por las reacciones e interacciones causales en la maquinaria
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