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P. Ruiz Trujillo - Aristóteles

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P. Ruiz Trujillo Aristóteles
  • Libro:
    Aristóteles
  • Autor:
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    Lectulandia
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  • Año:
    2015
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Aristóteles: resumen, descripción y anotación

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Discípulo de Platón, por el que siempre sintió un reverencial respeto, Aristóteles (384-322 a.C.) es el creador del primer gran sistema filosófico, que abarca conceptualmente buena parte de la realidad, y que ha determinado en gran medida la marcha de la filosofía y de la ciencia occidentales durante más de dos mil años. Ninguna otra filosofía ha tenido una influencia tan profunda y tan prolongada. De la contraposición con las tesis de su maestro (de quien se cuenta que dijo Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad) surgieron las grandes alternativas entre las que se moverá el pensar filosófico futuro: racionalismo y empirismo, idealismo y materialismo, trascendencia e inmanencia. Manuel Cruz (Director de lo colección)

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Introducción

«Todos los hombres, por naturaleza, desean saber.» Así arranca una de las obras fundamentales de Aristóteles, la Metafísica, con una afirmación que, además de contener algunas de las claves de la teoría del conocimiento del Estagirita, nos sirve para introducir a su autor: el hombre que quiso saber, el coleccionista de datos, el investigador metódico, el filósofo que abordó y estudió todo cuanto su vista, el sentido privilegiado entre los griegos cultos, y su mente le ofrecieron. En efecto, el pensamiento aristotélico es un sólido sistema que abarca conceptualmente gran parte de la realidad, y que ha determinado en buena medida la marcha de la filosofía y de la ciencia occidentales durante más de dos mil años. Ninguna otra filosofía ha tenido una influencia tan profunda y tan prolongada.

Pero tal como nos explican los filósofos, nada surge por generación espontánea, y sería un grave error iniciar un libro dedicado a Aristóteles sin hacer una referencia muy explícita al que fuera su maestro de juventud, Platón, como apenas puede concebirse que un libro sobre Platón no se ocupe en su inicio del maestro de este, Sócrates. Y eso por dos motivos: uno más bien histórico y otro estrictamente filosófico.

Sócrates, Platón y Aristóteles representan por sí mismos el esplendor del período clásico de la filosofía griega, que es como decir de la filosofía clásica occidental. Tres mentes, tres espíritus, tres temperamentos y tres caracteres bien diferenciados, aunque idénticos en su pasión por la investigación, en su búsqueda de la verdad. Esta aspiración dominante es lo que une sus vidas y sus destinos, su prolongada influencia en los siglos posteriores, a pesar de que sus naturalezas y sus respectivas doctrinas resulten de lo más dispares. Poco podemos decir con seguridad de Sócrates, del que no conocemos directamente ningún escrito, si los hubo alguna vez, y de cuyas opiniones solo sabemos lo que Platón pone en boca suya en sus diálogos. De Platón y Aristóteles sabemos mucho más, no solo por sus escritos, sino también por la veintena larga de siglos que hace que la humanidad los lee y los comenta.

Platón creó una filosofía que había de ser el fundamento para organizar una sociedad estructurada con gran solidez. Pero lo cierto es que no le fue muy bien en su aplicación, porque él, que había concebido la figura del filósofo-rey, terminó por ser encarcelado y vendido como esclavo, dos destinos fatales de los que solo la fortuna benevolente le salvó in extremis. Por si esto fuera poco, Sócrates, su admirado maestro, fue condenado por la asamblea de ciudadanos atenienses a morir ingiriendo veneno. Se entenderá que, en vista de las adversidades que le planteaba la realpolitik. Platón optara por dedicarse a la docencia y fundara un centro de estudios y de alto rendimiento en las afueras de Atenas, al que llamó Academia. Y aquí es donde aparece en escena, como aventajadísimo discípulo, un brillante joven de diecisiete años llamado Aristóteles. Venía del reino de Macedonia, concretamente de la ciudad de Estagira, por lo que a menudo recibe como apodo el gentilicio de «el Estagirita». Todo esto se explicará con mucho mayor detenimiento en el capítulo siguiente, dedicado a la biografía del filósofo; en esta presentación nos importa subrayar dos aspectos que señalan la transición, o tal vez la ruptura, entre los dos grandes filósofos y sus respectivas cosmovisiones y doctrinas.

La Escuela de Atenas óleo de Rafael del año 1509 En el centro de la - photo 1

La Es­cue­la de Ate­nas, óleo de Ra­fa­el del año 1509. En el cen­tro de la com­po­si­ción, Pla­tón y Aristó­te­les de­ba­ten so­bre sus ac­titu­des contra­puestas: Pla­tón se­ña­la con el ín­di­ce ha­cia arri­ba, mien­tras que Aristó­te­les hace con la pal­ma de la mano exten­di­da un gesto ha­cia aba­jo, como para ha­cer des­cen­der lo que Pla­tón in­di­ca (y bus­ca) en las al­tu­ras.

En primer lugar, señalemos que Aristóteles no se había desplazado de Macedonia a Atenas para completar estudios o, adaptándolo a los actuales planes universitarios, hacer un posgrado. Aristóteles permaneció en la Academia nada menos que veinte años, y huelga decir que no era de los que perdían el tiempo. Fueron veinte años de intenso trabajo, de investigación cotidiana, de (hay que suponer) satisfactoria colaboración con personas también interesadas en el conocimiento intelectual del mundo. El Estagirita habría pasado natural y gradualmente de alumno a profesor en el seno de la Academia, y por la amplitud de su saber y el sesgo riguroso y sistematizador de su mente, no cabe duda de que merecería haber sucedido a Platón como director de la institución. Y aquí encontramos el primer socavón en nuestro relato, porque, en vez de Aristóteles, el segundo director de la Academia fue el sobrino del primero, un tal Espeusipo. Ya fuera por nepotismo (es decir, enchufe de un familiar) o por discriminación hacia alguien que «olía» a macedonio, el nombramiento de Espeusipo por Platón causó una honda decepción en Aristóteles, que terminó por fundar un centro independiente, el Liceo. He aquí el primer motivo de la separación de sus caminos, que es de índole histórico-biográfica.

Pero esta separación no se redujo, ni mucho menos, a rivalidades en la promoción académica. Pasamos ahora a lo que nos interesa de verdad, a lo que marca el camino de la filosofía occidental posterior: la distancia intelectual, el abismo, que media entre el pensamiento de Platón y el de Aristóteles. Para ilustrarlo visualmente, nada mejor que evocar el célebre fresco vaticano de Rafael conocido como La escuela de Atenas, en la que ambos gigantes del pensamiento ocupan el centro en actitudes contrapuestas: Platón señala con el índice hacia arriba, y Aristóteles hace con la palma de la mano extendida un gesto hacia abajo, como para hacer descender lo que Platón indica en las alturas. Es imposible expresar de manera más gráfica la contraposición entre los respectivos pensamientos. Platón cree en la existencia de unas ideas o formas eternas (el mundo inteligible) del que la realidad aparente (el mundo sensible) es una mera copia, y a las que debe toda la realidad substancial que posee; no se fía de lo que salta a la vista, ni del cambio, ni de lo que nace y muere (o generación y corrupción); la verdad está en otra parte, a saber, en las ideas o Formas, que es posible conocer no mediante los sentidos, sino con la razón y la intuición intelectual. Si una silla es una silla, una rosa es una rosa y un hombre es un hombre se debe a que su existencia individual y particular participa de la idea o Forma eterna e inmutable de silla, rosa y hombre (las cuales se irán incluyendo en ideas de orden cada vez más general hasta alcanzarse la cúspide de la jerarquía en la idea de Bien o Belleza). Y si usted está pensando en que las ideas son conceptos y están en nuestra mente, desengáñese: Platón cree que las ideas existen objetivamente, fuera de nuestro pensamiento. Se trata, pues, de una filosofía trascendente, y por eso ha dado en llamarse idealismo. La verdad de verdad (o toda la verdad) no está en los objetos particulares.

El filósofo alemán Fichte afirma que el tipo de filosofía que se practique dependerá del tipo de persona que se sea. Y Aristóteles era una persona mucho más pragmática, práctica y naturalista que Platón. Es esto lo que Rafael transmite cuando pinta al Estagirita llevando la palma hacia la tierra y no hacia el cielo. No le iban para nada los altos vuelos especulativos del maestro. Toda aquella ingeniería idealista le parecía un rodeo innecesario para acceder a la realidad, andarse por las ramas, irse por los cerros de Úbeda. Lo de las ideas o Formas eternas y objetivas se le antojaba como una creación fantástica, ficticia, poética pero sin valor como hipótesis de trabajo filosófico. La realidad estaba ahí, al alcance de la mano y de la mente; para conocerla no había que dar todo aquel rodeo de las Formas para alcanzarla. Se podía extender el certificado de realidad completa y suficiente a lo que saltaba a la vista, que no era un engaño ni de los sentidos ni de la mente. Era todo lo que estaba, aunque tal vez no estuviera todo lo que era (para ocuparse de eso escribiría un célebre tratado de metafísica). Era necesario, desde luego, preparar la mente, la razón y sus conceptos para entender de manera recta y correcta esa realidad exterior. De hecho, Aristóteles concedía la máxima importancia a la buena preparación y combinación de los conceptos (es decir, las ideas bien entendidas), y compuso el tratado de Lógica más famoso de la historia, que mantuvo su autoridad hasta entrado el siglo XX, con lo que estamos hablando de dos mil quinientos años. Pero este rigor que exigía a las operaciones de la mente en sus tareas de conocimiento no menoscaba en lo más mínimo su firme creencia en la realidad completa del mundo sensible, lo que Platón consideraba una mera copia insuficiente e incompleta. Por eso dijo de su antiguo maestro, al que nunca dejó de respetar profundamente: «Platón es mi amigo, pero más amiga es la verdad». Y la verdad estaba en la realidad aparente. La tarea del filósofo consistía en entender mediante conceptos la estructura y el funcionamiento de esta realidad. Había nacido el espíritu científico en filosofía, y ya sabemos que pocas cosas irritan tanto a una mentalidad científica como un exceso injustificado de especulación abstracta.

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