A propósito de este libro
Este libro pretende plantear una aproximación a Heidegger. Por varios motivos, sin embargo, la tarea aparece gravada de antemano: una obra todavía en curso de publicación 40 años después de su muerte; una extendida controversia sobre la figura del filósofo; un desacuerdo general sobre el propio sentido y el alcance de su filosofía… No sabemos siquiera si esa obra merecerá en el futuro ocupar una posición tan relevante como la de sus predecesores: Nietzsche, Hegel, Kant… o simplemente resultará marginada. Pero por motivos que aquí se presuponen y desarrollan, la obra de Heidegger conecta con la de aquellos en un sentido imposible de atribuir a cualquier otro filósofo del siglo XX, tal vez porque en ella se convoca a toda la «historia de la filosofía».
En el presente estudio se renuncia de manera expresa a una exposición enciclopédica y se opta, en cambio, por un enfoque sumario que reproduzca el problema de fondo que recorre todo el trayecto de Heidegger. Aun así, es obligado señalar la dificultad que cualquier exposición de su filosofía tiene que afrontar: reconocer las claves de ese trayecto y decidir en qué medida a lo largo del mismo se abandona una cuestión por otra o, por el contrario, solo se reitera la misma.
Aquí se parte del supuesto de que Heidegger solo se planteó una cuestión que él mismo configuró y desfiguró de tal manera que la propia forma de reflejarla y expresarla acabó convirtiéndose a su vez en contenido decisivo de su propio pensamiento. Tal vez con esto tenga que ver lo que dijo Hannah Arendt de sus clases: «Heidegger nunca piensa sobre algo: él piensa algo», incluso cuando se trata de Aristóteles, de Kant o de Nietzsche. Eso vuelve sus textos más difíciles, porque casi nunca se refieren a un tema cerrado que a él le tocara simplemente exponer: cuando piensa, se arriesga, y eso los vuelve más vulnerables, en ocasiones erróneos, y a veces hasta ridículos.
Pese a su problemática relación con el nazismo, Heidegger (en la fotografía, en su jardín) es uno de los filósofos que mayor influencia han tenido sobre todo el pensamiento del siglo XX, orientando corrientes como el existencialismo (Sartre), la hermenéutica (Gadamer), el psicoanálisis (Lacan), el postestructuralismo (Foucault) y el deconstruccionismo (Derrida).
Este libro presupone esa dificultad y no puede eludirla, pero intenta seguir un camino concentrado que permita obtener al final una versión completa, pero en absoluto cerrada: su propia obra se encuentra abierta al lector para que él mismo siga su camino. El mío en este libro queda articulado siguiendo este orden: un preámbulo, cinco capítulos y un epílogo.
El preámbulo, a modo de fotografía impresionista, tiene la intención de sumergir al lector en mi visión de «la cuestión Heidegger» y puede leerse con independencia del resto.
El cuerpo del libro propiamente dicho intenta reflejar de alguna manera el trayecto de Heidegger, aunque renuncie a una presentación cronológica. En su lugar, se plantea un paseo por el problema del ser a partir de sus significantes decisivos: el del propio ser, el sentido, la existencia y la muerte, el tiempo y la nada, la verdad y el arte, la metafísica y la historia, la técnica, el lenguaje…
El epílogo final, de la misma forma que el preámbulo, trata solo de cerrar mediante una impresión el alcance y también el fracaso del filósofo.
Con independencia del preámbulo, que puede leerse de forma autónoma, el resto de capítulos obedece a una sucesión argumentada. De ellos, sobresalen dos que en cierto modo funcionan como llaves: «La aventura ontológica» y «La verdad y el arte». Sería más difícil reconocer la trama del presente estudio sin tener eso en cuenta. Quizá convenga también reconocer de entrada ciertas reiteraciones e insistencias de las que soy consciente: algunas se deben al asunto en sí, otras puede que cumplan una función de ayuda y recuerdo.
Preámbulo: una fotografía de Heidegger
El 26 de mayo de 1976 Heidegger fallece en Friburgo. Es enterrado en San Martin de Messkirch (en la imagen) según el rito católico; su hijo Hermann lee poemas de Hölderlin; su amigo y paisano, el sacerdote católico B. Welle, hace el elogio fúnebre.
El filósofo
La obra de Heidegger no ha concluido. Su publicación aún tendrá que esperar años antes de completarse. Entretanto, esa obra ha vivido diversas recepciones, algunas extrañas entre sí. Prácticamente todas las corrientes filosóficas del siglo XX, desde la fenomenología, el existencialismo y el marxismo, hasta el estructuralismo, el deconstruccionismo e incluso la filosofía analítica, han pasado por Heidegger, casi convertido en punto de partida o de llegada de lo que el siglo llamó filosofía. Su pensamiento ha despertado a partes iguales tanto admiración y veneración como profundo rechazo, hasta llegar a ser considerado un exponente señalado del mal (nazismo, antisemitismo, reaccionarismo). En el medio, siempre surge la cuestión de si ese mal se limitaba al personaje o se extendía a su obra. En estas condiciones, ¿qué imagen se puede ofrecer de su filosofía? Además, ¿cómo hacerlo cuando el personaje se ha antepuesto a su obra, apareciendo bajo diversas poses: del deslumbrante profesor de universidad, iluminador de posiciones filosóficas, políticas y teológicas extremas, al nazi uniformado; del seductor de estudiantes al impostado campesino con corbata; del solemne conferenciante al sospechoso antisemita? En esta paradoja se vislumbra la anomalía inseparable ya del nombre «Heidegger»; un cliché en el que se confunde la lucidez teórica con la expresión disfrazada del personaje. Heidegger se ve asociado tanto con el último hito de la vasta tradición que va desde Platón y Aristóteles, hasta Kant, Hegel y Nietzsche, como con la grandilocuencia del profeta que susurra evocadoramente una nueva historia, arraigada sin embargo a la tierra natal. Quizá, el aura del personaje vino también a reflejar de manera confusa el irresoluble conflicto de su tiempo, que oscilaba con peligro entre la tradición y su destrucción. En ese sentido, el filósofo vino a dar de nuevo voz a su época y a ser reflejo de un público para el que la reflexión consciente (es decir, la filosofía) nada podía contra la historia, cuyo curso procedía como una fuerza autónoma e imparable de la que podía esperarse cualquier resultado. Y el resultado llegó en forma de catástrofe mundial: Heidegger elaboró el grueso de su obra, aquella que lo elevó a figura maestra de la filosofía, entre las dos guerras mundiales que supusieron el último adiós a la historia y la cultura europeas, definitivamente convertidas en ruinas al llegar 1945. Si contra el personaje pesa como una losa la condena de que contribuyó con su filiación política al nazismo y vinculó su biografía al desastre general, cabe preguntarse si ese desastre no arrastró a la propia filosofía en su última gran aparición épica, que fue precisamente la de su obra. En la cumbre de la paradoja, como si se tratara de una gran escenificación trágica, la obra del sospechoso personaje aparece por otra parte llena de una lucidez inusitada para iluminar su propio tiempo —incluso las ruinas— al formular adrede, como marca de su filosofía, un discurso extemporáneo, porque por descontado «la pregunta por el sentido del ser», planteada como inicio y núcleo de su pensamiento, no sonaba contemporánea, sino antigua y trasnochada. ¿Pero lo era?
Sin duda, Heidegger adoptó como definición de su tarea filosófica la fórmula más clásica y amortizada —el ser—, pero precisamente como fórmula rompedora. Su gesto no obedeció así a una simple repetición —una versión del original de Aristóteles—, sino a un supremo ajuste de cuentas con la tradición de la filosofía, emboscada y confundida tras cada reflexión y enunciado sobre el ser. Con un golpe de efecto, en las cuatro primeras páginas de su obra principal.