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Luigi Pirandello - Cuentos y Ensayos

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Luigi Pirandello Cuentos y Ensayos

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EL HUMORISMO
PRIMERA PARTE
Capítulo primero

LA PALABRA «HUMORISMO»

A LESSANDRO d’Ancona, en su conocidísimo estudio sobre Cecco Angiolieri da Siena, después de haber notado cuánto hay de festivo y burlón en este poeta nuestro del siglo XIII, observa: «Pero para nosotros, Angiolieri no es solamente un poeta festivo, sino también, y con más propiedad, un humorista. Y que pongan aquí, si quieren, cara de asustados los camarlengos de la lengua, pero no pretendan decir que en italiano tenemos que resignarnos a no decir la cosa, porque no tenemos la palabra».

Y, sagazmente, en una nota a pie de página, añade: «Es curioso, sin embargo, que el traductor francés de una disertación alemana sobre el Humour, incluida en el Recueil de pièces intéressantes, concernant les antiquités, les beaux-arts, les belles-lettres et la philosophie, traduites de différentes langues, citando a Riedel, Theor. d. Schönen künste, I. artc. Laune, sostenga que aunque los ingleses, y Congreve en particular, reivindiquen para sí los vocablos humour y humorist, il est néanmoins certain qu’ils viennent de l’italien ».

Y luego, D’Ancona reanuda: «Por otra parte, nuestra lengua tiene umore por fantasia, capriccio y umorista por fantastico: y los umori del espíritu y del cerebro todo el mundo sabe que están en estrecha relación con la poesía umorista, y esperemos que los malos humores de la política no le hagan perder los buenos humores (begli umori) del reino del arte».

La palabra umore vino a nosotros, naturalmente, del latín, y con el sentido material que tenía de cuerpo fluido, líquido, humedad o vapor, y también con el sentido de fantasía, capricho o vigor. «Aliquantum habeo humoris in corpore, neque dum exarui ex emoenis rebus et voliptariis» (Plauto). Humor, aquí, evidentemente no tiene sentido material, porque sabemos que, desde los tiempos más antiguos, se consideraba a cada humor del cuerpo como señal o motivo de enfermedad.

«Los hombres —se lee en un viejo libro de medicina— tienen cuatro humores, a saber: la sangre, la cólera, la flema, y la melancolía: y esos humores son el motivo de las enfermedades de los hombres». Y en Brunetto Latini: «Melancolía es un humor, que muchos llaman cólera negra, y es fría, y seca, y tiene su sede en el espinazo»; tal como se encuentra, en suma, en el latín de Cicerón y de Plinio. San Agustín, luego, en un sermón, nos hace saber que «los puerros encienden la cólera, las coles engendran la melancolía».

Será conveniente, tratando de humorismo, tener presente además este otro significado de enfermedad de la palabra humor, y que melancolía, antes de significar aquella delicada afección o pasión del alma que nosotros conocemos, tuvo en origen el sentido de bilis o hiel, y ha sido para los antiguos un humor en el significado material de la palabra. Luego veremos la relación que las dos palabras humor y melancolía tendrán entre ellas al asumir un sentido espiritual.

Digamos mientras tanto que tal relación, si bien no faltó en absoluto en el espíritu de nuestra lengua, no apareció claramente en ella. En efecto, entre nosotros, la palabra humor o mantiene su significado material, tanto que un proverbio toscano puede decir chi ha umore non ha sapore (aludiendo a las frutas acuosas), o, si asume un significado espiritual, expresa inclinación, naturaleza, disposición o estado transitorio del espíritu, o también fantasía, pensamiento, capricho, pero sin una cualidad determinada; tanto es así, que tenemos que decir humor triste o alegre, bueno o malo, etcétera.

En suma: la palabra italiana umore no es la inglesa humour. Ésta, como dice Tommasso, encierra y atempera nuestras expresiones bell’umore, buenumore y malumore. Tiene, pues, algo que ver con las coles de San Agustín.

Ahora discutimos sobre la palabra y no sobre la cosa. Es conveniente advertirlo, porque no quisiéramos que se creyera que a nosotros nos falta realmente la cosa por el solo hecho de que nuestra palabra no consiguió mantener y atemperar idealmente en sí misma lo que materialmente ya incluía.

Veremos que, en el fondo, todo se reduce a una necesidad de distinción más clara que sentimos nosotros, porque, tanto si es bueno, como triste, como alegre, siempre es humor, y en su esencia no es diverso del inglés, sino en las modificaciones que naturalmente imprimen en él la diversidad de la lengua y la varia naturaleza de los escritores.

Por otra parte, no se crea que la palabra inglesa humour y su derivado humorismo son de comprensión tan fácil.

El mismo D’Ancona, en su ensayo antes citado acerca de Angiolieri, y sobre el que más tarde tendremos que volver, confiesa: «Si tuviera que dar una definición del humorismo, me encontraría, la verdad, muy apurado». Y tiene razón. Todos dicen lo mismo:

Piuttosto no’l comprendo, che te’I dica.

Baldensperger habla de todas las definiciones intentadas en los siglos XVIII y XIX, en un estudio suyo ya citado, para concluir, a la manera de Croce: II n’y a pas d’humour, il n’y a que des humoristes, como si para poder decir o reconocer que este o aquel escritor es un humorista no fuera preciso tener algún concepto del humorismo y bastara con sostener, como hace Cazamian, citado por el mismo Baldensperger, que el humorismo escapa a la ciencia, porque sus elementos característicos y constantes se encuentran en pequeño número y son, sobre todo, negativos, de lo que se deduce que los elementos variables se hallan en número indeterminado. Sí, también Addison consideraba más fácil decir lo que no es el humour que lo que es. Y todas las fatigas que se han sufrido para definirlo recuerdan, en verdad, aquellas especiosísimas que se pasaron en el siglo XVIII para definir el ingenio (¡oh el Cannochiale Aristotelico, de Emmanuele Tesauro!) y el gusto o buen gusto, y aquel inefable non so che, sobre el que Bouhours escribía: Les italiens, qui font mystère de tout, emploient en toutes rencontres leur «non so che»; on ne voit rien de plus commun dans leur poëtes. Los italianos qui font mystère de tout. Pero id a preguntar a los franceses qué entienden por esprit.

En cuanto al humorismo, «… es cierto —prosigue D’Ancona — que la definición no es fácil, porque el humorismo tiene infinitas variedades, según las naciones, los tiempos, los ingenios, y el de Rebeláis y de Merlin Coccajo no es el mismo que el de Sterne, Swift o Jean Paul, y la vena humorística de Heine y de Musset no son de igual sabor. Acaso no hay otro género en el que haya, o debería haber, más sutil diferencia entre la forma prosaica y la poética, aunque no lo adviertan siempre los lectores ni tampoco los escritores.

»Pero no es éste lugar de discutir sobre esto, sobre las razones de estas diferencias, sobre la diversidad entre humour, sátira, epigrama, chiste, parodia y lo cómico de todo tipo y calidad, y sobre si, como quiere decir Richter, algunos humoristas son simplemente lunáticos. Lo seguro es esto: que hay un fondo común en todos aquellos a los que la voz pública reúne bajo la misma denominación de humoristas».

La observación, en el fondo, es justa; pero ¡cuidado con la voz pública!, quisiéramos decir a D’Ancona. «Después de la palabra “romanticismo”, la palabra de que más erróneamente se ha abusado en Italia (¿en Italia solamente?) es “humorismo”. Si fueran realmente humorísticos los escritores, los libros, los periódicos bautizados con este nombre, no tendríamos nada que envidiar a la patria de Sterne o de Thackeray o la de Jean Paul y Heine. No podríamos salir de casa sin encontrar por la calle a dos o tres Cervantes y a una media docena de Dickens…; queremos solamente hacer notar desde un principio que existe una babilónica confusión en la interpretación del vocablo

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